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viernes, 8 de julio de 2022

La fortaleza del amor y de la esperanza con la fuerza del Espíritu nos hará perseverantes, porque solo el que persevere hasta el final podrá disfrutar de los laureles de la victoria

 


La fortaleza del amor y de la esperanza con la fuerza del Espíritu nos hará perseverantes, porque solo el que persevere hasta el final podrá disfrutar de los laureles de la victoria

Oseas 14, 2-10; Sal 50; Mateo 10, 16-23

Mantener a todo trance la fidelidad a una misión, a una responsabilidad o a unos valores y principios, aunque tendría que ser lo que expresara y manifestara la madurez de una persona, hemos de reconocer que no siempre es tarea fácil. Hay ocasiones en que se nos pone cuesta arriba, porque ser fiel a una misión podrá significar tener un mundo adverso y en contra que nos pone dificultades; son muchas las cosas que nos pueden distraer de nuestra responsabilidad y cuando decimos distraer podemos pensar en cosas que nos atraen, que nos ofrecen otros contravalores, que nos tientan de alguna manera para hacer dejación de aquello que es nuestra responsabilidad; no siempre vamos a ser bien entendidos por los que están en nuestro entorno o muchas veces aquello que pretendemos desarrollar nos hace caminar como a contracorriente de lo que habitualmente se hace o se vive.

El camino de maduración de la persona ha de prepararlo para enfrentarse a esas diversas situaciones y ha de hacerlo sentirse fuerte para desarrollar su responsabilidad o su misión. Es lo que Jesús va haciendo con el grupo de los discípulos más cercanos, aquellos que un día han de recibir la misión de continuar la obra de Jesús. Aquella Buena Nueva que Jesús está anunciando ha de ser Buena Nueva para todos, para las gentes de todos los lugares y de todos los tiempos. Y Jesús les está diciendo que no es fácil, que incluso van a tener que sufrir por mantener aquella fidelidad, por hacer ese anuncio que el mundo no siempre comprenderá y se va a poner enfrente.

Van a ser enviados como ovejas en medio de lobos; y han de saber enfrentarse a esa situación, pero el estilo no va a ser utilizar las mismas armas que el mundo utiliza. Se ha de estar, sí, con el ojo avizor, pero caminamos desde la sencillez y la humildad del amor, que es toda nuestra fortaleza. Esa fortaleza del amor y de la esperanza que nos hará perseverantes, porque solo el que persevere hasta el final podrá ver los laureles de la victoria.

¿Dónde encontrar esa fuerza para la perseverancia, lo que nos va a hacernos mantener en la esperanza a pesar de todas las turbulencias que en el mundo podamos encontrar? No nos deja solos. Nos promete la fuerza de su Espíritu. Aquel Espíritu divino del que estaba lleno Jesús para anunciar esa buena nueva en aquel mundo que para El también fue tan adverso. Aquel Espíritu que un día le condujera al desierto antes de comenzar su actividad apostólica para comprender lo que iba a ser la tentación, pero también lo que era la fortaleza que le venía del cielo para alcanzar la victoria; aquel Espíritu que conducía a Jesús por aquellos caminos haciendo siempre el bien y anunciando la alegría y la esperanza de la salvación de un mundo nuevo; aquel Espíritu en cuyas manos se pondría en la hora de la victoria final, aunque para el mundo pudiera parecer la hora de la derrota y de la muerte.

Es el Espíritu que nos conduce, que conduce a su Iglesia, que nos inspira, que nos da fortaleza, que pone palabras en nuestros labios y fortaleza en el corazón, que nos libera de todo mal y de toda esclavitud, que nos libera de cegueras y de esclavitudes, que abre nuestros oídos para escuchar en el corazón la voz de Dios y nuestros labios para hacer valientes el anuncio de la Buena Nueva.

Es el Espíritu que ha conducido a la Iglesia de todos los tiempos y a pesar de las tormentas por las que ha tenido que pasar, sigue ahora en pleno siglo XXI haciendo el mismo anuncio del Evangelio; es el Espíritu que dio fortaleza a los mártires o puso la sabiduría de Dios en cuantos confesaban con valentía su fe; es el Espíritu que sigue haciendo resplandecer la santidad de la Iglesia aunque todos seamos pecadores.

‘Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará’.

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