Cuando
con humildad y confianza acudimos a Dios estamos abriéndonos a algo nuevo,
abriendo el corazón al amor, nos sentimos amados de Dios y aprendemos a amar a
los demás
Gálatas 3, 1-5; Sal.: Lc 1, 69-75; Lucas 11,
5-13
‘No me molestes; la puerta ya está cerrada…’ fue la respuesta de aquel hombre cuando su vecino
vino en la noche a tocarle en la puerta y pedirle unos panes porque le había
llegado la visita de un amigo. Es cierto que este ejemplo o pequeña parábola
nos la propone Jesús queriendo directamente hablarnos de la oración y de la
perseverancia en la oración aunque nos parezca que no somos escuchados. Pero
creo que también podría hacer pensar en más cosas.
‘No me molestes; la puerta ya está
cerrada…’ yo ahora no puedo, tengo
tantas cosas a las que atender… y cosas así respondemos muchas veces, nos
hacemos despistados por las calles de la vida cuando sabemos que nos podemos
encontrar con alguien que pudiera necesitar nuestra ayuda. Creo que no es
necesario poner muchas cosas para nuestras disculpas, para nuestro pasar la
bola en la vida, porque eso no nos corresponde, porque no siempre vamos a ser
los mismos, pero a la larga en el fondo no queremos ayudar, no sabemos o no
queremos ser solidarios.
Creo que es un primer punto en este evangelio que nos hace reflexionar, que nos hace mirarnos a nosotros mismos porque nos vemos reflejados de mil maneras; incluso esos que decimos que siempre ayudamos, que no le cerramos la puerta a nadie, pero vete a ver cómo lo hacemos. Cuántas cosas hacemos a regañadientes, en cuántas cosas nos ponemos a recular a ver cómo escapamos de la situación y no tenemos que implicarnos, cuántas veces nos quedamos con la mirada gacha cuando se nos hace un llamamiento, o nos volvemos la vista para otro lado para decir que no nos enteramos ¿o no quisimos enterarnos?
Usando esa expresión tan popular ante
este evangelio podemos decir aquello de que matamos dos pájaros de un tiro.
Como ya decíamos quiere hablarnos Jesús de la perseverancia en nuestra oración.
Ante la insistencia aquel hombre al fin accederá a ayudar al vecino con
aquellos panes. No es que Dios nos quiera quitar de encima cuando somos
perseverantes e insistentes en la oración, porque Dios siempre nos escucha.
Pero quizás en esos silencios aparentes
de Dios de alguna manera nos está hablando; nos está hablando porque quizá
mientras insistimos nos pensamos las cosas, mientras insistimos vemos nuevos
caminos que se nos abren que son respuestas de Dios a lo que le pedimos;
mientras insistimos nos estamos viendo a nosotros mismos y cual es la verdadera
necesidad con que acudimos a Dios; mientras insistimos nos vamos purificando
porque por cuanto más nos acercamos a Dios mejor vemos ese camino de santidad y
de gracia que tenemos que recorrer; mientras insistimos y sentimos dolor en el
corazón estamos abriéndonos al verdadero arrepentimiento y a lo que tiene que
ser nuestra auténtica conversión al Señor.
Hoy nos dice Jesús ‘pedid y se
os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide
recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre’. Es la humildad,
es la confianza, es la búsqueda interior, es la seguridad con que acudimos a
Dios. En nuestra oración vamos a encontrarnos con nosotros mismos, con nuestra
más cruda realidad, con nuestra necesidad y con nuestras debilidades, con
nuestros vacíos interiores que necesitamos llenarlos de Dios, y con un nuevo
sentido de vivir.
Cuando con esa humildad y confianza
acudimos a Dios estamos abriéndonos a algo nuevo, estamos abriendo nuestro
corazón al amor, porque nos sentimos amados de Dios pero aprendemos cómo
tenemos que ponernos nosotros a amar a los demás.
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