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martes, 27 de agosto de 2019

Que nuestra fachada nunca engañe sino que exprese lo que en verdad somos con un corazón lleno de bondad y buenos deseos



Que nuestra fachada nunca engañe sino que exprese lo que en verdad somos con un corazón lleno de bondad y buenos deseos

1Tesalonicenses 2, 1-8; Sal 138; Mateo 23, 23-26
Imaginemos que llegamos a una casa que contemplamos en su exterior bellamente cuidada, en el enlucido lleno de colorido de sus paredes, en la belleza de puertas y ventanas, en los jardines que embellecen su entrada y que traspasado su umbral nos encontraremos esa primera habitación que nos recibe también en su apariencia bellamente acicalada y todo muy bien ordenado, sin embargo cuando vamos damos pasos en su interior comenzamos a ver que el orden aparente no es tal orden sino que oculta un desorden y desorganización muy grande donde contemplaremos cosas escondidas tras los muebles de primer plano, basuras por los rincones y algo muy distinto a la aparente belleza de la fachada.
Nos quedaremos cuando menos estupefactos y asombrados por lo que ahora estamos viendo donde ya todo no es belleza sino basuras y caótico desorden. ¿Qué podemos pensar? No tendremos que imaginar mucho para hacer nuestros juicios negativos hacia quienes habitan ese lugar y viven tras engañosas apariencias.
¿Será así nuestra vida y la forma que tenemos de presentarnos a nosotros mismos engañando también con apariencias? Cuántas veces la vanidad de la vida nos lleva por esos derroteros. Cuanta apariencia de personas buenas podemos dar haciendo muchas cosas para la galería, mientras nuestro interior está realmente lleno de corrupción y de maldad. De dentro del corazón del hombre, nos dirá Jesús en otra ocasión, brotan las malquerencias y todos los malos deseos.
Tras una sonrisa falsa podemos estar ocultando nuestras traiciones o nuestros recelos que van poniendo verdaderas vallas entre nosotros y los demás. Una apariencia de bondad pero quizá anide en el interior la maldad que nos lleva a la puñalada trapacera porque con nuestras apariencias buscamos nuestros intereses o nuestras ganancias y realmente poco nos preocupa lo que puedan estar pasando los demás; bonitas palabras pero corazones llenos de maldad.
De todo esto quiere prevenirnos hoy Jesús. No es que todos actuemos siempre de esta manera, pero con frecuencia surge la duda y la desconfianza, surgen los recelos y los distanciamientos, surge la tentación que aviva nuestros orgullos y nuestro amor propio, haciendo que surja ese mundo de vanidad y de apariencia que tanto daño nos hace aunque no queramos reconocerlo, porque solo nos parece que estamos ganando prestigios y pedestales realmente con sus bases bien llenas de polilla o de corrupción.
Necesaria es una autenticidad en la vida, donde en verdad nos manifestemos como somos. Claro que eso necesita también el reconocimiento de las debilidades que tenemos en nuestro interior para no vivir en la falsedad de las apariencias. Nos revestimos de esa vanidad y al final terminamos creyéndonos que somos así como aparentamos engañándonos a nosotros mismos. Claro que si reconocemos las debilidades es para que luchemos por superarnos, por purificar nuestro corazón. Que nuestra fachada nunca engañe, sino que exprese lo que en verdad somos, porque realmente nuestro corazón está lleno de bondad y de buenos deseos.

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