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jueves, 6 de julio de 2023

Aprendamos a mirar a los ojos para entrar en la onda de la confianza desterrando recelos, sospechas y prejuicios a la manera de Jesús que quiso contar con Mateo

 


Aprendamos a mirar a los ojos para entrar en la onda de la confianza desterrando recelos, sospechas y prejuicios a la manera de Jesús que quiso contar con Mateo

Génesis 23,1-4.19; 24,1-8.62-67; Sal 105; Mateo (9,9-13

Me van a permitir que comience con una pregunta que me hago a mi mismo, y que me da vergüenza la respuesta que tendría que dar. Cuando vas por la calle y te encuentras tu mismo camino, por la misma acera, una persona, de esas que tantas veces rechazamos por su apariencia, por lo que sabemos, o algunas veces simplemente sospechamos, de lo que se dedica en su vida, que nos resulta sospechosa y desconfiamos evitando entrar en contacto o en algún tipo de relación, esta es la pregunta, ¿nos habremos detenido alguna vez a mirarle a los ojos?

Es una de las formas de nuestras evasivas, incluso si necesariamente tenemos que detenernos a hablar con esa persona, seguro que nuestra mirada andará perdida, pero probablemente no somos capaces de mirarle a los ojos, porque nos sentiríamos obligados a un tú a tú de conversación directa, de interés por la persona, de tender incluso nuestra mano en un saludo. ¿Cómo nos sentimos con nuestras reacciones? ¿Dónde buscamos argumentos para justificarnos?

Me ha hecho pensar en este hecho concreto lo que nos narra hoy el evangelio. Jesús se ha detenido junto a la garita de un publicano. Ya sabemos cómo era considerados entre los judíos, por decirlo pronto y fácil, llamarlo publicano era decir que era un pecador. En su entorno se olía todo lo que significar usura, por la forma de cobrar los impuestos, pero también todo lo que rodeaba ese mundo de prestamos y finanzas; además para un judío se le consideraba como un colaboracionista con el poder romano que venía avasallando e imponiendo sus impuestos, en detrimento de lo que pudiera ser beneficio para el pueblo de Israel. Era una fama realmente bien ganada.

Y allí se detiene Jesús y le habla directamente a quien allí está ejerciendo su oficio. No va a ser una conversación cualquiera, sino que era una invitación. Y una invitación no la podemos hacer si no miramos a la cara a quien vamos a invitar. Por eso en lo que hoy quiero fijarme es en esa mirada de Jesús a Mateo, de tal manera que se sintiera interpelado por la palabra de Jesús y cogido en su corazón para dar la respuesta de seguir a Jesús.

Jesús mira más allá de lo que puedan ser las apariencias externa, lo que sea la consideración que los demás puedan tener de esa persona, incluso de lo que haya sido esa persona en su vida, pero la mirada de Jesús es un querer contar con la persona, la mirada de Jesús no es una mirada de reproches sino de confianza, la mirada de Jesús es una invitación que llega al corazón. Y Mateo, que sostuvo aquella mirada, dio respuesta.

Por allá andarían los desconfiados de siempre pensando en sus cavilaciones de siempre donde se da por sentado la condena de la persona, y no terminarán de entender la decisión de Jesús. ¿Cómo iba a contar Jesús entre sus amigos a un recaudador de impuestos con toda la fama que traía consigo? Para más escándalo Jesús se sienta en la mesa de aquel hombre donde estarán también todos los considerados publicanos y pecadores.

¿No tendremos que ir aprendiendo nosotros a mirar a los ojos de los demás, también de esos que tantas veces descartamos y de una forma o de otra vamos marginando en la vida? ¿Seremos capaces de entrar en esa onda de la confianza desterrando de nuestro pensamiento sospechas y prejuicios, siendo capaces de creer siempre en la persona por encima de todo?

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