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domingo, 2 de agosto de 2020

Quien de verdad es compasivo en su corazón jamás pasará de largo ante el sufrimiento de los demás siendo capaces de poner a disposición los cinco panes de nuestra pobreza

Quien de verdad es compasivo en su corazón jamás pasará de largo ante el sufrimiento de los demás siendo capaces de poner a disposición los cinco panes de nuestra pobreza

 Isaías 55, 1-3; Sal 144; Romanos 8, 35. 37-39: Mateo 14, 13-21

Quien de verdad es compasivo en su corazón jamás pasará de largo ante el sufrimiento de los demás. Creo que el evangelio que hoy se nos ofrece en la liturgia y escuchamos es buena prueba de ello. El que verdaderamente es compasivo es aquel que sabe ‘padecer con’ porque sabe sentir como propio el sufrimiento del hermano; es algo más que decir ‘pobrecito’ en esa palabra que llamamos compasiva y que nos puede salir como espontánea ante el sufrimiento que contemplamos. Podemos decir pobrecito pero lo vemos separado de nosotros, lejano de nuestra vida, y se trata de algo más porque sufrimos en nuestro corazón el sufrimiento de los otros. Y como decíamos, no podemos pasar de largo que si nada hubiéramos visto o como si nada hubiéramos sentido.

Es lo que vemos que le sucede a Jesús cuando llega a aquel lugar que había buscado por apartado y descampado, pero que se encuentra con una muchedumbre que está esperándolo. Sintió compasión, dice el evangelista, se le enternecieron las entrañas, los amaba con un amor salido de sus entrañas de lo más hondo de si mismo, y nos dice el evangelista que se puso a curar. No tenía prisa, quería llegar a todos y para cada uno quería tener su palabra o su gesto de amor. Se le pasó el día, porque suponemos por lo que nos viene narrando el evangelio que llegaría a aquel lugar en la mañana o el mediodía. Pero comenzó a caer la tarde y seguía derramando amor.

Como se hace tarde son los discípulos los que vienen a decirle a Jesús que despida a la gente para que puedan llegar a algún lugar donde encuentren qué comer. Algo de aquel amor se estaba contagiando también en el corazón de los discípulos, porque ya están atentos a las horas y a las necesidades de aquella gente. Pero aun les falta algo. Es por eso que Jesús les dice: ‘Dadle vosotros de comer’.

¿Qué podían ellos ofrecer si solo llevaban sus pobres provisiones? Por eso su preocupación es que lleguen a algún sitio donde puedan encontrar.  Pero la indicación de Jesús es tajante. ¿Han comenzado a sentir compasión por aquellas gentes? No pueden pasar de largo. Estaban haciendo un análisis bien hecho, porque incluso vendrían diciendo que había quien tenía cinco panes y dos peces.

Pero la compasión no es un análisis frío. Tantas veces nosotros actuamos así. Son tantos los problemas, es tanta la gente que pide porque pasa necesidad, la situación por la que estamos pasando es grave y es difícil poder llegar a todos, tenemos que buscarnos prioridades, todo eso está en estudio porque hay que analizarlo bien, son respuestas que escuchamos o que damos. Y mientras, allí está el sufrimiento, la angustia, la necesidad, la soledad, el abandono. Y parece que nos quedamos tan insensibles que nos vamos a casa y ya le daremos solución otro día. Es duro pensar en todo esto, pero hay que pensarlo.

Aquella compasión que como una llama viva estaba ardiendo en el corazón de Cristo pronto comenzó a extender sus llamaradas. El fuego se contagia y se difunde, así el amor compasivo. Por eso, como un signo, como una señal aparecerá aquel muchacho con aquellos pocos panes y peces, aunque se sabía que no eran nada para tantos. Pero allí están a los pies de Jesús y aquel pan comienza a multiplicarse en la medida en que se comparte y todos comerán y hasta sobrarán doce cestos de panes que se recogen para que no se pierdan.

Son las maravillas del amor. Son las maravillas que hace el Señor cuando nos dejamos contagiar por su amor. Es el milagro de la multiplicación de los panes como así lo llamamos y lo de menos es como se haya realizado, porque lo importante es haberse contagiado de la compasión y del amor del Señor. Y eso es lo que nosotros necesitamos. Como se suele decir, otro gallo nos cantaría.

Claro que si que emplearemos todos los medios técnicos o científicos que estén a nuestra mano para conocer la realidad. Pero bien sabemos que no se trata de números sino de personas, no son solo unas estadísticas que podemos elaborar para un análisis de causas y de soluciones, pero en todo esto hay que poner algo más. No nos puede faltar la compasión verdadera, no nos puede faltar el espíritu del amor. Y entonces sentiremos también esa angustia en nuestro corazón, y no nos podremos quedar quietos ni pasar de largo porque haya otras muchas cosas que hacer.

Hoy la Iglesia está queriendo dar esa respuesta del amor, de la compasión y de la misericordia ante el mundo atormentado por el sufrimiento que nos rodea, pero quizá nos falta que todos los cristianos nos impliquemos más; no podemos contentarnos con una limosna que damos un día o una aportación que hagamos a las obras de caridad de nuestra parroquia.

Tenemos más que ponernos en camino para ir al encuentro de esos hermanos que sufren, tenemos que dejarnos encontrar como se dejaba encontrar Jesús y hoy lo hemos escuchado en el evangelio, tenemos que salirnos con arrojo y valentía de nuestras seguridades, tenemos que abrir más nuestro corazón para que en él quepan todos, para hacerle un lugar al sufrimiento de los demás, para sintonizar mejor con la compasión del Señor. Será la pobreza de solo los cinco panes que tenemos lo que llevemos, pero sabemos bien como en el Señor se multiplicarán.


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