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martes, 4 de julio de 2023

Hay miedos y cobardías que nos paralizan en noches oscuras, no nos dejan ver salidas y nos incapacitan para solucionar las cosas, pero Jesús está ahí aunque nos parezca que duerma

 


Hay miedos y cobardías que nos paralizan en noches oscuras, no nos dejan ver salidas y nos incapacitan para solucionar las cosas, pero Jesús está ahí aunque nos parezca que duerma

Génesis 19,15-29; Sal 25; Mateo 8,23-27

Una tormenta en medio de la oscuridad de la noche no es plato apetecible para nadie, y menos aún en una barca entre los embates de un mar embravecido. Acudimos a santa Bárbara cuando truena y todos los santos del cielo, como solemos decir, para vernos libres de esos malos momentos. Ahora en la sociedad en que vivimos en que al menos para algunas cosas todo son precauciones estamos saturados de las alertas que continuamente nos están avisando de cualquier borrasca que se nos acerque y nos pueda traer malos tiempos. No queremos vernos sometidos a ningún peligro.

No sé si en todo en la vida andaremos con esas precauciones, no sé cómo afrontaremos tantas borrascas que en la vida tenemos y que no son de orden climatológico. Pasamos en la vida también por malos momentos, las dificultades de la vida misma, pero los problemas que van surgiendo, unas veces desde decisiones llenas de error que nos conducen a unas situaciones difíciles de las que no queremos salir, otras veces con los encontronazos que tenemos en esos vaivenes de la vida y de nuestras relaciones con los demás, también aunque no siempre sabemos reconocerlo desde nuestro mundo interior que se llena de dudas y de interrogantes, que se encuentra con esas situaciones desafiantes y que nos hacen dudar hasta del sentido de nuestra vida; de muchas maneras y en muchas ocasiones nos encontramos atravesando un callejón oscuro en la vida que nos deprime, que parece que nos hunde, que hasta pone en peligro nuestra fe.

¿Qué hacemos? ¿A quién acudimos? ¿A quien podemos sentir a nuestro lado que nos de fe y confianza, en quien encontrar fuerzas para salir de ese pozo? ¿Nos encerramos en nosotros mismos y nos llenamos de amarguras? ¿Tratamos quizás de olvidarlo todo y queremos seguir la vida como si nada pasara, o dedicándonos a ‘vivir la vida’ para olvidarnos de todo? ¿Dónde encontramos esas anclas que nos den seguridad para comprender que el barco no se hunde por muchas que sean las tormentas?

El evangelio hoy nos da luz. Atravesaban el lago los discípulos con Jesús. Eran frecuentes las tormentas que levantaban en el lago, la depresión que en si mismo constituía el lago, las altas montañas del Hermón por una parte, las corrientes de aire del desierto y demás circunstancias hacían propicias esas tormentas inesperadas. Como pescadores de aquel lago tendrían sus conocimientos, pero no querían verse envueltos en medio del lago en una de esas tormentas. Pero es lo que ahora sucede. Jesús va con ellos, pero aun en el fragor de la tormenta Jesús duerme plácidamente en un rincón.

¿Qué hacer? porque aquello parece que se hunde. Y despiertan al Maestro porque no pueden comprender como les deja solos en una situación así. ‘¿No te importa que nos hundamos? Señor, sálvanos, que perecemos’. Es el grito, es la súplica. Quién curaba a los enfermos, expulsaba a los demonios y resucitaba a los muertos, ¿no podía hacer algo para liberarles de aquella situación? Es la súplica y es la duda, son los miedos y son las cobardías que nos paralizan, que no nos dejan ver salidas, que parece que nos incapacitan para hacer algo por solucionar las cosas. Cuántas veces nos vemos en la vida así.

Y Jesús se levantó, increpó al viento y al mar y la tempestad cesó. Un silencio intenso se hizo al acabar el fragor de la tormenta; un silencio al contemplar la autoridad de Jesús; un silencio que surgía de su interior reconociendo miedos que no nos gusta reconocer y cobardías que tratamos de disimular. Así se quedaron frente a Jesús. ‘¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?’ fue el reproche de Jesús. No sé si podrían manifestar exteriormente algún signo de alegría después de pasar lo que pasaron, pero sobre todo después del reproche de Jesús que les hacía reconocer sus miedos y cobardías. Pero algo seguramente comenzaba a cambiar en su corazón.

¿Escucharemos también ese reproche que nos hace reconocer nuestros miedos y cobardías? Rumiemos en nuestro interior la lección de Jesús.


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