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lunes, 27 de julio de 2020

Qué alimento tan maravilloso se está perdiendo nuestro mundo porque nosotros no nos hemos dejado transformar por la levadura del evangelio




Qué alimento tan maravilloso se está perdiendo nuestro mundo porque nosotros no nos hemos dejado transformar por la levadura del evangelio

Jeremías 13, 1-11; Sal.: Dt 32, 18-19. 20. 21;  Mateo 13, 31-35
Alguien suele decir en su afán por tener todo ordenado, hasta las cosas que nos puedan parecer más insignificantes que ‘hay un lugar para cada cosa y cada cosa tiene su lugar’. No vamos a incidir tanto en el afán del orden cuando en la función que tienen las cosas que aunque nos parezcan pequeñas e insignificantes nos sirven para algo, contribuyen a la belleza del conjunto de la vida y nos pueden producir hondas satisfacciones y hasta alegrías.
¿Quién no se ha quedado como extasiado cuando escucha el trino de los pájaros que saltan y brincan entre las ramas de cualquier arbusto en nuestros prados, o los vemos revoloteando incluso en medio de las hierbas alegrándonos con la música de sus trinos o con el rico colorido de su plumaje? Algo tan natural y tan insignificante en apariencia pero que contribuye a la belleza de la naturaleza y que nos puede producir un sosiego y una paz grande en nuestro espíritu. Y sin embargo preocupados quizás por cosas que consideramos más importantes pasamos de largo y no somos capaces ni de oír el trino de los pájaros ni gozarnos en el colorido de nuestros campos admirándonos también con la belleza de las aves que surcan nuestros cielos. Quizá nos hace falta que un día alguien con alma de poeta nos haga detenernos a escuchar o nos ofrezca una fotografía con tal belleza, mientras lo tenemos delante de nuestros ojos y oídos y no somos capaces de valorarlo.
¿A qué viene todo esto?, me podréis decir, pero fijémonos que me ha hecho pensar en toda esa belleza lo que nos dice Jesús en una de sus parábolas hoy. Habla de la insignificancia de la semilla de la mostaza, pero nos habla de cómo es una planta que crece entre la que podrán revolotear hasta los pajarillos del cielo; y yo ya me sentía escuchando sus trinos. Quizá nos hace falta una cosa así que un día nos llame la atención para que aprendamos a valorar lo pequeño y lo sencillo que da belleza a la vida.
La otra parábola que Jesús nos ofrece hoy habla también de cosas pequeñas o usadas en pequeñas medidas pero que sin embargo hacen fermentar la masa, la levadura para el pan. Si antes nos deteníamos a contemplar la belleza que tendríamos que aprender a observar en nuestro entorno, ahora nos está diciendo como podemos darle vida a lo que hacemos o a lo que vivimos cada día con ese pequeño puñado de levadura. Y ya no es solo esa vida que le damos a lo que hacemos o vivimos, sino la vida que podemos trasmitir a los demás, el sabor nuevo que le podemos dar a nuestro mundo cuando en verdad usamos la levadura del evangelio.
Quizá vamos a una panadería donde se está elaborando el pan y pasamos de largo ante esos polvos (vamos a decir así) que podemos encontrar en cualquier rincón. Y sin embargo qué importantes son para la elaboración del pan, para hacer fermentar la masa y podamos tener ese pan crujiente y sabroso para nuestra alimentación. Quizá pasamos al lado del evangelio y pensamos simplemente en un libro más al que quizá no le damos importancia pero cuando nos lo tomamos en serio qué distinta es nuestra vida y cómo podemos también transformar nuestro mundo. Qué alimento tan maravilloso se está perdiendo nuestro mundo porque nosotros no nos hemos dejado transformar por la levadura del evangelio.
Y Jesús nos está pidiendo que nosotros con el evangelio bien encarnado en nuestras vidas seamos la levadura del mundo. No se trata ya solo de enseñar cosas – quizás nos hemos entretenido mucho en enseñar cosas – sino de impregnar nuestro mundo de ese sabor nuevo del evangelio. Cuánto tenemos que hacer.

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