Que encontremos la placidez y la paz de Betania pero que
sepamos ser ese patio del hogar de Betania para los demás
Gálatas 1, 13-24; Sal 138; Lucas 10, 38-42
Confieso que soy un
enamorado de Betania. Pensar en Betania me hace sentir sosiego y paz en el corazón.
Pensar en Betania es sentirme acogido como aquellas hermanas acogían a Jesús y
me impulsa a caminar los mismos caminos. Pensar en Betania me hace imaginar
aquel patio lleno de flores, con sus parrales llenos de frutos o sus
enredaderas llenas de flores, allí junto al camino con las puertas siempre
abiertas, sin barreras que impidan el paso a sentarse al frescor de aquellos
árboles saboreando el perfume de las flores y alrededor de un cesto de frutas
que se ofrece al caminante como señal de hospitalidad.
Podemos imaginar la
escena que nos ofrece hoy el evangelio; podíamos decir que no tiene nada
especial pero lo tiene todo. Marta, quizá la hermana mayor, en sus ajetreos
para prepararlo todo y ofrecer lo mejor a sus huéspedes que ya son sus amigos y
María, quizá la hermana menor -¿más indolente?, no lo tenemos que pensar – pero
con los ojos bien abiertos, con los oídos muy atentos a lo que cuentan los
visitantes. Es la acogida, es la escucha que todos necesitamos y cuando alguien
se sienta a nuestros pies para escucharnos nuestras historias o nuestras
preocupaciones, nos hace sentir también en paz por muchas que sean las
turbulencias que llevemos en el corazón.
Lo que parece una
queja o un reproche de Marta contra su hermana María lo podemos ver en la normalidad
de lo que pueda suceder en momentos así en cualquier familia. ‘¡Dile a esa
chiquilla que se quedó ahí embobada, que venga a ayudar que hay muchas cosas
que hacer!’ es de lo que de alguna manera se quejaba Marta; pero María
estaba haciendo su labor, su acogida, su escucha que tan importante es.
Podríamos haberle replicado nosotros que a los huéspedes no se les deja solos y
es lo que estaba haciendo María.
Nosotros ahora vemos
el texto y decimos con toda razón que María estaba acogiendo y escuchando a Jesús,
y es cierto que nos está enseñando a hacerlo. ‘María ha escogido la mejor
parte’, le diría Jesús a Marta ‘mientras tú andas afanada en tantas
cosas’. Claro que nos vale para sepamos escuchar a Jesús, sepamos escuchar
y acoger su Palabra, sepamos que antes que ponernos a hacer muchas cosas
tenemos que estar bien unidos a El, porque el sarmiento que no está unido a la
vid, no está unido a la cepa no podrá dar fruto. Y aquí mucho tendríamos que
pensar en todo lo que es nuestra vida cristiana, en todo lo que tiene que ser
la espiritualidad que vivamos desde nuestra unión al Señor. Sin esa unión no
tendremos una espiritualidad profunda, sin esa unión nuestra vida se quedará en
la superficie, sin esa unión no vamos a sentir la fortaleza del Señor para nuestra
lucha y para nuestro trabajo, para toda nuestra vida.
Pero hemos de saber
también que cuando acogemos y escuchamos al otro estaremos escuchando a Jesús;
cuando te has detenido en el camino para dar unos buenos días y dedicarle una
sonrisa a aquel con quien te cruzas, cuando has sabido sentarte en silencio al
lado del que sabemos que tiene muchos sufrimientos en su cuerpo o en su corazón,
cuando te has quedado con aquel anciano que una y otra vez te contaba sus
mismas historias pero que era feliz contando sus peripecias a quien lo
escuchara, cuando te has puesto al lado de aquel amigo que sufre en silencio en
sus luchas y en sus dudas y has esperado pacientemente un día y otro a que él
te contara… estabas acogiendo también a Jesús, estabas escuchando también a
Jesús, estabas como María en el patio de Betania a los pies de Jesús en la
Betania aquel hermano al que tratabas de escuchar.
Que encontremos esa
placidez y esa paz de Betania pero que sepamos ser ese patio del hogar de
Betania para los demás porque muchos están deseando encontrar ese lugar de paz
en la escucha de alguien que sepa detenerse en la vida a su lado.
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