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martes, 7 de abril de 2020

Cuidemos de no sentirnos envueltos en la noche de las dudas y de las angustias sin esperanza ante lo que vivimos como cuando salió Judas del cenáculo y era de noche



Cuidemos de no sentirnos envueltos en la noche de las dudas y de las angustias sin esperanza ante lo que vivimos como cuando salió Judas del cenáculo y era de noche

Isaías 49, 1-6; Sal 70; Juan 13, 21-33. 36-38
En ocasiones pasamos por situaciones que bien porque nos sorprenden por inesperadas, porque en la problemática que vivimos los momentos se nos vuelven dolorosos, incomprensibles, no les encontramos un sentido, porque captamos en nuestro entorno también las dudas e incertidumbres que llevan tantos a nuestro lado que aunque no nos lo digan sin embargo somos capaces de captar que algo pasa, en que se nos van acumulando emociones y sentimientos encontrados, en que estamos a punto de estallar y algunas veces no sabemos ni como reaccionar.
Son las problemáticas de la vida de cada día que para cada uno tiene su misterio, o es lo que sucede en nuestro mundo, como ahora mismo podemos estar pasando con la crisis que nos envuelve. ¿Qué hacemos? ¿Dónde encontrar luz y sentido? ¿Cómo hacernos fuertes para sobrellevar todo lo que se nos viene encima? Hace falta una fortaleza del espíritu grande, como necesitamos a nuestro lado también personas fuertes que nos den esperanzas y levanten nuestro ánimo, nuestro espíritu.
El pasaje del evangelio que se nos ofrece en este día de martes santo que nos sitúa en los prolegómenos de la cena pascual, con la tensión en los discípulos que intuían que algo grave y gordo podía suceder, y digo intuían porque no habían sabido interpretar las palabras de Jesús que tantas veces se lo había anunciado, nos va ofreciendo la diversidad de sentimientos y emociones que van aflorando en el grupo de los discípulos que están en torno a Jesús para aquella cena pascual.
Hay una gravedad y hasta solemnidad en el momento y podíamos decir que las conversaciones se hacen murmullos, o serán las señas con las que quieren comunicarse unos a otros con miradas interrogantes, con sorpresa en el corazón, con gesto de generosidad, pero también de alguna manera con culpabilidades que pueden aflorar y no saben como asumir.
Con la emoción más profunda y que casi se quiebra en la garganta Jesús comienza diciéndoles que uno de los presentes esa noche le va a entregar. Podemos imaginar la sorpresa, las preguntas que se agolpan aunque casi no se pueden pronunciar, las miradas que unos a otros se dirigen quizá con cierta desconfianza, los sentimientos y emociones están muy encontradas. Solo el discípulo más cercano a Jesús porque casi se recuesta sobre su pecho, según la forma de colocarse a la mesa para la comida, podrá escuchar la respuesta de Jesús a su pregunta, pero que tampoco sabrá entender y descifrar claramente.
Solo escucharán a Jesús que le dice al Iscariote que lo que tiene que hacer que lo haga pronto, pero no saben interpretar sus palabras. Y Judas que ha tomado el pan que Jesús le ha ofrecido sale inmediatamente. Pero como dice el evangelista y ahora sí que nos quiere expresar muchas cosas, salió a la noche. Había entrado la oscuridad de la noche en el alma de Judas Iscariote, y aunque luego vaya al huerto acompañado de mucha gente que iluminaba el camino con antorchas para Judas seguía siendo de noche.
Y Jesús en aquel ambiente de tristeza, de angustia, de oscuridad en cierto modo les habla de que va a ser glorificado. A donde va a ir El no podrán seguirle los discípulos en ese momento. Ya veremos más tarde en el huerto que tras el prendimiento de Jesús todos le abandonaron y huyeron. Pero está el fervor y el entusiasmo de Pedro dispuesto a seguirle a donde sea y aunque todos le abandonen él no le abandonará. Qué malo es sentirse tan seguro de uno mismo sin medir de verdad sus fuerzas, sin reconocer seriamente sus debilidades. Y es cuando Jesús se lo anuncia, antes que el gallo cante esa noche dos veces, Pedro ya le habrá negado tres.
Bueno, y nosotros ¿qué? Hay también oscuridades, y angustias, y dudas y miedos, y momentos de fervor que parece que nos queremos comer el mundo al que le siguen nuestras debilidades que no siempre queremos reconocer. Y tenemos ganas de encerrarnos o de huir, porque ya no sabemos a qué carta quedarnos. Y nos sentimos envueltos por muchas oscuridades que nos hacen mirar el futuro con cierto temor, el más inmediato porque no sabemos lo que nos va a pasar mañana, o el que puede venir después que pase todo lo del momento presente. ¿Perderemos la paz? ¿Perderemos la estabilidad de nuestro espíritu? ¿Buscaremos camuflajes, disculpas, entretenimientos, sueños insulsos para no ver la realidad? ¿Dónde ponemos nuestra fe y nuestra esperanza en todo esto?
Oremos al Señor llenos de confianza con el salmo: ‘A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame…’ El Señor es nuestro alcázar y nuestra fortaleza, nuestra roca de refugio y nuestra esperanza, en quien ponemos toda nuestra confianza. Que sea así de verdad en nuestra vida y no nos faltará la luz. Cuando nos falta Dios en nuestra vida todo se vuelve noche oscura.

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