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miércoles, 29 de julio de 2020

Aunque nos quejemos a veces de la ausencia de Dios en nuestras dificultades pensemos en quien estuvo a nuestro lado y fue signo de la presencia de Dios en ese momento difícil


Aunque nos quejemos a veces de la ausencia de Dios en nuestras dificultades pensemos en quien estuvo a nuestro lado y fue signo de la presencia de Dios en ese momento difícil

Jeremías 15, 10. 16-21; Sal 58; Juan 11, 19-27
‘Señor, si hubieras estado aquí…’ Es la queja dolorida. Eran amigos. Muchas veces Jesús y los discípulos habían estado en aquella casa de Betania donde con tanto calor humano eran recibidos. ¿Quizás nació la amistad del hecho de que aquel hogar estaba junto al camino que subiendo del valle del Jordán conducía a Jerusalén? Muchos peregrinos hacia la ciudad santa se habrían detenido al frescor de aquel patio y con el alivio del agua fresca del pozo de aquella casa. Bien que era de agradecer tras la dura subida y la larga caminata desde la lejana Galilea por el valle del Jordán.
Era la hospitalidad que también había acogido a Jesús y los discípulos de manera que eran considerados los amigos de Jesús. Por eso quizás les había dolido que habiéndole avisado que su amigo estaba enfermo Jesús no llegara a tiempo a aquella casa donde con tanta hospitalidad le habían acogido. Por otra parte sabemos que Jesús se había quedado unos días más cuando recibió la noticia. Ahora llevaba ya cuatro días enterrado. Y es la queja de las hermanas. Es la queja pero detrás no falta una fe y una esperanza.
‘Si hubieras estado aquí…’ ¿Dónde está Dios? nos preguntamos nosotros algunas veces. Y será la enfermedad, será la muerte de un ser querido, serán los problemas que vamos encontrando en la vida, serán los fracasos de las cosas que no nos salen, será el mal que contemplamos alrededor, será el sufrimiento de tantos, será el hambre y la miseria que encontramos en un mundo que nos parece injusto y aparece un vacío en nuestro interior, y surgen las dudas y los interrogantes, y nos parece que hay una ausencia de Dios porque quizá nos parece que ya no nos escucha.
Cosas que nos hacen dudar, el mundo se nos vuelve muchas veces oscuro y frío, vamos dando tumbos de aquí para allá y nos cuesta encontrar salidas, descubrir rayos de luz que nos alienten o nos llenen de esperanza, encontrar respuestas porque hasta dudamos de nuestra propia fe, porque quizá nos hemos materializado tanto que hemos perdido un sentido de trascendencia y ya no nos aparece por ninguna parte la esperanza, porque al final terminamos sintiendo con tantos que nos rodean indiferentes a lo religioso, sin ser capaces de abrir su corazón a Dios.
En nuestros apuros y angustias quizá comenzamos a pedir la presencia de Dios, el milagro de Dios que nos hiciera salir de esas situaciones amargas por las que estábamos pasando y como el milagro no se produjo cuando nosotros queríamos y de la manera que nosotros queríamos, comenzó también a aparecer la rebeldía en nuestro corazón. Cuantas veces caemos en esa pendiente que nos puede llevar a la increencia porque queríamos el milagro fácil, pero Dios tenia otra manera de manifestársenos que nosotros no supimos ver.
Hoy escuchamos aquella queja de Marta, como sería también después la de su hermana María, pero nos queremos fijar que a pesar de todas las amarguras, tristezas y lágrimas que embargaban su corazón no les faltaba la fe y la esperanza. Ya lo mencionamos. Jesús escucha en silencio y no busca palabras para la réplica o disculpa ante aquellas quejas. Jesús solo tiene palabras que anuncian la vida y que quieren despertar de verdad la esperanza. ‘Tu hermano resucitará’, le dice. Pero ante la manifestación de la esperanza en la resurrección final que Jesús le dice que quien tiene fe en El aunque muera vivirá. ‘Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre’.
Jesús está ahí, y aunque muchas veces en nuestras obnubilaciones no seamos capaces de verlo su presencia no nos faltará. ‘Estaré con nosotros hasta el final de los tiempos’ nos anunciaría luego en el evangelio. Por eso tenemos que saber descubrir y sentir siempre su presencia porque El no nos falla. Los cielos y la tierra se caerán pero su palabra se cumplirá. Pero cuidado como le busquemos porque El tiene unas maneras muy peculiares de manifestarse y hacerse presente junto a nosotros. Nosotros pedimos el milagro que nos solucione las cosas, pero El nos da la fuerza de su Espíritu para que sepamos vivir aquella situación por la que pasamos de una forma distinta. Y puede llegar a nosotros por distintos caminos, en los mismos acontecimientos que nos suceden, en personas que pone a nuestro lado, en tantas señales y huellas que nos va dejando de su presencia.
Pensemos que nosotros mismos podamos ser en algún momento signo de su presencia para los demás cuando nos acercamos a aquel que sufre o que está solo, cuando damos el vaso de agua o tendemos la mano para ayudar a levantarse al caído o a caminar al que se siente imposibilitado. Pues recordemos en esos momentos difíciles quien estuvo a nuestro lado y fue signo de esa presencia maravillosa del Señor con la que nos sentimos fuertes a pesar de nuestras debilidades y de nuestras oscuridades.
Hoy hemos roto el ritmo de las lecturas del tiempo ordinario porque en la liturgia celebramos a santa Marta y mucho tiene que decirnos y enseñarnos esa santa mujer con su hospitalidad, con sus dudas y con sus penas, pero también con su firme esperanza y confianza en el Señor.

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