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jueves, 2 de junio de 2022

Es doloroso el escándalo de la falta de unidad en nuestras comunidades que las destruye y nos impide ser signos auténticos de Jesús para que el mundo crea

 


Es doloroso el escándalo de la falta de unidad en nuestras comunidades que las destruye y nos impide ser signos auténticos de Jesús para que el mundo crea

Hechos de los apóstoles 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26

Dolor sentimos en el alma cuando vemos que una cosa, una tarea, una obra que con mucho cariño habíamos emprendido luchando y trabajando por conseguir lo mejor, por culpa de la división o el enfrentamiento de aquellos por los que trabajamos o que serían sus beneficiarios o de aquellos que tenían la misión de continuar dicha tarea, aquello se destruye y se viene abajo.

¿Por qué tienen que surgir esas ambiciones que nos enfrentan y que nos hacen estar como a la rapiña? ¿Por qué no somos capaces de con el mismo mimo y cuidado seguir haciendo que aquello se mantenga en pie, pues con tanto bien puede a la larga beneficiarlos a todos?

Pero mira cómo somos, qué pronto lo que comenzamos a hacer es buscar nuestro beneficio, o como nos sentimos mal cuando vemos que otros son felices y las cosas le marchan bien. Envidias, recelos, desconfianzas, ambiciones, orgullos tantas cosas que se nos meten por medio y son causa de destrucción en lugar de mantener la unidad.

Nos sucede tantas veces en todos los ámbitos de la vida social. Pareciera que siempre nos gusta estar jugando a la guerra; pero no es un juego, es una cruel realidad en nuestras comunidades, en nuestros grupos y desgraciadamente lo vemos también en el ámbito de nuestras comunidades cristianas, en nuestras parroquias, en nuestra Iglesia. Queremos que sobresalga nuestro grupo y no nos importa destruir lo que hagan los demás; en nuestros orgullos y vanidades lo que pretendemos es sobresalir porque a la larga lo que queremos es humillar a los que no son de nuestra cuerda.

Es doloroso, pero es la realidad. Es doloroso y no nos podemos cruzar de brazos. Es doloroso y tenemos que escuchar hoy la oración de Jesús al Padre pidiendo por la unidad de todos los que creemos en El. El sabía bien lo que nos iba a suceder. Cuántas guerras nos hacemos también dentro de la Iglesia. Cuánto nos falta de la misericordia, pero de la de verdad. Cuánto nos falta del amor verdadero que hace verdadera comunión.

Cuando hablamos de la unidad de la Iglesia nos refugiamos enseguida en ese gran drama de la Iglesia de Jesús que es la falta de la unidad de los cristianos que ha creado tan diversidad de Iglesias en que todos se quieren considerar la verdadera y tanto nos cuesta ese diálogo y entendimiento pero lo que llamamos la unidad de los cristianos. Claro los cristianos de pie nos parece que casi tenemos que desentendernos de eso por va por otras alturas y ahí poco podríamos hacer.

Pero no olvidemos que el escándalo de la falta de unidad está en nuestras pequeñas comunidades, en esa misma Iglesia a lo que nosotros pertenecemos y en la que vivimos que vive tantas veces rota por dentro. Y ahí sí tenemos mucho que hacer, ahí tenemos que comenzar a poner esa unidad y esa necesaria comunión; entre los más cercanos, entre los que nos encontramos todos los domingos cuando entramos o salimos de nuestras celebraciones pero que ni nos conocemos aunque seamos del mismo pueblo. En esas pequeñas comunidades en las que muchas veces destruimos tanto con nuestras críticas, con nuestro despego y no participación, con nuestra dejadez y despreocupación. Qué imagen tan desastrosa damos tantas veces ante el mundo que nos rodea.

Escuchemos las palabras de Jesús y rumiémoslas en nuestro corazón. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí’.

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