Aprendamos
a mirar a los ojos para entrar en la onda de la confianza desterrando recelos,
sospechas y prejuicios a la manera de Jesús que quiso contar con Mateo
Génesis 23,1-4.19; 24,1-8.62-67; Sal 105;
Mateo (9,9-13
Me van a
permitir que comience con una pregunta que me hago a mi mismo, y que me da
vergüenza la respuesta que tendría que dar. Cuando vas por la calle y te
encuentras tu mismo camino, por la misma acera, una persona, de esas que tantas
veces rechazamos por su apariencia, por lo que sabemos, o algunas veces
simplemente sospechamos, de lo que se dedica en su vida, que nos resulta
sospechosa y desconfiamos evitando entrar en contacto o en algún tipo de
relación, esta es la pregunta, ¿nos habremos detenido alguna vez a mirarle a
los ojos?
Es una de las
formas de nuestras evasivas, incluso si necesariamente tenemos que detenernos a
hablar con esa persona, seguro que nuestra mirada andará perdida, pero
probablemente no somos capaces de mirarle a los ojos, porque nos sentiríamos
obligados a un tú a tú de conversación directa, de interés por la persona, de
tender incluso nuestra mano en un saludo. ¿Cómo nos sentimos con nuestras
reacciones? ¿Dónde buscamos argumentos para justificarnos?
Me ha hecho
pensar en este hecho concreto lo que nos narra hoy el evangelio. Jesús se ha
detenido junto a la garita de un publicano. Ya sabemos cómo era considerados
entre los judíos, por decirlo pronto y fácil, llamarlo publicano era decir que
era un pecador. En su entorno se olía todo lo que significar usura, por la forma
de cobrar los impuestos, pero también todo lo que rodeaba ese mundo de
prestamos y finanzas; además para un judío se le consideraba como un
colaboracionista con el poder romano que venía avasallando e imponiendo sus
impuestos, en detrimento de lo que pudiera ser beneficio para el pueblo de
Israel. Era una fama realmente bien ganada.
Y allí se
detiene Jesús y le habla directamente a quien allí está ejerciendo su oficio.
No va a ser una conversación cualquiera, sino que era una invitación. Y una invitación
no la podemos hacer si no miramos a la cara a quien vamos a invitar. Por eso en
lo que hoy quiero fijarme es en esa mirada de Jesús a Mateo, de tal manera que
se sintiera interpelado por la palabra de Jesús y cogido en su corazón para dar
la respuesta de seguir a Jesús.
Jesús mira
más allá de lo que puedan ser las apariencias externa, lo que sea la
consideración que los demás puedan tener de esa persona, incluso de lo que haya
sido esa persona en su vida, pero la mirada de Jesús es un querer contar con la
persona, la mirada de Jesús no es una mirada de reproches sino de confianza, la
mirada de Jesús es una invitación que llega al corazón. Y Mateo, que sostuvo
aquella mirada, dio respuesta.
Por allá
andarían los desconfiados de siempre pensando en sus cavilaciones de siempre
donde se da por sentado la condena de la persona, y no terminarán de entender
la decisión de Jesús. ¿Cómo iba a contar Jesús entre sus amigos a un recaudador
de impuestos con toda la fama que traía consigo? Para más escándalo Jesús se
sienta en la mesa de aquel hombre donde estarán también todos los considerados
publicanos y pecadores.
¿No tendremos
que ir aprendiendo nosotros a mirar a los ojos de los demás, también de esos
que tantas veces descartamos y de una forma o de otra vamos marginando en la
vida? ¿Seremos capaces de entrar en esa onda de la confianza desterrando de
nuestro pensamiento sospechas y prejuicios, siendo capaces de creer siempre en
la persona por encima de todo?
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