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miércoles, 15 de enero de 2020

Aprovechemos cualquier momento, allí donde estemos, para saber interiorizar, cerremos todas nuestras ventanas para ir a encontrarnos con el Señor

Aprovechemos cualquier momento, allí donde estemos, para saber interiorizar, cerremos todas nuestras ventanas para ir a encontrarnos con el Señor

1Samuel 3, 1-10. 19-20; Sal 39; Marcos 1, 29-39
Qué insufrible se hace el silencio de la soledad cuando no le hemos sabido encontrar un sentido. El silencio de la soledad del enfermo postrado en cama que muchas veces es más duro que la enfermedad misma; es la soledad que se hace silencio insoportable cuando por alguna razón, queriéndolo o no, nos vemos recluidos en un lugar apartado donde se nos hace dificultoso el podernos comunicar con alguien. Una noche más en el hospital se dice el enfermo y se siente solo, y se le hacen largas las horas de la noche cuando no puede conciliar el sueño.
Son soledades impuestas por un motivo o por otro y nos cuesta aceptarlo, parece que tenemos como más deseos de comunicación cuando no podemos hacerlo; y se convierte poco menos que en un martirio del que querríamos vernos liberados. En estos días he escuchado a dos personas distintas por una parte uno que decía ‘otro día más en el hospital, me siento encerrado sin poder salir’, mientras al otro le escuchaba un deseo profundo que tenia dentro de sí ‘qué ganas de hacer un retiro’. Dos formas de enfrentarse al silencio y a la soledad.
Pero hay ocasiones en que buscamos el silencio, la soledad, el aislarnos de lo que nos rodea porque quizás queremos centrarnos en algo más importante. Necesitamos en muchos momentos hacer ese silencio dentro de nosotros mismos, dejar a un lado tantos ruidos que nos aturden; buscamos nuestro yo más profundo o buscamos transcendernos, abrirnos a algo más grande y que nos lleva más allá, levantar nuestro espíritu de esas cosas que van enredando nuestros pies, para sentirnos libres de verdad. Y será en ese silencio que ya no es insufrible ni insoportable donde podemos encontrar esa libertad verdadera para nuestro espíritu.
No vale escudarnos, como a veces lo hacemos, en que no tenemos tiempo, que estamos muy ocupados, que hay muchas cosas que hacer y no encontramos ese hueco. Es cuestión de hacer una verdadera escala de valores en la vida para saber poner en su sitio aquello que realmente nos puede hacer grandes, nos puede hacer crecer de verdad. Y esos silencios, esos espacios de soledad, esos momentos de encontrarnos con nosotros mismos en verdad son una riqueza grande para nuestra vida.
Es lo que contemplamos hoy en el evangelio. Al comenzar Jesús su actividad en Cafarnaún parece que las cosas se desbordan. A la puerta de la casa se agolpan todos aquellos que quieren escuchar la Palabra de salvación de Jesús, todos aquellos que atormentados en su cuerpo o en su corazón quieren encontrar en Jesús la salud y la vida. Pero aquí está el detalle, nos dice el evangelista que de madrugada Jesús se fue al descampado solo para orar. Vendrán al amanecer a buscarle, pero El sabrá dar prioridad a lo que la tiene; ahora marchará por otros lugares, por otras aldeas para seguir haciendo el mismo anuncio. Pero Jesús supo encontrar ese momento de silencio, de soledad, de oración.
Ojalá aprendiéramos bien la lección. Hay el peligro de que aunque hagamos muchas cosas, tengamos todo el tiempo ocupado y ocupado en cosas buenas, al final podamos sentir un vacío interior. Como se suele decir, hay que recargar las pilas, las baterías. Tenemos que llenarnos de Dios, tenemos que saber hacer ese silencio interior para poder escuchar, sentir, disfrutar de la presencia de Dios para poder llevarlo a los demás.
Aprovechemos cualquier momento, allí donde estemos, para saber interiorizar, Aunque estemos envueltos en muchos ruidos externos, en un momento determinado cerremos todas nuestras ventanas para ir a encontrarnos con el Señor. 

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