Como
Jesús hemos de aprender a mirar para saber llegar al fondo del alma y comenzar
a creer en los otros, perder los miedos a mirar y hacer desaparecer las
desconfianzas
Hebreos 4,12-16; Sal 18; Marcos
2,13-17
Vamos de paso o vamos de paseo,
pero no terminamos de ver, no miramos ni
contemplamos. Y se nos pueden pasar las cosas desapercibidas. Pero quizá lo de
menos sea que se nos pasen las cosas desapercibidas aunque tendríamos que tener
espíritu contemplativo para observan tantas maravillas con las que nos podemos
ir encontrando. Lo más grave quizás sea que pasemos de largo y no veamos a las
personas, nos pasen desapercibidas.
Pero nuestra mirada no puede ser
superficial ni solamente externa; tendríamos que ahondar más, se capaces de
mirar a los ojos y a través de los ojos llegar al alma, llegar a contemplar y
comprender lo que hay en el corazón de cada persona con la que nos vamos
cruzando. Es difícil pero nos llevaríamos grandes sorpresas, porque podríamos
encontrar cosas bellas, podríamos encontrarnos maravillosos valores en esas
personas, que sí se nos han pasado desapercibidos.
Hoy el evangelio nos habla de que Jesús
iba de paso para la orilla del lago; allí se detuvo a charlar con la gente, a
hacer el anuncio del Reino; era su constante en aquellos momentos, pues aún
estaba haciendo el primer anuncio invitando a seguirle, invitando a
convertirse, a cambiar los corazones, que exigiría quizá también otros cambios
más profundos en la vida de las personas.
Pero Jesús estaba atento a todo; El no
pasaba simplemente de largo. Por eso nos dice el evangelista que al pasar se
fijo en Leví, el recaudador de impuestos, que estaría allí en su garita o
detrás de su mesa, o sentado en un banco de la plaza, pero que estaba en su
oficio. Pero Jesús se fijó en él y lo invitó a seguirle. Era una interpelación
directa que pareciera que no permitía ninguna otra respuesta. ‘Sígueme’,
y aquel hombre lo siguió, se levantó y se fue con Jesús y llevó a Jesús a su
casa.
Son esas miradas de Jesús y esas
palabras que interpelan y que parece que exigen pero que son una invitación al
amor, a ser capaces de despojarse de muchas cosas. Leví estaba en su oficio, en
su negocio; porque la tarea de recaudador de impuestos era un negocio, tenía
sus ganancias, porque probablemente el hecho de manejar muchos dineros hiciera
que también se convirtiera en prestamista; lo podemos deducir de otros momentos
del evangelio. Tenía su negocio montado y su vida asegurada.
Y ahora Jesús le invita a algo nuevo
que es una incertidumbre porque no sabemos a qué derroteros nos puede llevar el
seguimiento de Jesús. Pero con en un buen negocio, aunque se desprendiera de
todo, él se arriesgó y se fue con Jesús. Y vaya si acertó. Se le veía contento
porque ofreció un banquete a Jesús y sus discípulos y también a sus amigos de profesión.
Jesús había mirado el corazón de Leví y en contra de todo lo que otros pudieran
pensar sabía cuales eran sus valores y a lo que estaba dispuesto.
¿Seríamos nosotros capaces de poner
nuestra vida en un riesgo ante una invitación semejante a la que recibió Leví
en aquella mañana? Claro que tendríamos que dejarnos mirar por Jesús y El
llegue al fondo de nuestro corazón. Como nosotros tenemos que aprender a mirar
a los demás para saber llegar al fondo del alma de los demás y comenzar a creer
en los otros. Perder los miedos a mirar y hacer desaparecer las desconfianzas.
No nos atrevemos muchas veces a mirar porque vamos ya llenos de prejuicios, nos
hacemos nuestra idea y no confiamos en los demás. Por eso no miramos, pero
tampoco nos dejamos mirar. Nos contentamos con ir de paso pero sin contemplar
las grandezas del alma de todos aquellos con los que nos vamos encontrando.
En aquella ocasión había algunos que
desconfiaban. Por allá andaban diciendo los fariseos y los letrados cómo se
atrevía Jesús a comer con aquella gente si eran unos pecadores. Habían hecho su
juicio y su condena de antemano. Cosa que Jesús nunca hará, porque siempre está
presente la misericordia del Señor y aunque haya enfermedad, aunque haya
pecado, siempre se puede alcanzar la curación porque siempre se puede alcanzar
el perdón. Jesús es el médico que viene a curar y viene a salvar.
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