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jueves, 6 de agosto de 2020

Subir al Tabor no es para quedarnos extasiados porque allí estamos bien sino punto de partida de nuevos caminos y nuevos horizontes que se pueden abrir ante nosotros

Subir al Tabor no es para quedarnos extasiados porque allí estamos bien sino punto de partida de nuevos caminos y nuevos horizontes que se pueden abrir ante nosotros

2 Pedro 1, 16-19; Sal 96; Mateo 17, 1-9

¡Qué bien se está aquí! Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!’ La reacción de Pedro y por asentimiento de los otros dos discípulos que habían subido con Jesús aquella montaña alta. La reacción que tenemos cuando nos sentimos a gusto en un lugar, sobre todo después quizás de un esfuerzo grande y llega el momento de relax, de descanso, de pausa, de silencio después de la algarabía.

En las carreras locas en que muchas veces vamos por la vida que parece que nunca tenemos tiempo para detenernos si un día llega ese momento en que podemos parar y relajarnos, ya no queremos salir de allí; ansiamos esos momentos como los de gran felicidad, aunque no siempre sabemos aprovecharlos. Quizá son esos momentos que tantos deseamos en medio de los problemas de la vida, los momentos que buscamos aunque algunas veces los tenemos más cerca de lo que pensamos cuando la vida se nos desestabiliza y perdemos la rutina de lo que veníamos haciendo un día y otro.

Deseamos quizás ese momento que nos ayude a pensar, lo tenemos a mano, pero seguimos buscando otras rutinas u otras carreras como las que siempre habíamos vivido y no aprovechamos las oportunidades que se nos ofrecen que quizá podrían ser un buen arranque para un cambio a mejor en la vida. En los últimos meses la vida, la situación que hemos vivimos y seguimos viviendo nos obligó a hacer paradas, a dejar a un lado esas carreras locas, pero buscábamos quizá en qué entretenernos y no hemos sabido sacarle jugo a toda esta situación. Pero quizá seguimos diciendo ¡qué bien se está aquí si esto durara!

Me estoy haciendo toda esta reflexión a partir de esa frase que le salió espontánea a Pedro cuando contempló aquellos momentos de gloria en el Tabor, que también le llenarían de mucha paz en el corazón. Jesús se los había llevado a aquella montaña alta, haciendo una pausa en aquel caminar de un lado para otro en medio de las llanuras y aldeas de Galilea, porque al manifestarles su gloria en la transfiguración aquello podía ser un buen punto de partida para que terminaran de comprender todo el Misterio de Dios que en El se manifestaba y que fuera además preparación para los momentos duros que se avecinaban en la cercana pascua en Jerusalén.

Aquello  había sido un momento, un momento importante, pero por muy bien que estuvieran no se podían quedar allí. Había que seguir el camino hasta la Pascua, había que bajar de nuevo de la Montaña de la Transfiguración porque tendrían que llegar a la montaña de la pascua, de la pasión y de la muerte para poder finalmente contemplar la gloria de la resurrección de la que ahora estaban como pregustando sus mieles. De alguna manera para los discípulos era incierto lo que se avecinaba, aunque Jesús bien sabía cuál era el camino.

Como nosotros que seguimos en el camino de la vida, volviendo quizá a los mismos caminos y viéndonos obligados a emprender otros distintos. Es lo que tenemos que descubrir, es a lo que tiene que ayudarnos este parón que en la vida estamos haciendo. El camino que iban a recorrer Jesús y sus discípulos hasta llegar al calvario y a la mañana del sepulcro vacío realmente para ellos iba a ser un camino nuevo. Jesús les estaba preparando porque tras la pascua vendría el envío, y sí que tendrían que emprender nuevos caminos iluminados solo por la fe.

¿No necesitaremos nosotros también esa luz de la fe? Cuantos nuevos horizontes pueden aparecer en nuestra vida a donde dirigir nuestros caminos. Y saldremos de estas situaciones, y nos arrancaremos de nuestros problemas, y tendremos en muchas ocasiones que emprender una vida distinta que se nos presenta bastante incierta en las decisiones que tendremos que tomar. Pero la luz del Tabor tiene que seguir iluminándonos en esa bajada de la montaña y ese camino que vamos a realizar y que tenemos que hacerlo con un sentido nuevo.

Cada uno pensemos en nuestra situación, en nuestros problemas, en nuestras dudas y hasta en nuestros miedos, cada uno pensemos en ese camino que el Señor nos está llamando a recorrer.

 


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