Cuidemos palabras, pensamientos, juicios que pueden ir sembrando sospechas y desconfianzas que nos dividen y nos destrozan por dentro
Gálatas 3, 7-14; Sal 110; Lucas 11, 15-26
¿Por qué tenemos que empañar o enturbiar las obras que hacen los demás? Parece que hay gente que es especialista en esa mirada turbia, para buscar siempre un ‘pero’ a lo que hacen los otros; llenamos de malicia el corazón y todos son desconfianzas, y viene el comentario burlesco, y surge el sembrar la duda, y nos vienen las sospechas que ya no nos guardamos para nosotros de las intenciones que puedan tener los otros en lo que hacen.
Es cierto que no todos somos así, no vamos a ser tan negativos, pero sí observamos que entre vecinos, entre familiares incluso, entre compañeros de trabajo siempre hay alguien que está sembrando la duda y la sospecha. Siembra dudas y tendrás a la gente revuelta, siembra dudas y aparecen las violencias de palabras y de obras, siembra dudas y harás que la gente se aleje unos de otros y terminemos enfrentándonos, siembra dudas y te convertirás en un destructor de lo que hacen los demás.
Y eso lo vemos en movimientos sociales que dicen que quieren revolucionar el mundo, eso lo vemos en tantos aspectos y en tantos grupos que van surgiendo en la sociedad. No se trata de ir mansitos tragándonos todo lo que hagan los demás, pero tampoco echemos tierra que enturbie lo bueno que hacen los otros.
Me gusta cuando leo el evangelio y vemos las situaciones y reacciones que se suceden en los distintos personajes del evangelio tratar de verlo reflejado en situaciones de algún modo semejantes que de una forma o de otra aparecen entre nosotros también. Unas veces quizá con mayor acierto otras veces quizás no tanto, pero siempre con el buen deseo de dejarnos iluminar. Si el evangelio fue luz para aquellos momentos y trataba de clarificar entonces lo que iba sucediendo porque allí estaba la Palabra de Jesús que iluminaba y abría caminos, de la misma manera la Palabra de Dios que hoy escuchamos tiene que iluminar lo que nosotros vivimos y también abrirnos caminos nuevos para nuestra vida. La Palabra tiene que ser vida, tiene que ser palabra de vida, tiene que iluminar nuestro corazón y nuestra sociedad.
Es lo que vemos hoy en el evangelio, ‘habiendo expulsado Jesús a un demonio, algunos de entre la multitud dijeron: Por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios’. Algunos entre la multitud dice el evangelista; por allí habían estado siempre al acecho los fariseos, los maestros de la ley que tanto les costaba aceptar a Jesús y sus enseñanzas; no pudiendo hacer otra cosa, aunque un día lo llevarán hasta la cruz, tratan ahora de desprestigiar, manipulando, tergiversando las palabras y los hecho de Jesús. Siempre habrá gente que se deja engañar y es de lo que se aprovechan. ¿No vemos que algo así sigue sucediendo hoy?
Y Jesús les habla de un reino dividido que no podría subsistir si a si mismo unos a otros se hacen la guerra, pero no querrán entender las palabras de Jesús. Pero Jesús previene a sus discípulos. Digamos que este texto de hoy está compuesto como de diversas sentencias, diversos consejos y apreciaciones que Jesús hace a los que le siguen para que no se dejen cautivar por las redes del mal, sino todo lo contrario siempre estemos preparados porque el enemigo ataca fuerte.
No podemos bajar la guardia, viene a decirnos Jesús. Nos sucede muchas veces, nos creemos que ya superamos ciertas cosas, que en esto o lo otro ya no me van a cautivar, pero vemos como nos aflojamos y vuelve la tentación, y volvemos tantas veces a las andadas. Hemos de mantenernos fuertes, hemos de darle verdadera profundidad a nuestra vida, hemos de fundamentarnos en una profunda espiritualidad que será las que nos mantenga a flote cuando vengan de nuevo las tentaciones.
Cuidemos nuestros pensamientos, cuidemos nuestras palabras, cuidemos nuestros juicios, cuidemos de no querer ir siempre sembrando sospechas, cuidado con todo aquello que puede dividirnos y destrozarnos desde lo más hondo de nosotros mismos.
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