Es el
Señor que camina a nuestro lado en nuestras oscuridades y nos alumbra el corazón
de nueva vida, despierta nuevos sentimientos de amor y de nuevo nos pone en
camino
Hechos 2, 14. 22-33; Sal 15; 1Pedro 1,
17-21; Lucas 24, 13-35
Son duros y
difíciles los caminos que hacemos en huida cuando se nos derrumban lo que
creíamos que eran fundamentos de la vida. en nuestra carrera con todo
tropezamos, nada vemos ni tenemos claro y parece que las oscuridades se
aumentan sobre nosotros; si en ese camino nos desgajamos también de los que
antes con nosotros intentaban hacer camino, parece que el dolor se aumenta en
el corazón porque se sienten soledades que aun nos cierran más los horizontes.
Así caminaban
aquellos dos discípulos en aquel primer día de la semana; se marchaban de
Jerusalén, querían volver a sus cosas y a sus casas, allá habían dejado a los
compañeros que también habían seguido a Jesús como ellos y en quien habían
puesto sus esperanzas; lo sucedido aquellos días les había hecho dar un vuelco
a sus vidas y al no cumplirse, tal como ellos pensaban, las promesas de
resurrección de Jesús, ahora más apesadumbrados marchaban hacia Emaús.
La
conversación no podía ser otra sino dar vueltas y vueltas sobre lo mismo una y
otra vez, con lo que aumentaba su dolor y su desesperanza y como autómatas
hacían el camino de vuelta a casa. Habrían sentido los pasos de quien detrás se
les acercaba y que hacía el mismo camino; pronto el caminante va a su paso y
aprecia la tristeza de sus ánimos y surge la pregunta que para ellos no tiene
comprensión. ‘¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino y
que os tiene con esos pocos ánimo?’ ¿Era el único forastero de Jerusalén,
de allí venía también, que no sabía lo que había sucedido en aquellos días?
Y comienzas
sus corazones a desparramarse, a hacer salir a flote sus penas y sus angustias,
sus esperanzas frustradas y todo el dolor que llevaban en el corazón. Todavía
son ellos los que hablan pero están desahogando toda la tristeza que llevan
dentro. Y es entonces cuando aquel ‘forastero’ comienza a hablarles y hacerles
comprender, les recuerda lo anunciado en las Escrituras y el significado de
todo lo que había de suceder como ya había acaecido. La conversación se alarga
y ahora son solo las palabras de aquel desconocido caminante las que van
poniendo luz que abra caminos.
La
conversación se ha prolongado y se acercan a Emaús y cuando aquel desconocido
hace ademán de seguir adelante, ellos ya no quieren que siga solo por aquellos
caminos; entienden ellos de los peligros de las soledades, porque lo venían
viviendo hasta que encontraron este nuevo compañero, al que le habían abierto
sus corazón con sus penas, pero ahora le abren las puertas de su casa en
generosa hospitalidad.
Será allí,
sentados a la mesa, a la hora de bendecir y compartir el pan, cuando sus ojos
se les abren y le reconocen. Ahora ya se dan cuenta cómo ardían sus corazones
de una forma nueva y distinta cuando les hablaba por el camino. Los que a nadie
habían creído sobre que la tumba estaba vacía, lo que contaban las mujeres que
les habían dicho los ángeles, ahora se les han abierto sus ojos y han
reconocido a Jesús que ha estado con ellos.
Y serán ellos
los que ahora se pongan en camino porque hay que ir a anunciar lo que han
visto, lo que han sentido, lo que han experimentado con la presencia de Cristo
resucitado con ellos. Vuelven a Jerusalén y cuentan a los demás lo que les
había sucedido en el camino y como lo habían reconocido al partir el pan.
Todo un
recorrido, todo un proceso lo acaecido en el camino de Emaús. Un camino que
habían comenzado lleno de sombras y abrumados por las desesperanzas; un camino
que en principio parecía una ruptura porque daba la sensación de una derrota;
un camino lleno de dolor y de vacíos interiores como nos quedamos cuando
perdemos las esperanzas. Un camino que de una forma o de otra nos puede
aparecer en la vida, que puede ser que hayamos recorrido o que sigamos
recorriendo en la vida. Hay muchas cosas
que nos desalientan, vivimos muchas situaciones difíciles de entender y en el
que por muchos motivos nos sentimos en ocasiones frustrados y derrotados.
Pero hay
pasos que caminan tras nosotros y que nos andan buscando, aunque muchas veces
en nuestras negruras ni sepamos escuchar ni sepamos ver a quien se acerca a
nuestro lado y puede ser un rayo de luz.
Detengámonos un poquito y comencemos a prestar atención, a ese gesto, a
esa palabra, a esa presencia, o también a ese oído abierto que quiere
escucharnos aunque nosotros no queramos hablar nada ni con nadie. De alguna
manera Dios se está acercando a nuestra vida, quiere caminar a nuestro lado,
hace suyo nuestro pesar, nuestra inquietud, nuestra angustia, nuestro dolor.
¿Qué es lo
que ha hecho cuando ha recorrido el camino del calvario? Caía con los caídos,
se ensangrentaba su rostro con los dolores y los sufrimientos de los iban en el
camino, se paraba ante las mujeres que lloraban allí en la calle, se sentía
acompañado por unos malhechores que también eran llevados al mismo suplicio,
pero se dejó ayudar por aquel cireneo que no sé si con mucha voluntad pero
obligaron a ayudarle, comprendía también que algunos de los que participaban en
la crucifixión por sí mismos no lo hubieran hecho pero tenían que cumplir órdenes, por eso pide perdón para los que no saben lo que hacen, en muchas mas
cosas podríamos irnos fijando, iba envuelto en nuestros mismos sufrimientos
hasta llegar a la muerte en la cruz.
Hizo el
camino del Calvario y ahora ha caminado con los que iban con sus esperanzas
frustradas y llenos de dolor como así quiere caminar a nuestro lado. A nosotros
también nos escucha y para nosotros va a partir el pan por poco que le dejemos
entrar en lo hondo de nosotros mismos. Seamos capaces de reconocerle. Es el
Señor que está a nuestro lado y nos inunda de nueva vida, para nosotros también
tiene el perdón, a nosotros también nos promete llevarnos al paraíso, en
nosotros despierta nuevos sentimientos de amor, de hospitalidad y de
solidaridad. Es el Señor que ahora nos pone también a nosotros en camino.
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