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viernes, 10 de abril de 2020

Nuestra mirada está hoy centrada en la cruz pero que nunca será una cruz sin Cristo porque será entonces cuando nos encontramos con el amor


Nuestra mirada está hoy centrada en la cruz pero que nunca será una cruz sin Cristo porque será entonces cuando nos encontramos con el amor

Isaías 52, 13 — 53, 12; Sal 30; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1 — 19, 42
El centro de nuestras miradas está hoy en la cruz. A algunos les puede parecer cruel, doloroso, por cuanto la cruz puede significar sufrimiento, puede significar tormento, puede significar muerte. La tendencia es a rehuir la cruz. ¿Quién quiere el sufrimiento? Si nos afecta el más mínimo dolor ya estamos buscando remedio, medicina que nos lo calme, que nos lo quite, que además bien sabemos que es síntoma de un mal más hondo que nos afecta y que aquel miembro o aquel órgano reaccionan y nos avisa así. No nos gusta cargar con esa cruz del sufrimiento, sea del tipo que sea. Queremos quitar ese peso de encima.
Pero aunque nos duela seguimos diciendo que el centro de nuestras miradas está en la cruz. Y nos duele mirar en nuestro entorno y ver tantas cruces que se hacen vacíos, que se hacen tormento, que destruyen vidas, que llenan de sufrimientos los corazones, que atormentan con sus soledades, que nos llenan de incertidumbres y de sin sentidos. Son muchas las cruces que vamos contemplando en el camino de la vida sobre los hombros de tantos y tantos que si hay el mínimo de sensibilidad en nuestro corazón nos contagian con su dolor, de alguna manera están poniendo también cruces sobre nuestros hombros. Siempre lo ha habido. Vivimos ahora un momento muy especial en la humanidad que quizá nos pueda hacer despertar la sensibilidad en el corazón, aunque también nos llenan de preguntas en nuestro interior de difícil respuesta.
Y repetimos lo mismo una vez más, el centro de nuestras miradas está en la cruz. Pero nosotros hoy no miramos una cruz vacía, una cruz sin crucificado. Es cierto que en esas cruces con que nos hemos ido cruzando en el camino hay unos crucificados que son los hombres y mujeres atormentados por el sufrimiento o quizá nosotros mismos con nuestro dolor. Pero es que nosotros hoy miramos una cruz con un crucificado especial, queremos mirar una cruz donde está Cristo crucificado. Y no lo hacemos para olvidar o desentendernos de nuestras cruces. La mirada que hacemos a Cristo en la cruz precisamente nos compromete más con todos los crucificados del mundo. Pero es que cuando miramos a Cristo en la Cruz estamos mirando el amor, estamos mirando el camino de la vida, estamos mirando el triunfo de la vida sobre la muerte.
Es una mirada distinta. Es la mirada que nos hace encontrar un valor y un sentido. Es la mirada que nos hace encontrarnos con la salvación con la que vamos a vencer la muerte, toda muerte, para que el mundo en verdad tenga vida. Es la mirada al amor. Es lo que contemplamos cuando vemos a Jesús clavado del madero de la cruz. Y es que estamos mirando el amor de Dios que tanto nos amó que nos entregó a su Hijo único. Es el amor de Dios manifestado en Jesús en el amor más grande que se puede tener cuando se da la vida por los que se ama. Es lo que hizo Jesús. Nadie tiene amor más grande.
Hoy, viernes santo, contemplamos la pasión y la muerte de Jesús. No es una lectura cualquiera la que queremos hacer. No vamos simplemente a regodearnos en el dolor y el tormento de un hombre que es ajusticiado. Es algo más lo que vamos a contemplar. Lo tenemos que hacer con otra clave, con la clave del amor. Porque es el amor de quien se entrega y se entrega libremente porque ama. No es el sacrificio de quien es llevado a la fuerza al tormento, sino la de quien camina con paso firme, aunque las fuerzas del cuerpo estén debilitadas y caiga por tierra muchas veces en ese camino, porque tiene l fuerza del amor en su espíritu.
La cruz con Cristo clavado al madero ya tiene otro sentido y otro valor. Para nosotros es la vida, porque allí encontramos nosotros el amor. Para nosotros es salvación porque nos hace encontrar otro sentido y otro valor a ese mismo sufrimiento, el valor y el sentido de quien ama hasta el extremo. Y es que ya de ahora en adelante no vamos a mirar la cruz sin Cristo, sino siempre con Cristo clavado en el amor, y para nosotros será la cruz de la vida, la cruz del amor, la cruz de la salvación.
Y será cuando en la vida intentamos llevar la cruz sin Cristo, entonces sí que se nos hará amarga y difícil de llevar. Lo contemplamos en tantos que se retuercen en el dolor sin encontrarle un sentido porque no se han encontrado con Cristo; es también lo que nos sucede a nosotros tantas veces que aunque nos decimos que creemos en Jesús tantas veces lo olvidamos, tantas veces en medio del dolor nos cegamos y no sabemos contemplarlo a nuestro lado, no sabemos contemplarlo en esa cruz.
No tememos ya abrazarnos a esa cruz y no porque busquemos el sufrimiento por el sufrimiento, sino simplemente porque amamos y sabemos también que muchas veces amar nos duele. Nos duele porque amar de verdad será arrancarnos de nosotros mismos; nos duele porque amamos a los que nos rodean y nos duele su dolor y nos vamos a dar hasta el final por hacer que su vida sea distinta, por hacer que vivan con mayor dignidad, por arrancarlos también de ese dolor y de esa cruz por la que ellos están pasando.
Nuestra vida está hoy centrada en la cruz y aprendemos una gran lección. Nuestra mirada está centrada en la cruz porque en ella contemplamos a Cristo y contemplamos su amor. Nuestra mirada está centrada en la cruz de Cristo porque desde allí encontramos la luz y la fuerza que necesitamos para hacer también nosotros nuestro camino de calvario. Nuestra mirada está centrada en la cruz de Cristo porque sabemos que en El encontramos la vida y la salvación.

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