Dejémonos
tomar de la mano de Jesús para levantarnos de nuestras posturas de muerte y
aprender a ofrecer nuestra mano generosa en abrazo de amistad para todos
Oseas 2, 16. 17b-18. 21-22; Sal 144; Mateo
9, 18-26
Una mano
tendida puede tener diversos significados; puede ser la mano que con violencia
viene en mi contra para hacerme daño, o puede ser la mano pacífica que viene en
sones de paz con su saludo; puede ser la mano desconfiada y que está a la
defensiva, ocultando negruras interiores, o puede ser la mano dadivosa en el
compartir y en el dar generosamente.
A manera de
anécdota puedo decir que mi perrito es muy sensible ante la mano que se le
acerca; si viene de un desconocido desconfía y se pone en guardia para la
defensa o para el ataque, pero si es una mano que se deja caer pacíficamente la
lame como señal de amistad dándole permiso, por decirlo así, para que le
acaricie. ¿Desconfiamos nosotros también y nos ponemos a la defensiva ante una
mano que se nos acerca? ¿Ofrecemos generosamente nuestra mano como signo de
amistad y de paz y como señal de la vida que queremos también compartir?
En el evangelio de hoy aparece
repetidamente la señal de la mano. ‘Mi hija acaba de morir. Pero ven tú,
impón tu mano sobre ella y vivirá’, le suplica aquel jefe de los judíos que
acude a Jesús desde la desesperación y la angustia de su niña que está en las
ultimas. Al final, cuando llegue Jesús a la casa de Jairo, mientras aparta a
las plañideras y todos lo que hacían llanto diciendo que la niña no está muerta
sino dormida, la tomará de la mano y se la dará a sus padres llena de vida.
Pero en medio aparece otro personaje
mientras van de camino. Será una mujer la que tenderá su mano para tocar al
menos la orla del manto de Jesús también desde la angustia de su enfermedad que
la volvía impura y que con su gesto podía hacer incluso impuro a Jesús, por
dejarse tocar por una mujer que sufre de fuertes hemorragias.
Es la mano de la súplica llena de
esperanza que se salta todas las barreras porque quiere llegar hasta donde está
la vida, donde pueda encontrar la salud y la salvación. ‘Tu fe te ha
salvado’, le dice Jesús cuando rebuscando entre la multitud que lo
apretujaba quien lo había tocado aquella mujer se atreverá a decir que ha sido
ella quien ha tocado el borde de su manto para encontrar la salvación.
Ahí está la mano tendida de Jesús que
nos trae vida y salvación, que nos libera de todas las impurezas y ataduras,
que nos resucita y nos levanta de todos nuestros sueños oscuros para que
podamos tener nueva vida, nos pone en camino de vida y de salvación.
Mucho tendríamos que aprender de este
evangelio para el signo de nuestras manos, para el actuar de nuestras manos
como señal de lo que hacemos y somos con nuestra vida. muchas veces nuestras
manos han marchado ensombrecidas por sueños de muerte y de violencia; muchas
veces nuestras manos han sido puños cerrados que no quieren dejar escapar nada
de lo que pueden contener; muchas veces nuestras manos se han convertido en
barreras que separan y apartan, que aíslan, que ponen a un lado, que
discriminan porque no se quien juntar con las de otro color o las de otra raza;
muchas veces nuestras manos se ocultan porque encierran negruras impuras de los
malos deseos y son muestras de la ambición que todo lo quiere acaparar, llevan
escondidas los cuchillos de la traición y de la violencia, no quieren ofrecerse
limpias como signos de paz.
Que nuestras manos sean siempre de bendición
y de vida, de consuelo para los que sufren y paño que limpie las lágrimas de
los que lloran, muestren la cercanía de nuestro corazón y el valor que le damos
a todo el que está a nuestro lado o se acerca a nosotros, están siempre
abiertas y limpias de toda malicia, y sean cauces generosos de nuestro
compartir, se cogerse de la manos de los demás para sentir y expresar la
comunión que entre todos queremos construir, y se extiendan ampliamente para
acoger a todos en un abrazo de paz.
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