Quitemos los filtros de nuestros prejuicios que pueden
enturbiar la imagen que hemos de descubrir en los demás como la imagen que nos
hacemos de Jesús
Jeremías 26, 1-9; Sal 68; Mateo 13, 54-58
Algunas veces nos
parecen extrañas las actitudes que vemos que toman muchos judíos hacia Jesús,
pero quizá idealizamos o mitificamos tanto los pasajes evangélicos, teniendo en
cuenta nuestra fe o lo que nosotros ya sabemos en torno a los acontecimientos
que nos narra el evangelio que olvidamos que nosotros en nuestra vida ordinaria
actuamos de una manera muy semejante.
Hoy hemos escuchado la
reacción de las gentes de Nazaret hacia la figura de Jesús; admiración llena de
orgullo primero porque era uno de los suyos, allí se había criado Jesús y
estaban sus parientes, pero eso mismo les hace ir cambiando su actitud porque
en Jesús les cuesta reconocer lo que les está presentando; y es también un
orgullo pueblerino el que les hace reaccionar porque cómo les va a venir a
enseñar a ellos uno que conocieron desde siempre y que allí están sus
parientes.
Como nos sucede tantas
veces a nosotros sentimos el orgullo cuando alguien del pueblo destaca en algo,
pero pronto aparecen las inquinas, las desconfianzas, el comenzar a mirar con
lupa lo que hace, o poner dobles intenciones o intenciones ocultas en aquel que
está sobresaliendo y o terminamos por relegarlo y olvidarlo, o tratamos quizá
de quitarlo de en medio. Cuantos filtros de prejuicios ponemos por medio en
nuestra mirada hacia los demás.
Es la reacción que
vemos en la gente de Nazaret con Jesús y aquí podemos unir los dos relatos, el
que hoy hemos escuchado del evangelio de Mateo o el que con más frecuencia
quizá escuchamos del evangelio de Lucas que tiene quizá una extensión y
amplitud mayor. Pasan de la admiración a la desconfianza. Primero se admiran de
su sabiduría, pero pronto se preguntan donde ha aprendido todas esas cosas;
anhelan quizá que en su pueblo se realicen los milagros que le han dado fama en
otros lugares, pero ahora no tienen quizá la humildad de presentar de verdad su
mal o sus enfermos para que Jesús los cure, y terminan rechazándolo.
Ningún profeta es
bien mirado en su patria, sentenciará Jesús. Y bien sabemos que es sentencia que se repite con
frecuencia, porque ya sabemos como somos para minusvalorar a los que son
cercanos a nosotros, o a los que no se presentan orgullosos y queriendo
arrebatarlo todo. La humildad de los que son sencillos pero que quizá podrían
realizar maravillas en nosotros no la tenemos en cuenta, sino que parece que
más bien nos vale para hundir más a las personas de nuestro entorno.
¿Qué buscaban aquellas
gentes en Jesús? ¿Qué buscaban quizá sus propios convecinos los que vivían en
Nazaret, el pueblo en que había crecido Jesús? Claro que igualmente nosotros
tenemos que preguntarnos también, ¿qué buscamos o qué queremos descubrir en Jesús?
¿Qué es lo que aceptamos de cuanto nos ofrece, nos dice o nos enseña, nos
regala con su gracia y por la fuerza de su Espíritu? Porque también algunas
veces podemos cegarnos nosotros y no terminamos de llegar a conocer a Jesús.
¿Cuál es la actitud humilde con que hemos de acercarnos a Jesús?
Y es que todo eso
puede estar reflejando cuales son las actitudes con que nos acercamos a los
demás. Eso que hacemos en la vida de cada día, de acogida o no de los que nos
rodean, de aceptación y valoración de los que están a nuestro lado, ese respeto
humilde con que nos acercamos a los demás valorando en verdad sus personas, es
el camino habitual que tomamos o deberíamos de tomar cuando también buscamos a Jesús.
Igual que tenemos que
aprender a descubrir el misterio de cada persona, tenemos que saber descubrir
el misterio de salvación, el misterio de Dios que en Cristo Jesús se nos
manifiesta. Hay una profunda interrelación entre una cosa y otra, porque descubrir
el valor de la otra persona es llegar a descubrir también el misterio de Dios
que en ella se nos manifiesta. Y no siempre sabemos descubrirlo porque, como
hicieron los convecinos de Jesús de Nazaret, también nosotros ponemos nuestros
filtros, los filtros de nuestros prejuicios, que pueden enturbiar esa imagen
que tenemos que descubrir en los demás y también en Jesús.
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