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viernes, 31 de julio de 2020

Quitemos los filtros de nuestros prejuicios que pueden enturbiar la imagen que hemos de descubrir en los demás como la imagen que nos hacemos de Jesús

Quitemos los filtros de nuestros prejuicios que pueden enturbiar la imagen que hemos de descubrir en los demás como la imagen que nos hacemos de Jesús

Jeremías 26, 1-9; Sal 68; Mateo 13, 54-58

Algunas veces nos parecen extrañas las actitudes que vemos que toman muchos judíos hacia Jesús, pero quizá idealizamos o mitificamos tanto los pasajes evangélicos, teniendo en cuenta nuestra fe o lo que nosotros ya sabemos en torno a los acontecimientos que nos narra el evangelio que olvidamos que nosotros en nuestra vida ordinaria actuamos de una manera muy semejante.

Hoy hemos escuchado la reacción de las gentes de Nazaret hacia la figura de Jesús; admiración llena de orgullo primero porque era uno de los suyos, allí se había criado Jesús y estaban sus parientes, pero eso mismo les hace ir cambiando su actitud porque en Jesús les cuesta reconocer lo que les está presentando; y es también un orgullo pueblerino el que les hace reaccionar porque cómo les va a venir a enseñar a ellos uno que conocieron desde siempre y que allí están sus parientes. 

Como nos sucede tantas veces a nosotros sentimos el orgullo cuando alguien del pueblo destaca en algo, pero pronto aparecen las inquinas, las desconfianzas, el comenzar a mirar con lupa lo que hace, o poner dobles intenciones o intenciones ocultas en aquel que está sobresaliendo y o terminamos por relegarlo y olvidarlo, o tratamos quizá de quitarlo de en medio. Cuantos filtros de prejuicios ponemos por medio en nuestra mirada hacia los demás.

Es la reacción que vemos en la gente de Nazaret con Jesús y aquí podemos unir los dos relatos, el que hoy hemos escuchado del evangelio de Mateo o el que con más frecuencia quizá escuchamos del evangelio de Lucas que tiene quizá una extensión y amplitud mayor. Pasan de la admiración a la desconfianza. Primero se admiran de su sabiduría, pero pronto se preguntan donde ha aprendido todas esas cosas; anhelan quizá que en su pueblo se realicen los milagros que le han dado fama en otros lugares, pero ahora no tienen quizá la humildad de presentar de verdad su mal o sus enfermos para que Jesús los cure, y terminan rechazándolo.

Ningún profeta es bien mirado en su patria, sentenciará Jesús. Y bien sabemos que es sentencia que se repite con frecuencia, porque ya sabemos como somos para minusvalorar a los que son cercanos a nosotros, o a los que no se presentan orgullosos y queriendo arrebatarlo todo. La humildad de los que son sencillos pero que quizá podrían realizar maravillas en nosotros no la tenemos en cuenta, sino que parece que más bien nos vale para hundir más a las personas de nuestro entorno.

¿Qué buscaban aquellas gentes en Jesús? ¿Qué buscaban quizá sus propios convecinos los que vivían en Nazaret, el pueblo en que había crecido Jesús? Claro que igualmente nosotros tenemos que preguntarnos también, ¿qué buscamos o qué queremos descubrir en Jesús? ¿Qué es lo que aceptamos de cuanto nos ofrece, nos dice o nos enseña, nos regala con su gracia y por la fuerza de su Espíritu? Porque también algunas veces podemos cegarnos nosotros y no terminamos de llegar a conocer a Jesús. ¿Cuál es la actitud humilde con que hemos de acercarnos a Jesús?

Y es que todo eso puede estar reflejando cuales son las actitudes con que nos acercamos a los demás. Eso que hacemos en la vida de cada día, de acogida o no de los que nos rodean, de aceptación y valoración de los que están a nuestro lado, ese respeto humilde con que nos acercamos a los demás valorando en verdad sus personas, es el camino habitual que tomamos o deberíamos de tomar cuando también buscamos a Jesús.

Igual que tenemos que aprender a descubrir el misterio de cada persona, tenemos que saber descubrir el misterio de salvación, el misterio de Dios que en Cristo Jesús se nos manifiesta. Hay una profunda interrelación entre una cosa y otra, porque descubrir el valor de la otra persona es llegar a descubrir también el misterio de Dios que en ella se nos manifiesta. Y no siempre sabemos descubrirlo porque, como hicieron los convecinos de Jesús de Nazaret, también nosotros ponemos nuestros filtros, los filtros de nuestros prejuicios, que pueden enturbiar esa imagen que tenemos que descubrir en los demás y también en Jesús.


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