Necesitamos
el colirio de Jesús para tener ojos nuevos para ver al que camina a nuestro
lado siempre como un hermano en quien hemos de confiar
1Samuel 9, 1-4. 17-19; 10, 1ª; Sal 20;
Marcos 2, 13-17
Nosotros nos lo pensaríamos bien antes
de hacer una elección así, lo habremos pensado muchas veces cuando escuchamos
este texto del evangelio. No es cuestión de pasar por la calle y al primero que
encontremos invitarlo a estar con nosotros sabiendo lo trascendental que
pudiera ser esa elección. Somos precavidos, decimos, y nos pensamos las cosas.
No tenemos en el grupo de nuestros amigos a cualquiera. Ya me diréis que la
gente joven de hoy no tiene esas precauciones y todos les pueden parecer buenos
colegas, pero con los golpes de la vida también van aprendiendo y llega un
momento en que se toman también sus precauciones.
Y todo esto ¿a qué viene? ¿La gente que
nos rodea es así de precavida? ¿O acaso serán cosas que tenemos metidas en la
cabeza los que ya somos mayores, quizá por los golpes que hayamos recibido en
la vida? Pero a todos los niveles de la sociedad, en las empresas o en el ámbito
de la administración pública, en el momento de repartir responsabilidades
tenemos unos perfiles, nos gustaría que la gente tuviera un determinado
talante, manera de pensar y de actuar, un prestigio – aunque qué fácilmente se
enturbian esos prestigios y cómo habrá alguien que esté dispuesto a sacar
trapos sucios -, una serie de condiciones según la responsabilidad que se vaya
a desempeñar.
Parece que según el criterio de algunos
la elección que Jesús hizo aquella mañana cuando venía del lago y atravesaba la
ciudad no era muy acertada. ¿Cómo se le ocurría escoger a un publicano para
formar parte de su grupo? Por allá andarían los puritanos de siempre haciendo
sus juicios y sus condenas, ya que miraban con lupa todo lo que hacía aquel
nuevo profeta que había aparecido en medio de ellos. Pero los criterios de Jesús
eran bien distintos.
Al paso por la garita del recaudador de
impuestos Jesús se había detenido y le había dicho a Leví que se viniera con
El. Y Leví, el jefe de publicanos del lug, no se lo pensó dos veces sino que
inmediatamente se levantó y lo siguió. Es más, quiso hacer una comida para
celebrar ese paso que había dado y en consecuencia en aquella comida estaban
también sus antiguos amigos, sus compañeros de profesión.
Mala fama tenían los publicanos,
algunos se la habrían ganado con sus trapiches, pero el solo hecho de ser un
colaboracionista con el poder imperante en aquellos momentos cobrando los
impuestos, ya lo hacía odioso para los judíos, los despreciaban y los
consideraban unos pecadores, por eso los llamaban publicanos. Pero Jesús quiso
contar con Leví, hacer que formara parte del grupo de los discípulos cercanos y
estaría en la lista de los Doce cuando Jesús escogió a los apóstoles.
Y es que Jesús no mira por las
apariencias, sino que mira el corazón del hombre. Y es que Jesús cree en el
hombre, cree en la persona y es posible que la persona cambie, se pueda
comenzar a ser un hombre nuevo. Y es que Jesús no viene a buscar solo a los que
ya se consideran justos, sino que Jesús es el médico que viene a sanar a los
enfermos, El viene a curar el corazón del hombre, El confía siempre en nosotros
a pesar de que tantas veces repitamos nuestro fallo.
¿Serán otros los criterios con que
nosotros miremos a los demás? ¿Será desde perfiles interesados desde donde
haremos el baremo de los demás, o nos fiaremos de esos nuevos perfiles de Jesús?
¿Cuál será la mirada con que miremos al que está a nuestro lado? Pongámonos el
colirio de Jesús en nosotros para tener ojos nuevos con los que mirar al que
está a nuestro lado y veámoslo siempre como un hermano al que tenemos que amar
y en quien tenemos que confiar.
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