Aprendamos
nosotros a llenar nuestra vida de palabras de verdad, porque siempre sean
palabras de vida, palabras que ayuden a encontrar la grandeza y dignidad de la
persona
1Samuel 1, 9-20; Sal. 1 Sam 2, 1-8; Marcos
1, 21-28
Las palabras nos cansan y nos aburren;
las gastamos de tal manera que le hacemos perder su sentido y su significado.
La palabra tendría que decirnos la verdad de lo que llevamos dentro, pero bien
sabemos cómo las utilizamos para ocultar la verdad, cuántas mentiras discurren
como ríos que lo inundan todo desde nuestras palabras humanas, que terminan
siendo inhumanas porque la mentira destruye y solo busca manipular y destruir
la verdad del hombre.
No queremos ser negativos pero nos
sentimos aterrados con tal torrente de palabras falsas y mentirosas. Las
queremos llenar de encantos pero lo que queremos es engañar para conquistar y
para manipular. Y somos manipulados por las palabras llenas de vanidad y
falsedad de los poderosos que quieren engañarnos diciéndonos que buscan nuestro
bien cuando solo buscan sus intereses, y nos confunden las palabras que se
llenan de promesas que saben que no van a cumplir para poner como una pantalla
y por detrás cada cual solo busca sus intereses o su poder. Lo escuchamos todos
los días, los medios de multiplicación camuflan esas mentiras pero si somos un
poco sensatos nos damos cuenta enseguida de tanto engaño. Podríamos poner
tantos nombres y tantas circunstancias… abramos un poquito los ojos y lo
veremos claramente.
Tenemos que buscar la que es verdadera
palabra que nos lleva o nos comunica la verdad. Es esa palabra que vemos
sincera salir del corazón del hombre y que solo refleja la bondad que se lleva
en el interior, en el corazón de cada persona, que es la verdad de su vida.
Tenemos que saber sintonizar con esa palabra y con esa verdad porque sería lo único
que nos conduciría por los caminos de la plenitud de la persona.
Hoy nos dice el evangelio que Jesús
había ido a la sinagoga a enseñar y la gente estaba asombrada porque enseñaba
con autoridad y no como los escribas… y más tarde dirá que ese modo de enseñar
es nuevo. No son palabras huecas y vacías. Hablaba del Reino de Dios pero, podríamos
decir, no conceptos como aprendidos de memoria, sino que a sus palabras
acompañaban las señales. Lo vemos hoy en el evangelio.
Anunciar el Reino de Dios es anunciar
que en ese reino Dios tiene que ser el único Señor de la vida y del hombre. El
hombre no puede ser dominado por el mal, sino que ha de sentirse liberado desde
lo más hondo. Y la Palabra de Jesús no nos engaña, ahí están los signos que
realiza que manifiestan ese poder y señorío de Dios que lo que hará siempre es
buscar el bien del hombre, la mayor dignidad de la persona. Por veremos a Jesús
liberando a los oprimidos por el mal, como anunciaba en la sinagoga de Nazaret
cuando proclamaba aquel texto de Isaías.
Hoy hay un hombre poseído por un espíritu
impuro, nos dice el evangelista. Y Jesús poniéndolo en medio libera a aquel
hombre de aquella posesión maligna. Será cuando la gente se quede admirada de
su autoridad porque hasta los espíritus inmundos le obedecen.
Aprendamos nosotros a llenar nuestra
vida de palabras de verdad, porque siempre nuestras palabras sean palabras de
vida, palabras que nos ayuden a encontrar esa grandeza de la persona, palabras
que salgan de lo más hondo de nosotros mismos, pero de un corazón lleno de
bondad y de bien, y nuestras palabras mostrarán el amor y nuestras palabras
harán siempre el bien.
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