Cuando
comencemos a ser capaces de perdonar estaremos pareciéndonos de la mejor de las
maneras a Dios que es compasivo y misericordioso
Hebreos 4,1-5.11; Sal 77; Marcos 2,1-12
¿Os habéis detenido a pensar alguna vez
cómo hemos llenado la vida de barreras? Y no estoy pensando en las fronteras
que separan las naciones y los estados cuando pensábamos que algunas se habían
superado pero otras han vuelto a reaparecer; no pienso solo en la vallas que
dividen los territorios y separan las propiedades donde ya no podemos decir que
ancho y libre es el campo; no quiero pensar solo en las prohibiciones de todo
tipo de nuestras leyes, de los decretos que acompañan y que también de alguna
manera merman las libertades de las personas. Y así podríamos seguir poniendo
muchos ejemplos, porque son muchas y bien diversas las barreras que dividen
nuestro mundo.
Hay otras barreras que nos imponemos
los unos a los otros en nuestras relaciones cuando no somos capaces de
aceptarnos y de respetarnos, cuando aparecen tantas discriminaciones desde
diferentes latitudes vamos a decirlo así por hacerlo de una manera suave,
cuando de alguna manera ponemos impedimentos para nuestros encuentros, porque
terminamos por no dejar entrar en nuestro corazón a muchas personas ni nosotros
podemos traspasar ciertas fronteras que se han levantado para poder entrar en
el corazón de los otros.
Ya mencionábamos la aceptación mutua y
el respeto, pero que nos tiene que hacer pensar en esos candados que ponemos en
nuestro corazón para impedir que entre la comprensión en nuestro corazón y
seamos al final ser compasivos los unos con los otros. Un candado terrible que
ponemos en el corazón es la incapacidad de perdonar de la que algunas veces nos
dotamos. Es una de las peores exclusiones que hacemos de los demás, pero que en
el mundo en que vivimos vemos como tan normal los resentimientos y los rencores
que hasta nos puede parecer una gloria el mantener esa dureza de corazón para
no perdonar a los demás.
Me ha hecho pensar en todo esto el
evangelio que hoy se nos propone. Aquellos hombres que traen un paralítico para
llevarlo a los pies de Jesús y todo son trabas para que pueda llegar hasta El.
La misma gente que buscaba a Jesús y quería estar cerca de El se lo impedía. No
podían entrar por la puerta por la gente que se agolpaba y no los dejaban
pasar. Pero hay gente valiente que se quiere saltar las barreras y aquellos
hombres son capaces de abrir un boquete en el techo de la casa para descolgar
por allí al paralítico hasta los pies de Jesús.
Pero es que allí se va a encontrar
también otras barreras. Cuando Jesús quiere ofrecerle la sanación más profunda
que no solo será curar sus miembros paralizados, sino ofrecerle el regalo del perdón
de los pecados, aparecen los fariseos y escribas que están al acecho y dicen que
eso no se puede hacer, que Jesús está blasfemando porque se está atribuyendo un
poder de Dios. Barreras como las que nos seguimos poniendo nosotros en la vida
con nuestros corazones llenos de candados para mantener por tiempo sin fin
rencores y resentimientos. Qué duros somos de corazón.
¿Seremos capaces de romper algún día
esas barreras que nos estamos interponiendo los unos contra los otros?
¿Llegaremos a tener un corazón compasivo y misericordioso como tantas veces nos
enseña Jesús en el evangelio para abrir nuestros corazones al perdón y ser
nosotros los primeros que sintamos la verdadera paz en nuestro corazón? ¿Se nos
habrá ocurrido pensar que cuando somos capaces de perdonar estamos pareciéndonos
de la mejor de las maneras a Dios que es compasivo y misericordioso?
Si fuéramos capaces de romper esta
barrera para abrirnos al perdón seguro que otras muchas barreras que nos hemos
interpuesto en la vida, como hacíamos mención al principio, también irán
desapareciendo de nosotros y de nuestra sociedad. Seguro que esa acritud con
que se está hoy viviendo la vida y las mutuas relaciones a todos los niveles
desaparecerá y comenzaremos a tener un mundo de mucha paz.
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