No
temamos las soledades ni las luchas, no tengamos miedo a la dureza del camino,
a las oscuridades o las poderosas las fuerzas del mal, ‘yo he vencido al mundo’
nos dice Jesús
Hechos de los apóstoles 19, 1-8; Sal 67;
Juan 16, 29-33
Sentirse solo
es duro y es triste. Hay momento duros así en la vida; quizás nos lo hemos
buscado por nuestro carácter, por nuestra forma de actuar, porque muchas veces
hemos querido andar solos así en la vida y no hemos aprendido a convivir con
los demás; otras veces los amigos o las personas que tendrían que ser cercanas
a nosotros nos abandonan, no quieren estar con nosotros, no quieren sentirse
comprometidos, falta una verdadera amistad, surgen las cobardías y los miedos,
la falta de compromiso, y no tiene uno a quien acudir.
Muchas y
diversas formas de soledad, de abandono, en gente con problemas, en personas
mayores, en quienes han optado por ese camino de soledad en la vida; lágrimas
de amargura quizás, tristeza al ver que nadie quiere estar junto a ti,
sensación de fracaso porque no supiste convencer a los que caminaban a tu lado
que aquel camino era posible y era el mejor, dolor en el corazón cuando te
faltan los amigos que te apoyen o simplemente estén a tu lado por sus miedos o
sus cobardías.
Podemos ver
mucho de esto en nuestro entorno a pesar de que digamos que vivimos en una
sociedad tan desarrollada, pero que abandona a seres queridos, ¿dónde estará
ese desarrollo? Aunque estemos repitiendo mucho eso de la solidaridad y cosas
tan bonitas, no siempre aparecen esos gestos de solidaridad con los que están
solos; mucho de esto de una forma u otra incluso podríamos estar pasando y
sufriendo en nosotros mismos.
Me hace
pensar en todo esto y muchas más consecuencias que se podrían sacar, los
anuncios que Jesús hace a sus discípulos en la noche de la cena. Les habla de
abandonos y de traiciones, de huidas y de negaciones; cosas todas que se van a
ir sucediendo en aquella noche. Será quizás el grito que luego Jesús voceará
desde la cruz, ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’
Cuando los discípulos
en aquella noche de confidencias ahora expresen que creen en El, porque ahora
si les habla claro, les replicará: ‘¿Ahora
creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os
disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo,
porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz
en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’.
Pero Jesús no se siente solo, siente la
presencia del Padre con El. Aquellas palabras de la cruz será el comienzo de
una oración, de un salmo, donde al final lo que se manifiesta en la confianza
que se tiene en Dios. Por eso las últimas palabras de Jesús en la cruz serán
ponerse en las manos del Padre.
Ahora nos está diciendo, porque lo dice
por nosotros y para nosotros, que luchas no nos van a faltar; tenemos bien
clara la experiencia de la vida tan llena de luchas, de problemas, de
contrariedades, de dificultades hasta para el mismo crecimiento personal, o lo
difícil que va a ser cumplir la misión que Jesús nos confía porque el mundo no
está con nosotros – como nos ha dicho en otro momento, el mundo nos odia – pero
tenemos la confianza de que Dios está con nosotros. Es la promesa del Espíritu
que repite tantas veces a lo largo de la cena. Es lo que ahora nos está
diciendo. ‘Tened valor: yo he vencido al mundo’.
Por eso no temamos las soledades que
parecen acogotarnos tantas veces en la vida, no temamos tener que enfrentarnos
a todas esas luchas, no tengamos miedo a la dureza del camino, no nos echemos
para atrás por las oscuridades que nos puedan aparecer, no nos acobardemos
aunque nos parezcan poderosas las fuerzas del mal. ‘Yo he vencido al mundo’,
nos dirá Jesús. Signos de ello nos ha ido dando los milagros que realizaba,
recordemos, por ejemplo, aquella tempestad calmada en medio del mar. El
Espíritu de Jesús estará con nosotros. Con fuerza lo pedimos de manera especial
en esta semana que media hasta Pentecostés.
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