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martes, 14 de enero de 2020

Aprendamos nosotros a llenar nuestra vida de palabras de verdad, porque siempre sean palabras de vida, palabras que ayuden a encontrar la grandeza y dignidad de la persona


Aprendamos nosotros a llenar nuestra vida de palabras de verdad, porque siempre sean palabras de vida, palabras que ayuden a encontrar la grandeza y dignidad de la persona

1Samuel 1, 9-20; Sal. 1 Sam 2, 1-8; Marcos 1, 21-28
Las palabras nos cansan y nos aburren; las gastamos de tal manera que le hacemos perder su sentido y su significado. La palabra tendría que decirnos la verdad de lo que llevamos dentro, pero bien sabemos cómo las utilizamos para ocultar la verdad, cuántas mentiras discurren como ríos que lo inundan todo desde nuestras palabras humanas, que terminan siendo inhumanas porque la mentira destruye y solo busca manipular y destruir la verdad del hombre.
No queremos ser negativos pero nos sentimos aterrados con tal torrente de palabras falsas y mentirosas. Las queremos llenar de encantos pero lo que queremos es engañar para conquistar y para manipular. Y somos manipulados por las palabras llenas de vanidad y falsedad de los poderosos que quieren engañarnos diciéndonos que buscan nuestro bien cuando solo buscan sus intereses, y nos confunden las palabras que se llenan de promesas que saben que no van a cumplir para poner como una pantalla y por detrás cada cual solo busca sus intereses o su poder. Lo escuchamos todos los días, los medios de multiplicación camuflan esas mentiras pero si somos un poco sensatos nos damos cuenta enseguida de tanto engaño. Podríamos poner tantos nombres y tantas circunstancias… abramos un poquito los ojos y lo veremos claramente.
Tenemos que buscar la que es verdadera palabra que nos lleva o nos comunica la verdad. Es esa palabra que vemos sincera salir del corazón del hombre y que solo refleja la bondad que se lleva en el interior, en el corazón de cada persona, que es la verdad de su vida. Tenemos que saber sintonizar con esa palabra y con esa verdad porque sería lo único que nos conduciría por los caminos de la plenitud de la persona.
Hoy nos dice el evangelio que Jesús había ido a la sinagoga a enseñar y la gente estaba asombrada porque enseñaba con autoridad y no como los escribas… y más tarde dirá que ese modo de enseñar es nuevo. No son palabras huecas y vacías. Hablaba del Reino de Dios pero, podríamos decir, no conceptos como aprendidos de memoria, sino que a sus palabras acompañaban las señales. Lo vemos hoy en el evangelio.
Anunciar el Reino de Dios es anunciar que en ese reino Dios tiene que ser el único Señor de la vida y del hombre. El hombre no puede ser dominado por el mal, sino que ha de sentirse liberado desde lo más hondo. Y la Palabra de Jesús no nos engaña, ahí están los signos que realiza que manifiestan ese poder y señorío de Dios que lo que hará siempre es buscar el bien del hombre, la mayor dignidad de la persona. Por veremos a Jesús liberando a los oprimidos por el mal, como anunciaba en la sinagoga de Nazaret cuando proclamaba aquel texto de Isaías.
Hoy hay un hombre poseído por un espíritu impuro, nos dice el evangelista. Y Jesús poniéndolo en medio libera a aquel hombre de aquella posesión maligna. Será cuando la gente se quede admirada de su autoridad porque hasta los espíritus inmundos le obedecen.
Aprendamos nosotros a llenar nuestra vida de palabras de verdad, porque siempre nuestras palabras sean palabras de vida, palabras que nos ayuden a encontrar esa grandeza de la persona, palabras que salgan de lo más hondo de nosotros mismos, pero de un corazón lleno de bondad y de bien, y nuestras palabras mostrarán el amor y nuestras palabras harán siempre el bien.

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