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domingo, 23 de abril de 2023

Es el Señor que camina a nuestro lado en nuestras oscuridades y nos alumbra el corazón de nueva vida, despierta nuevos sentimientos de amor y de nuevo nos pone en camino

 


Es el Señor que camina a nuestro lado en nuestras oscuridades y nos alumbra el corazón de nueva vida, despierta nuevos sentimientos de amor y de nuevo nos pone en camino

Hechos 2, 14. 22-33; Sal 15; 1Pedro 1, 17-21; Lucas 24, 13-35

Son duros y difíciles los caminos que hacemos en huida cuando se nos derrumban lo que creíamos que eran fundamentos de la vida. en nuestra carrera con todo tropezamos, nada vemos ni tenemos claro y parece que las oscuridades se aumentan sobre nosotros; si en ese camino nos desgajamos también de los que antes con nosotros intentaban hacer camino, parece que el dolor se aumenta en el corazón porque se sienten soledades que aun nos cierran más los horizontes.

Así caminaban aquellos dos discípulos en aquel primer día de la semana; se marchaban de Jerusalén, querían volver a sus cosas y a sus casas, allá habían dejado a los compañeros que también habían seguido a Jesús como ellos y en quien habían puesto sus esperanzas; lo sucedido aquellos días les había hecho dar un vuelco a sus vidas y al no cumplirse, tal como ellos pensaban, las promesas de resurrección de Jesús, ahora más apesadumbrados marchaban hacia Emaús.

La conversación no podía ser otra sino dar vueltas y vueltas sobre lo mismo una y otra vez, con lo que aumentaba su dolor y su desesperanza y como autómatas hacían el camino de vuelta a casa. Habrían sentido los pasos de quien detrás se les acercaba y que hacía el mismo camino; pronto el caminante va a su paso y aprecia la tristeza de sus ánimos y surge la pregunta que para ellos no tiene comprensión. ‘¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino y que os tiene con esos pocos ánimo?’ ¿Era el único forastero de Jerusalén, de allí venía también, que no sabía lo que había sucedido en aquellos días?

Y comienzas sus corazones a desparramarse, a hacer salir a flote sus penas y sus angustias, sus esperanzas frustradas y todo el dolor que llevaban en el corazón. Todavía son ellos los que hablan pero están desahogando toda la tristeza que llevan dentro. Y es entonces cuando aquel ‘forastero’ comienza a hablarles y hacerles comprender, les recuerda lo anunciado en las Escrituras y el significado de todo lo que había de suceder como ya había acaecido. La conversación se alarga y ahora son solo las palabras de aquel desconocido caminante las que van poniendo luz que abra caminos.

La conversación se ha prolongado y se acercan a Emaús y cuando aquel desconocido hace ademán de seguir adelante, ellos ya no quieren que siga solo por aquellos caminos; entienden ellos de los peligros de las soledades, porque lo venían viviendo hasta que encontraron este nuevo compañero, al que le habían abierto sus corazón con sus penas, pero ahora le abren las puertas de su casa en generosa hospitalidad.

Será allí, sentados a la mesa, a la hora de bendecir y compartir el pan, cuando sus ojos se les abren y le reconocen. Ahora ya se dan cuenta cómo ardían sus corazones de una forma nueva y distinta cuando les hablaba por el camino. Los que a nadie habían creído sobre que la tumba estaba vacía, lo que contaban las mujeres que les habían dicho los ángeles, ahora se les han abierto sus ojos y han reconocido a Jesús que ha estado con ellos.

Y serán ellos los que ahora se pongan en camino porque hay que ir a anunciar lo que han visto, lo que han sentido, lo que han experimentado con la presencia de Cristo resucitado con ellos. Vuelven a Jerusalén y cuentan a los demás lo que les había sucedido en el camino y como lo habían reconocido al partir el pan.

Todo un recorrido, todo un proceso lo acaecido en el camino de Emaús. Un camino que habían comenzado lleno de sombras y abrumados por las desesperanzas; un camino que en principio parecía una ruptura porque daba la sensación de una derrota; un camino lleno de dolor y de vacíos interiores como nos quedamos cuando perdemos las esperanzas. Un camino que de una forma o de otra nos puede aparecer en la vida, que puede ser que hayamos recorrido o que sigamos recorriendo en la vida.  Hay muchas cosas que nos desalientan, vivimos muchas situaciones difíciles de entender y en el que por muchos motivos nos sentimos en ocasiones frustrados y derrotados.

Pero hay pasos que caminan tras nosotros y que nos andan buscando, aunque muchas veces en nuestras negruras ni sepamos escuchar ni sepamos ver a quien se acerca a nuestro lado y puede ser un rayo de luz.  Detengámonos un poquito y comencemos a prestar atención, a ese gesto, a esa palabra, a esa presencia, o también a ese oído abierto que quiere escucharnos aunque nosotros no queramos hablar nada ni con nadie. De alguna manera Dios se está acercando a nuestra vida, quiere caminar a nuestro lado, hace suyo nuestro pesar, nuestra inquietud, nuestra angustia, nuestro dolor.

¿Qué es lo que ha hecho cuando ha recorrido el camino del calvario? Caía con los caídos, se ensangrentaba su rostro con los dolores y los sufrimientos de los iban en el camino, se paraba ante las mujeres que lloraban allí en la calle, se sentía acompañado por unos malhechores que también eran llevados al mismo suplicio, pero se dejó ayudar por aquel cireneo que no sé si con mucha voluntad pero obligaron a ayudarle, comprendía también que algunos de los que participaban en la crucifixión por sí mismos no lo hubieran hecho pero tenían que cumplir órdenes, por eso pide perdón para los que no saben lo que hacen, en muchas mas cosas podríamos irnos fijando, iba envuelto en nuestros mismos sufrimientos hasta llegar a la muerte en la cruz.

Hizo el camino del Calvario y ahora ha caminado con los que iban con sus esperanzas frustradas y llenos de dolor como así quiere caminar a nuestro lado. A nosotros también nos escucha y para nosotros va a partir el pan por poco que le dejemos entrar en lo hondo de nosotros mismos. Seamos capaces de reconocerle. Es el Señor que está a nuestro lado y nos inunda de nueva vida, para nosotros también tiene el perdón, a nosotros también nos promete llevarnos al paraíso, en nosotros despierta nuevos sentimientos de amor, de hospitalidad y de solidaridad. Es el Señor que ahora nos pone también a nosotros en camino.

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