Hemos
de caminar también en medio de nuestro mundo realizando los signos del Reino de
Dios para que alcance esa luz y encuentre de nuevo el sabor del evangelio
Oseas 8, 4-7. 11. 13; Sal 113; Mateo
9, 32-38
Los signos
del Reino de Dios se van prodigando en la medida en que avanzamos por las
páginas del evangelio. Aquellas señales anunciadas por los profetas y que Jesús
mismo nos recuerda cuando proclama la profecía de Isaías en la Sinagoga de Nazaret se van cumpliendo. Escuchamos el
relato de la resurrección de la hija de Jairo, como la curación de la hemorroísa
que se había acercado con fe a Jesús queriendo tocarle al menos la orla de su
manto; se van sucediendo relatos de curaciones de ciegos a los que se les
devuelve la vista o como es el caso que escuchamos hoy en el evangelio será un
hombre atenazado por el espíritu del maligno y que no podía hablar el que ahora
es curado por Jesús para que pueda manifestarse y expresarse con entera
libertad.
Son los signos que nos liberan, y no solo de enfermedades o limitaciones físicas,
sino de ese mal que más hondo mora en nosotros y del que Jesús quiere
liberarnos. Son muchos los que acercan hasta Jesús para ver la liberación y la salvación
en sus vidas. Es el signo y señal de que algo nuevo está comenzando, que una nueva
primavera de vida va brotando con el paso y la presencia de Jesús. Será clara
la liberación que Jesús quiere hacer en nosotros y van brotando semillas nuevas
de ese Reino de Dios que abre horizontes, en encamina para un mundo nuevo.
La gente decía admirada que nunca había visto cosas igual, aunque por
otra parte haya algunos que quieren negar lo evidente y lo que quieren es socavar
los cimientos de la confianza que la gente sencilla y humilde ha puesto en
Jesús. Siempre estarán al acecho los fariseos y maestros de la ley para
hacernos su interpretación, que lo que Jesús hace no es con el dedo de Dios,
con el poder de Dios, sino con el poder del príncipe de los demonios. Como
Jesús les hará ver en alguna ocasión, todo reino dividido se destruye a sí mismo,
luego son incomprensibles y sin sentido las palabras de los que quiere
enturbiar la acción de Jesús que va así realizando el Reino de Dios.
Hoy le contemplamos recorriendo las ciudades y las aldeas de Galilea
anunciando la llegada del Reino de Dios y realizando esos signos que nos
manifiesta que ya el Reino de Dios está
entre nosotros. ‘Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque
estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Pero
realizaba los signos, curaba de toda clase de enfermedad, iba transformando el
corazón de los hombres y mujeres que le rodeaban y le escuchaban, porque algo
nuevo, una vida nueva iba brotando en ellos.
¿Cómo estamos haciendo presente el
Reino de Dios hoy en este mundo concreto que nos ha tocado vivir? ¿Estaremos
haciendo resplandecer de verdad esos signos del Reino de Dios que se han de ir
manifestando en nuestra vida? Tenemos que ser un signo bien palpable en medio
de nuestro mundo, donde también muchos se sienten extenuados, desorientados, abandonados.
Es nuestra tarea.
Hemos de caminar también en medio de
nuestro mundo, como Jesús caminaba en medio de aquellos pueblos de Galilea y
toda Palestina, realizando de la misma manera esos signos del Reino de Dios
para que el mundo alcance esa luz, para que tantos se dejen iluminar y renovar
por esa luz y encuentren de nuevo el sabor del evangelio. Por eso nos ha dicho
Jesús que tenemos que ser luz del mundo y sal de la tierra. No lo podemos
olvidar. Un amplio campo que se abre ante nosotros y por el que también debemos
orar, como nos está pidiendo hoy Jesús. ‘La mies es abundante, pero los
trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores
a su mies’.
Estemos atentos a esto que nos dice
Jesús hoy en el evangelio. También tenemos que orar, por la abundancia de
trabajadores, pero también por la realidad de ese mundo en medio del cual
estamos. Será nuestra oración lo que lo vivificará porque hará que se derrame
el Espíritu del Señor sobre él.
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