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domingo, 2 de julio de 2023

Ponemos la alegría de la ilusión por lo nuevo y la esperanza de plenitud con la certeza de que hasta lo más pequeño será siempre una siembra de vida

 


Ponemos la alegría de la ilusión por lo nuevo y la esperanza de plenitud con la certeza de que hasta lo más pequeño será siempre una siembra de vida

2Reyes 4, 8-11. 14-16ª; Sal 88; Romanos 6, 3-4. 8-11; Mateo 10, 37-42

Estamos llamados a vivir y a transmitir vida. Forma parte de nuestra naturaleza, del sentido de nuestra existencia. La vida no se acaba en sí misma, no se encierra en sí misma; la vida que se encierra en sí misma, podríamos decir, que enferma y muere: estamos llamados a contagiar vida, trasmitir vida, crear vida; signo de esa vitalidad que llevamos en nosotros es la creación de vida; cuando amamos vamos sembrando semillas de vida, engendrando vida.

Pero muchas veces nuestra vida tiene el peligro de rodearse de sombras y es cuando nos encerramos en nosotros mismos, en nuestro egoísmo; llegamos a confundir lo que es de verdad vivir y solo nos buscamos a nosotros mismos, nuestras satisfacciones, lo que entonces nos parece que nos va a dar verdadera felicidad; y como decíamos antes comenzamos a morir.

Si una semilla no la plantamos para que de ella surja una nueva planta sino que la guardamos en sí misma indefinidamente, veremos que poco a poco va perdiendo esa fuerza generadora de vida, como decimos, se atrofia, se seca, pierde la capacidad de generar una nueva planta. Así nos sucede a nosotros, cuando nos encerramos en nosotros mismos, perdemos la capacidad de amar y de generar vida.

Es lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio buscamos una vida que nos hace perder la verdadera vida. Es el sentido de estas palabras de Jesús: ‘El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará’. Por eso nos pueden parecer muy exigentes y duras las palabras que hoy escuchamos en el evangelio. Es la exigencia de haberle encontrado a El que se convierte así en el sentido de nuestra vida. Como nos dirá en otro momento cuando encontramos el tesoro escondido hacemos todo lo posible para conseguirlo, por obtenerlo, seremos capaces de vender todo lo que tenemos para comprar esa perla preciosa. Es lo que significa seguir a Jesús.

Nada puede estar por encima de nuestro amor a Jesús, pero es que todo encontrará la plenitud de su sentido precisamente desde ese amor de Jesús. Nada puede ponerse por medio para interferir en nuestro camino de seguimiento de Jesús, pero cuando seguimos a Jesús todas esas realidades de la vida van a adquirir un nuevo sentido y valor. No nos dice Jesús que prescindamos así porque sí de esas realidades de la vida, llámese familia o llámese trabajo, llámese casa o llámense aquellas cosas que poseemos como instrumentos y medios de nuestro vivir, sino que en ellas vamos a poder poner un amor distinto que le dará verdadera grandeza a cuanto hagamos.

Esa transformación de sentido algunas veces nos resultará costosa porque pesan mucho en nosotros esas sombras de las que nos hemos rodeado y que nos impiden ver la auténtica realidad. Por eso nos hablará de negación de nosotros mismos y de un camino de cruz. Es porque buscamos la luz, porque buscamos la vida, y esa búsqueda significa salir de nosotros mismos, arrancarnos de los egoísmos que nos hacen insolidarios, y arrancar también las malas raíces de nuestras ambiciones y del amor propio que nos encierran, será doloroso pero es la necesaria poda para obtener frutos de vida.

Pero no lo hacemos algo así como que no nos queda más remedio, con resignación. No es la resignación un valor positivo de la vida. Otra cosa es la paciencia que mantenemos con nuestra esperanza para alcanzar lo que deseamos. Ponemos la alegría de la ilusión de lo nuevo y la esperanza de plenitud de vida. Lo hacemos con gozo porque tenemos la certeza y seguridad de que hasta lo más pequeño que podamos hacer, como dar un vaso de agua, será siempre una siembra de vida.

Y ver surgir la flor de la vida nos alegra siempre el corazón, llena de un nuevo perfume nuestra existencia y tenemos la garantía de unos frutos futuros. ¿Quién no se alegra con la cosecha de unos frutos que nos llenan de vida? El cristiano siempre será una persona llena de alegría, siempre vivirá con ilusión por algo nuevo y con optimismo aun en los momentos oscuros, porque al cristiano no le falta la virtud de la esperanza.


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