Necesitamos
seguir llevando la camilla de nuestra debilidad a nuestro lado para valorar el
perdón recibido para un nuevo camino y darlo generoso también con los demás
Génesis 22, 1-19; Sal 114; Mateo 9,1-8
Todos merecemos una segunda
oportunidad. Al menos eso pensamos cuando hemos sido nosotros los que hemos
cometido el error y tenemos el buen deseo de querer rehacer nuestra vida. Sin
embargo, hemos de reconocer, que no siempre somos capaces de ir por la vida
dando segundas oportunidades a los demás. Pensemos, por ejemplo, cuando nos
cuesta otorgar nuestro perdón. Y diríamos que perdonar lleva consigo el hacer
que nos reencontremos con la paz; es lo que ofrezco cuando perdono, pero es al
mismo tiempo lo que siento en mi mismo cuando soy capaz de perdonar. Desgraciadamente
hay en la vida demasiados que no dan segundas oportunidades y ya sabemos de la
amplitud que Jesús quiere que nosotros le demos al perdón otorgado.
Jesús ha vuelto a casa, como nos narra
hoy el evangelista, y según llega, cuando se ve rodeado de gente como ya va
siendo habitual que suceda hasta desbordar la casa y sus entradas como sucede
en el episodio de hoy, le traen a un paralítico en una camilla para que Jesús
lo cure. Otro evangelista cuando nos narra este episodio nos da más detalles, como
el tener que descolgarlo del techo, porque han abierto un boquete en la
cubierta, dada la afluencia de gente que por la puerta no pueden entrar. No nos
vamos a detener en ese detalle.
Un hombre postrado en su camilla,
imposibilitado de moverse por sí mismo, que es conducido hasta Jesús por otras
personas de corazón generoso. Un hombre que tendría deseos de rehacer su vida
para poder vivir y valerse por sí mismo. Unas almas generosas dispuestas a
ayudar para que aquel hombre pueda tener una vida distinta. Y Jesús que lee en
el corazón de los hombres vio la fe grande que tenían.
Los signos que realiza Jesús son señal
de que algo grande se puede realizar desde lo más hondo del corazón pero que
afectar por completo a la vida. Ha venido Jesús, como había anunciado el
profeta y el mismo había proclamado en la sinagoga de Nazaret para proclamar el
año de gracia del Señor. Para los oprimidos llegaba la hora de la liberación;
aquel camino de liberación que había recorrido Israel desde su salida de
Egipto, de la esclavitud, hasta la llegada a la tierra prometida, era todo un
signo de ese camino de liberación y de transformación que en Jesús se había de
realizar.
Era hora de que los signos que Jesús
realizaba manifestaran plenamente esa liberación que en Jesús habíamos de
encontrar. Por eso la primera palabra de Jesús ante el paralítico que le han traído
para que lo curase es la del perdón. ‘Tus pecados quedan perdonados’.
Habrá quien no lo entienda, ni lo
terminaron de entender entonces los que rodeaban a Jesús, de ahí sus
murmuraciones y criticas, como no terminamos nosotros de entender lo que tiene
que significar el perdón en nuestras vidas. A todos nos cuenta entender. Aquel
hombre iba a ver restaurada su vida, pero Jesús nos quiere hacer ver que tiene
que ser desde lo más profundo. No es solo que se levante de aquella camilla
para comenzar a andar. Algo nuevo tenia que suceder en él, una nueva
oportunidad para una vida nueva y distinta se le estaba ofreciendo. Siempre tendría
que recordar y reconocer su debilidad. Jesús le dice, sí, que se levante, pero
que tome su camilla y vuelva a su casa. Volvemos a nuestra casa, a nuestra
vida, con sus mismas luchas y con nuestras mismas debilidades; la camilla va a
estar presente ahí como un signo, como un recuerdo de nuestra realidad, como un
recuerdo de el regalo de Dios que había recibido, pero también de lo nuevo que
había que vivir.
Necesitamos quizá seguir llevando la
camilla de nuestra debilidad a nuestro lado, para valorar el perdón que hemos
también nosotros recibido que nos ha puesto en camino de una vida nueva. Quizás
esa camilla apagará nuestros orgullos, porque nos recuerda que somos débiles,
pero esa camilla podrá ser también un estimulo para tener una mirada nueva y
distinta a los que están a nuestro lado.
¿Nos podrá recordar que también hemos
de ser generosos con nuestro perdón a los demás, dándoles otra oportunidad en
sus vidas? Con nuestro perdón estaremos ayudando a quitar esos pesos muertos,
esos pesos de muerte que muchas veces nos atenazan y nos impiden alcanzar
auténtica paz. ¿Por qué no ayudar a que los demás encuentren también esa paz?
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