Aunque nos quejemos a veces de la ausencia de Dios en
nuestras dificultades pensemos en quien estuvo a nuestro lado y fue signo de la
presencia de Dios en ese momento difícil
Jeremías 15, 10. 16-21; Sal 58; Juan 11,
19-27
‘Señor,
si hubieras estado aquí…’ Es la queja dolorida. Eran amigos. Muchas veces Jesús y los discípulos
habían estado en aquella casa de Betania donde con tanto calor humano eran
recibidos. ¿Quizás nació la amistad del hecho de que aquel hogar estaba junto
al camino que subiendo del valle del Jordán conducía a Jerusalén? Muchos
peregrinos hacia la ciudad santa se habrían detenido al frescor de aquel patio
y con el alivio del agua fresca del pozo de aquella casa. Bien que era de
agradecer tras la dura subida y la larga caminata desde la lejana Galilea por
el valle del Jordán.
Era la
hospitalidad que también había acogido a Jesús y los discípulos de manera que
eran considerados los amigos de Jesús. Por eso quizás les había dolido que habiéndole
avisado que su amigo estaba enfermo Jesús no llegara a tiempo a aquella casa
donde con tanta hospitalidad le habían acogido. Por otra parte sabemos que Jesús
se había quedado unos días más cuando recibió la noticia. Ahora llevaba ya
cuatro días enterrado. Y es la queja de las hermanas. Es la queja pero detrás
no falta una fe y una esperanza.
‘Si
hubieras estado aquí…’ ¿Dónde está Dios? nos preguntamos nosotros algunas veces. Y
será la enfermedad, será la muerte de un ser querido, serán los problemas que
vamos encontrando en la vida, serán los fracasos de las cosas que no nos salen,
será el mal que contemplamos alrededor, será el sufrimiento de tantos, será el
hambre y la miseria que encontramos en un mundo que nos parece injusto y
aparece un vacío en nuestro interior, y surgen las dudas y los interrogantes, y
nos parece que hay una ausencia de Dios porque quizá nos parece que ya no nos
escucha.
Cosas que
nos hacen dudar, el mundo se nos vuelve muchas veces oscuro y frío, vamos dando
tumbos de aquí para allá y nos cuesta encontrar salidas, descubrir rayos de luz
que nos alienten o nos llenen de esperanza, encontrar respuestas porque hasta
dudamos de nuestra propia fe, porque quizá nos hemos materializado tanto que
hemos perdido un sentido de trascendencia y ya no nos aparece por ninguna parte
la esperanza, porque al final terminamos sintiendo con tantos que nos rodean
indiferentes a lo religioso, sin ser capaces de abrir su corazón a Dios.
En
nuestros apuros y angustias quizá comenzamos a pedir la presencia de Dios, el
milagro de Dios que nos hiciera salir de esas situaciones amargas por las que
estábamos pasando y como el milagro no se produjo cuando nosotros queríamos y
de la manera que nosotros queríamos, comenzó también a aparecer la rebeldía en
nuestro corazón. Cuantas veces caemos en esa pendiente que nos puede llevar a
la increencia porque queríamos el milagro fácil, pero Dios tenia otra manera de
manifestársenos que nosotros no supimos ver.
Hoy
escuchamos aquella queja de Marta, como sería también después la de su hermana
María, pero nos queremos fijar que a pesar de todas las amarguras, tristezas y
lágrimas que embargaban su corazón no les faltaba la fe y la esperanza. Ya lo
mencionamos. Jesús escucha en silencio y no busca palabras para la réplica o
disculpa ante aquellas quejas. Jesús solo tiene palabras que anuncian la vida y
que quieren despertar de verdad la esperanza. ‘Tu hermano resucitará’,
le dice. Pero ante la manifestación de la esperanza en la resurrección final
que Jesús le dice que quien tiene fe en El aunque muera vivirá. ‘Yo soy la
resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que
está vivo y cree en mí, no morirá para siempre’.
Jesús está
ahí, y aunque muchas veces en nuestras obnubilaciones no seamos capaces de
verlo su presencia no nos faltará. ‘Estaré con nosotros hasta el final de
los tiempos’ nos anunciaría luego en el evangelio. Por eso tenemos que
saber descubrir y sentir siempre su presencia porque El no nos falla. Los
cielos y la tierra se caerán pero su palabra se cumplirá. Pero cuidado como le
busquemos porque El tiene unas maneras muy peculiares de manifestarse y hacerse
presente junto a nosotros. Nosotros pedimos el milagro que nos solucione las
cosas, pero El nos da la fuerza de su Espíritu para que sepamos vivir aquella
situación por la que pasamos de una forma distinta. Y puede llegar a nosotros
por distintos caminos, en los mismos acontecimientos que nos suceden, en
personas que pone a nuestro lado, en tantas señales y huellas que nos va
dejando de su presencia.
Pensemos
que nosotros mismos podamos ser en algún momento signo de su presencia para los
demás cuando nos acercamos a aquel que sufre o que está solo, cuando damos el
vaso de agua o tendemos la mano para ayudar a levantarse al caído o a caminar
al que se siente imposibilitado. Pues recordemos en esos momentos difíciles
quien estuvo a nuestro lado y fue signo de esa presencia maravillosa del Señor
con la que nos sentimos fuertes a pesar de nuestras debilidades y de nuestras
oscuridades.
Hoy hemos
roto el ritmo de las lecturas del tiempo ordinario porque en la liturgia
celebramos a santa Marta y mucho tiene que decirnos y enseñarnos esa santa
mujer con su hospitalidad, con sus dudas y con sus penas, pero también con su
firme esperanza y confianza en el Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario