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lunes, 3 de agosto de 2020

Detrás de las experiencias fuertes nos pueden venir las turbulencias de la vida que nos desestabilizan pero hagámosle sitio a Jesús en la barca de nuestra vida

Detrás de las experiencias fuertes nos pueden venir las turbulencias de la vida que nos desestabilizan pero hagámosle sitio a Jesús en la barca de nuestra vida

Jeremías 28, 1-17; Sal 118; Mateo 14, 22-36

La experiencia que habían vivido allá en el descampado será algo para nunca olvidar. Aquella multitud que había comido aquel pan multiplicado y compartido milagrosamente desde la inmensa compasión que desbordaba del corazón de Cristo. No solo habían sido muchos los que se había curado con la presencia de Jesús y su amor misericordioso sino que hambrientos de pan pero también de paz y de esperanza en Cristo se habían saciado plenamente. Y aquello lo habían vivido en primera persona aquel grupo de los discípulos a los que Jesús les había dicho que les dieran de comer, aunque solo tuvieran cinco panes y dos peces.

Pero algunas veces tras las experiencias fuertes nos quedamos como aturdidos, sin terminar de comprender y asimilar todo lo que se ha vivido y vienen los momentos posteriores que en cierto modo pueden ser de turbulencia interior, con interrogantes, con dudas,  con cosas que se vuelven oscuras y no se terminan de ver con claridad, que pueden en cierto modo hasta desestabilizarnos para parecer que nos hundimos ante tanta inmensidad.

Lo que nos narra hoy el evangelio sucedido en el lago después del milagro de la multiplicación de los panes puede ser signo de cuanto en nuestro interior nos sucede y camino que nos lleve a buscar donde encontrar la verdadera seguridad. De entrada quizás los mismos discípulos no terminaran de entender el apremio de Jesús para que subieran en la barca y atravesaran el lago. Pero la travesía comenzó a hacérseles costosa; las aguas del lago andaban revueltas, el viento lo tenían en contra y por más que lucharan contra los elementos no lograban avanzar. Como esos espejismos que aparecen en las travesías de los desiertos o en la misma oscuridad de la noche del lago o del mar, creen ver fantasmas porque contemplan a Jesús que camina sobre las aguas. Comienzan las dudas y los temores, el miedo va a apoderándose de su espíritu y ya no saben si ponerse a gritar o querer ellos caminar también sobre el agua.

‘Soy yo, no temáis’, les dice Jesús que les está saliendo al encuentro en medio de aquellas turbulencias que eran más en sus espíritus que lo que pudiera estar sucediendo en el lago. Pero la duda persiste y Pedro pide pruebas porque él también quiere caminar sobre el agua.  Como en las turbulencias de la vida nos gustaría caminar sobre el agua, sobre todos esos problemas como si a nosotros no nos afectaran; es el milagro que siempre pedimos, las cosas extraordinarias que nos gustaría que sucedieran para vernos libres de esas pesadillas que nos acosan. ¿No lo estaremos pidiendo también ahora en la situación concreta en que vivimos donde no sabemos como vamos a salir de estas crisis y de estas pandemias? Pero será otra la manera cómo el Señor se nos manifestará en nuestra vida, y tenemos que descubrirlo.

Jesús le tiende la mano a Pedro que se hundía, ellos le hacen sitio en la barca y ya Jesús está con ellos y parece que todo de nuevo ahora sí vuelve a la calma. ¿Tendremos que hacerle sitio a Jesús en la barca de nuestra vida? ¿Tendremos que aprender ir nosotros hasta Jesús para estar de nuevo con El en su barca y nuestra vida se llene de nueva luz? ‘Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?’ recrimina Jesús a Pedro, a los discípulos y a nosotros también.

Demasiado queremos remar en la vida a nuestro aire, a nuestra manera, solo con nuestras fuerzas y nos olvidamos que el verdadero navegante es el Señor y es El quien nos enseña y quien nos da fuerza. Se nos pasa desapercibido un detalla de este evangelio y es que cuando Jesús apremió a los discípulos a que se subieran a la barca para atravesar el lago, Jesús se fue a la montaña El solo a orar. ¿Cuándo aprenderemos a irnos a la montaña con El? Estos próximos días de nuevo se nos va a recordar esa subida a la montaña para orar.


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