La
luz del evangelio no se puede ocultar, hay que ponerla allí donde más se
necesita y mejor pueda iluminar nuestro mundo, es nuestra tarea como seguidores
de Jesús
1Corintios 2, 1-10; Sal 118; Mateo 5, 13-16
Al organismo
o a la persona que le corresponde
suministrar la luz para una población, si no cumple debidamente su cometido,
porque hay cortes de energía muy frecuentes y además sobre todo en que la
población, ya sea por sus trabajos, o también porque llegan las horas de la
noche y la necesita para hacer su vida familiar o incluso su vida de ocio más
necesita de esa energía le falla, probablemente se verá asediado de quejas, de
recriminaciones, de exigencias de responsabilidad. Tiene que cumplir su función,
tiene que suministrarnos esa energía para que podamos tener luz en los momentos
que la necesitamos o se puedan desarrollar todas las actividades que conforman
la vida de un pueblo o una sociedad.
Pues bien,
habiendo escuchado el evangelio que en esta fiesta se nos propone, me pregunta
si no tendrán que reclamarnos a los cristianos, no tendrá incluso que reclamársele
a la Iglesia que no se está siendo esa luz que el mundo el mundo necesita y que
tenemos la obligación de proporcionarle.
Está claro lo
que nos dice Jesús, que la luz no se puede ocultar, que la luz hay que ponerla
allí donde más se necesita y mejor pueda iluminar; y nos está diciendo Jesús a
los que creemos en El y queremos seguirle que somos luz del mundo y sal de la
tierra. ¿Estaremos de verdad iluminando a nuestro mundo? ¿Estaremos por el
testimonio de nuestra vida siendo esa luz para los hombres de hoy? ¿Por qué sigue habiendo tanta
oscuridad si decimos que somos tantos los cristianos que creemos en Jesús?
Todos con
mucha facilidad nos quejamos de que el mundo anda mal; nos sentimos sobrecogidos
ante tanto mal que reina en nuestro mundo, injusticias, pobreza, falta de paz,
corrupción a todos los niveles, hipocresía y falta de autenticidad, y así podríamos
seguir haciendo una lista interminable. Es el mal que le duele a nuestro mundo,
es el mal que nos llena de tanto sufrimiento, es el mal que nos hace un mundo
enfermo y un mundo de muerte. Pero Jesús nos envió a curar a ese mundo, a
iluminar a ese mundo, a hacer un anuncio de evangelio que transforme ese mundo.
Y como hemos
escuchado recientemente nos dio poder para curar, para sanar, para resucitar y
llenar de nueva vida, para expulsar demonios, para expulsar ese mal de nuestro
mundo. ¿Qué hemos hecho? ¿Dónde por nuestro testimonio y nuestra palabra se
están haciendo reverdecer de nuevo los signos del Reino de Dios? ¿No habremos
ocultado la luz en lugar de ponerla en lugar bien visible para que alumbre a
todos los de la casa?
Yo me miro a
mí mismo caminando en medio de la gente que me rodea, familias, amigos, vecinos
y me pregunto en qué medida yo soy luz para esas personas, qué anuncio estoy
haciendo del evangelio de Jesús, cómo atraer a esas personas que hoy vemos tan
indiferentes por ejemplo al hecho religioso, a una vida cristiana, a una
cercanía de la Iglesia para que descubran que hay una luz que nos ilumina y nos
da un nuevo sentido, y eso lo puedan palpar en mi vida. Algunas veces siento
que soy uno de tantos que de igual manera va caminando sin luz que reflejar en
medio de ese mundo a oscuras. Me inquieta eso en el corazón.
Y sí, tenemos
que preguntarnos seriamente, si la Iglesia hoy está dando verdadero testimonio
de esa luz con lo que hace que algunas veces da la impresión que solo sabemos
mantener unos fuegos sagrados, pero que no terminan de ser esa luz que ilumine
y que atraiga desde una tarea de verdadera evangelización. Nos conservamos
muchas veces con unas celebraciones muy pías para dentro, para los de siempre,
pero no se es capaz de despertar a algo nuevo como tiene que ser siempre el
evangelio de Jesús.
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