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jueves, 1 de febrero de 2024

Nos hace falta a los que nos llamamos discípulos de Jesús romper el círculo y salir a las plazas haciéndonos aventureros del anuncio del evangelio

 


Nos hace falta a los que nos llamamos discípulos de Jesús romper el círculo y salir a las plazas haciéndonos aventureros del anuncio del evangelio

1Reyes 2, 1-4. 10-12; Sal. 1 Crón 29, 10-12; Marcos 6, 7-13

Hay quien es aventurero en la vida y se lanza por el mundo a lo que salga; sin mayores alforjas se lanzan a caminar por el mundo preocupándose solo del momento, refugiándose en lo que salga, y ateniéndose al día a día comiendo lo que encuentren, o lo que las buenas gentes con las que se encuentre le puedan ofrecer.

Pero lo habitual es que si vamos a hacer un viaje, nos preocupemos previamente de prepararnos, buscando algún tipo de información sobre el lugar que vamos a visitar, pero proveyéndonos en nuestra maleta o nuestra mochila de aquellas cosas que podamos necesitar, ya sea de las ropas que vayamos a necesitar, del dinero del que podemos disponer, y de aquellas cosas que pensamos que nos pueden ser útiles en el desplazamiento que vayamos a realizar. Hay que ser precavidos, previsores, nos decimos, y algunas veces ponemos tantas cosas en nuestras maletas o mochilas que luego no hay quien las cargue. Si además vamos con alguna misión que realizar más aún nos preparamos para ello y poder desempeñar dignamente la tarea que se nos haya encomendado.

Esos son nuestros planteamientos humanos. Pero hoy Jesús nos rompe todos los esquemas. Nos cuenta el evangelista que ha escogido a Doce entre el grupo de los discípulos y los envía con la misión de ir adelantando el anuncio de la Buena Noticia por todas aquellas aldeas y pueblos de alrededor. Los envía con autoridad, pero los envía escasos de provisiones y de previsiones. Un bastón para el camino, una túnica de repuesto, unas sandalias para su camino y nada de dinero en la alforja. Allí donde vayan han de hospedarse donde los acojan y si no los acogen, a sacudirse el polvo de los pies pero a marchar para otro lugar.

Solo pide disponibilidad y generosidad de espíritu. Su misión es curar, su misión es hacer un anuncio de vida, su misión es rescatar de todo lo que sea muerte y sufrimiento, pero solo lo han de realizar en el  nombre de quien los ha enviado. Y realizan su misión, y vuelven llenos de alegría por lo que han realizado, han ungido a los enfermos y los han curado, ha quedado hecho el primer anuncio del Reino de Dios, han transmitido esa buena noticia de que llega y se establece el Reino de Dios.

Es el Evangelio. El evangelio que también nosotros tenemos la misión de anunciar. El evangelio que nos pide a nosotros también esa disponibilidad y esa generosidad. El evangelio del que hemos de estar tan impregnados que nos convirtamos nosotros mismos en esa buena noticia, porque estemos contando lo que Dios ha hecho con nosotros, como un día le pidiera a aquel hombre liberado del demonio allá en Gerasa. Pero esos son los signos que nosotros también tenemos que dar hoy en medio de nuestro mundo. Nos estamos preparando tanto que nunca terminamos de salir al camino, nunca nos ponemos en camino en el nombre de Jesús; solo con el bastón, las sandalias y la túnica, pero nosotros nos queremos buscar tantos recursos, nos queremos preparar tanto que terminamos dando vueltas sobre nosotros mismos, pero no nos ponemos en camino.

Nos hace falta más salir a la calle y a los caminos los que nos sentimos comprometidos con Jesús, para encontrarnos de verdad con la vida, allí donde están los sufrimientos, también los gozos y las alegrías, pero también las esperanzas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Tenemos que romper el círculo de quedarnos con los que siempre estamos, de quedarnos sentados en nuestro lugar y contentarnos con aquellos que puedan venir hasta nosotros, de ir al encuentro con los otros aunque sean unos desconocidos, aunque nunca los veamos en el templo, de llegar a la plaza donde está de verdad la vida de nuestras gentes y de nuestro pueblo, y allí tenemos que presentarnos con nuestro mensaje en nombre de Jesús.

Pudiera ser que nos lleváramos la sorpresa de que nos escuchan más de lo que nosotros pensábamos; nos daremos cuenta que ahí tenemos una palabra que decir, un signo de vida que dejar; seremos conscientes de que tenemos que ser más misioneros, que la Iglesia tiene que ser más misionera. ¿Cuándo nos pondremos en camino? ¿Seremos en verdad aventureros por el evangelio?


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