Queremos la felicidad pero busquemos el camino por el que
haciendo felices a los demás podemos todos disfrutar de la dicha del amor
Nehemías 2, 1, 3; 3, 1-3, 6-7; Salmo: Dt 32;
Mateo 16, 24-28
Tenemos que reconocer
que nos gusta una vida cómoda y fácil; cuando nos llegan los momentos de los
sacrificios, de apretarnos el cinturón, de ver que no podemos conseguir todo
aquello que ansiamos o que nos han prometido poco menos que nos ponemos de mal
humor y parece que la vida se nos hace insoportable y no merece la pena
vivirla. Nos han hablado tanto de la
sociedad del bienestar que nos hemos llenado de tantas ilusiones y fantasías
que cuando nos vienen situaciones, por ejemplo, como la que estamos padeciendo
ahora poco menos que nos angustiamos y parece que el mundo se nos cae encima.
No digo que no tenemos
que desear la felicidad y luchar por alcanzarla de la mejor manera posible,
pero también tenemos que decir que tengamos cuidado nos confundamos en lo que
verdaderamente nos da la felicidad y no busquemos una felicidad honda y
estable, sino momentos efímeros que pronto se evaporan. Pero ya ahora mismo en
ese deseo de felicidad que tenemos hemos hablado también de lucha, que no son
guerras, sino esfuerzos, caminos de superación, búsqueda de verdad de lo que
nos puede hacer felices y entonces quizá tengamos que dejar de lado cosas que
nos parecían que nos podían dar la felicidad pero nos damos cuenta de que por
ahí no está el camino de esa verdadera plenitud de la persona.
Si vamos siguiendo el
hilo de esta reflexión comprenderemos mejor las palabras de Jesús que hoy le
hemos escuchado en el evangelio. Quizá sea un evangelio que en una primera
apariencia nos parezca duro y que Jesús se nos está poniendo con unas
exigencias que no terminamos de comprender. Ya hemos dicho que para conseguir
esas metas y esos ideales tenemos que luchar, esforzarnos, hacer caminos de superación.
¿Y que es lo que nos
está pidiendo hoy Jesús en el evangelio? No lo veamos con un sentido negativo,
sino démonos cuenta de que para llegar a esa meta necesitamos crecer, y crecer
significa también dejar atrás muchas cosas de niño que no nos valen como
adultos. Crecer duele muchas veces porque el camino de superación es exigente,
es cierto, pero lo importante es que veamos la felicidad de una plenitud del
ser, una plenitud de vida donde hemos desarrollado todo lo mejor de nosotros
mismos dándole brillo a esas perlas preciosas que hay en nuestra vida en esos
valores que vivimos.
Jesús hablaba de un
tesoro escondido que alguien un día se encontró en un campo; quería tener aquel
tesoro, deseaba tener aquel campo para hacerse dueño del tesoro, pero para
comprar aquel campo vendió todo lo que tenía. Renunció a unas cosas para tener
algo mejor.
Nos encontramos con
ese tesoro que es Cristo, que es su evangelio, y tenemos que ser capaces de
valorarlo como lo más importante de nuestra vida, y que merece la pena todos
los sacrificios que tengamos que hacer por poseer ese tesoro. Jesús hoy nos
habla de negarse a sí mismo, de renunciar a algo para obtener lo mejor, de ser
capaces de olvidarnos de nosotros mismos cuando nos damos cuenta lo felices que
somos cuando nos damos por los demás, de arrancarnos de nuestros egoísmos y
nuestros orgullos para sentir y disfrutar del gozo del amor cuando todos nos
sentimos hermanos y vemos los felices que pueden ser los demás y lo felices que
nosotros llegamos a ser haciendo felices a los que nos rodean.
No son negaciones por
negaciones, no son cruces por si mismas como si sádicamente amaramos el dolor,
es descubrir el tesoro y hacer todo lo posible por alcanzarlo. Es descubrir la
verdadera grandeza del amor y ser capaces de amar con ese amor de entrega y de
donación por los demás porque lo que queremos es que todos amen, que todos nos
amemos, y que todos seamos verdaderamente felices disfrutando del amor que
recibimos de los demás. Seremos nosotros entonces de verdad felices porque
aunque nos cueste arrancarnos de nuestro yo egoísta vemos muy felices a los
demás.
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