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sábado, 10 de octubre de 2020

Cristo nos está diciendo que hagamos como hizo María, la que plantó la Palabra de Dios en su corazón y dio fruto

 


Cristo nos está diciendo que hagamos como hizo María, la que plantó la Palabra de Dios en su corazón y dio fruto

Gálatas 3, 22-29; Sal 104;  Lucas 11, 27-28

Orgulloso se siente el hijo cuando le piropean a su madre con las mejores alabanzas y orgullosa se siente la madre cuando alaban las virtudes y los valores del hijo pero señalando que es un buen hijo de tal madre. Todos nos sentimos orgullosos de nuestra madre; para nosotros es lo mejor del mundo, de ella hemos recibido siempre el calor del amor y del cariño y ella ha sido siempre la mejor maestra de nuestra vida.

Siempre descubrimos algo bonito en nuestra madre, siempre estaremos resaltando sus virtudes y sus valores, siempre la llevaremos en el corazón y cuando ya no está con nosotros la idealizamos aun más en nuestro amor porque siempre estaremos recordando cuanto de ella recibimos.

Quizá cuando nos falta comprendemos mejor de sus sacrificios, de su entrega, y recordaremos cuando se quitaba hasta el pan de su boca para dárnoslo a nosotros. Por eso oír hablar bien de nuestra madre nos llena de orgullo y satisfacción y nuestro corazón llorará siempre con lágrimas de emoción. Como a la inversa la madre se siente orgullosa de sus hijos y siempre verá en ellos lo que de ella aprendieron aunque muchas veces pareciera que costara mucho la enseñanza y formación. Pero para una madre esos sacrificios y trabajos nunca los sintió como dolorosos sino como algo que surgía espontáneo del amor que llevaba en su corazón.

Hoy escuchamos en el evangelio como una mujer anónima levanta su voz en grito para alabar a la madre. Alaba a la madre por lo que contempla en el hijo; cuando escucha a Jesús, cuando contempla todo lo que es su obra, cuando ve con detalle toda aquella humanidad llena de amor que brota del corazón de Cristo en su cercanía y en su atención a todos, en su misericordia con los pecadores, con los humildes y con los sencillos y en su compasión llena de amor para con los enfermos, en la valoración y respeto que tiene con todos y sobre todo con los que son menos considerados en aquella sociedad como eran la mujeres o como eran los niños, no puede menos aquella mujer que pensar en la madre que todo eso fue capaz de trasmitir a su hijo y por eso para ella la alabanza y la bendición. ¡Dichosa madre que tiene tal hijo! ‘Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron’. Dichosa la madre que te parió, hubiéramos dicho nosotros en un lenguaje más castizo. No era para menos.

Sí, Jesús tendría que sentir el orgullo de hijo cuando tales alabanzas eran gritadas en honor de su madre. No rechaza Jesús aquellas alabanzas, pero sí quiere enseñarnos algo más y se aprovecha de aquellas palabras para enseñarnos como nosotros podemos ser dichosos y bienaventurados también. ‘Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’.

Sí, nos está enseñando Jesús que nosotros podemos ser también dichosos y felices. María lo era, porque ella fue la primera y la mejor que plantó la Palabra de Dios en su corazón. ‘Hagase en mi según tu palabra’, le había dicho al ángel. María fue la que tuvo siempre abierto su corazón a Dios y a lo que era su voluntad. Es, podemos decir, la primera discípula. Por algo el ángel le diría que era la llena de Dios, en la que rebosaba la gracia del Señor. Porque María sabía decir Sí, porque María buscaba en todo momento lo que era la voluntad de Dios, porque Maria tenia siempre su corazón abierto para escuchar a Dios. Pero no eran solo palabras que entraban por sus oídos, sino que todo se transformaba en su vida.

Hoy cuando escuchamos este cruce de alabanzas podíamos decir que Jesús nos está diciendo que seamos como María. Si María un día les dijo a los sirvientes de las bodas de Caná que hicieran lo que El les dijera, ahora Cristo nos está diciendo a nosotros que hagamos como hizo María, la que plantó la Palabra de Dios en su corazón y dio fruto.

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