Aprovechemos
cualquier momento, allí donde estemos, para saber interiorizar, cerremos todas
nuestras ventanas para ir a encontrarnos con el Señor
1Samuel 3, 1-10. 19-20; Sal 39; Marcos 1,
29-39
Qué insufrible se hace el silencio de
la soledad cuando no le hemos sabido encontrar un sentido. El silencio de la
soledad del enfermo postrado en cama que muchas veces es más duro que la
enfermedad misma; es la soledad que se hace silencio insoportable cuando por
alguna razón, queriéndolo o no, nos vemos recluidos en un lugar apartado donde
se nos hace dificultoso el podernos comunicar con alguien. Una noche más en el
hospital se dice el enfermo y se siente solo, y se le hacen largas las horas de
la noche cuando no puede conciliar el sueño.
Son soledades impuestas por un motivo o
por otro y nos cuesta aceptarlo, parece que tenemos como más deseos de
comunicación cuando no podemos hacerlo; y se convierte poco menos que en un
martirio del que querríamos vernos liberados. En estos días he escuchado a dos
personas distintas por una parte uno que decía ‘otro día más en el hospital,
me siento encerrado sin poder salir’, mientras al otro le escuchaba un
deseo profundo que tenia dentro de sí ‘qué ganas de hacer un retiro’. Dos
formas de enfrentarse al silencio y a la soledad.
Pero hay ocasiones en que buscamos el
silencio, la soledad, el aislarnos de lo que nos rodea porque quizás queremos
centrarnos en algo más importante. Necesitamos en muchos momentos hacer ese
silencio dentro de nosotros mismos, dejar a un lado tantos ruidos que nos
aturden; buscamos nuestro yo más profundo o buscamos transcendernos, abrirnos a
algo más grande y que nos lleva más allá, levantar nuestro espíritu de esas
cosas que van enredando nuestros pies, para sentirnos libres de verdad. Y será
en ese silencio que ya no es insufrible ni insoportable donde podemos encontrar
esa libertad verdadera para nuestro espíritu.
No vale escudarnos, como a veces lo
hacemos, en que no tenemos tiempo, que estamos muy ocupados, que hay muchas
cosas que hacer y no encontramos ese hueco. Es cuestión de hacer una verdadera
escala de valores en la vida para saber poner en su sitio aquello que realmente
nos puede hacer grandes, nos puede hacer crecer de verdad. Y esos silencios,
esos espacios de soledad, esos momentos de encontrarnos con nosotros mismos en
verdad son una riqueza grande para nuestra vida.
Es lo que contemplamos hoy en el
evangelio. Al comenzar Jesús su actividad en Cafarnaún parece que las cosas se
desbordan. A la puerta de la casa se agolpan todos aquellos que quieren
escuchar la Palabra de salvación de Jesús, todos aquellos que atormentados en
su cuerpo o en su corazón quieren encontrar en Jesús la salud y la vida. Pero
aquí está el detalle, nos dice el evangelista que de madrugada Jesús se fue al
descampado solo para orar. Vendrán al amanecer a buscarle, pero El sabrá dar
prioridad a lo que la tiene; ahora marchará por otros lugares, por otras aldeas
para seguir haciendo el mismo anuncio. Pero Jesús supo encontrar ese momento de
silencio, de soledad, de oración.
Ojalá aprendiéramos bien la lección.
Hay el peligro de que aunque hagamos muchas cosas, tengamos todo el tiempo
ocupado y ocupado en cosas buenas, al final podamos sentir un vacío interior.
Como se suele decir, hay que recargar las pilas, las baterías. Tenemos que
llenarnos de Dios, tenemos que saber hacer ese silencio interior para poder
escuchar, sentir, disfrutar de la presencia de Dios para poder llevarlo a los
demás.
Aprovechemos cualquier momento, allí
donde estemos, para saber interiorizar, Aunque estemos envueltos en muchos
ruidos externos, en un momento determinado cerremos todas nuestras ventanas
para ir a encontrarnos con el Señor.
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