Nos vemos como envueltos en un torbellino, pero hemos de tener claro lo que es nuestro vivir, el por qué de lo que somos y hacemos, un sentido trascendente y espiritual que dé plenitud
1Tesalonicenses 2,9-13; Sal 138; Mateo 23,27-32
Cada día al despertar nos enfrentamos a la vida; es una forma de decir
porque si despertamos es que estamos vivos, pero tras el descanso de la noche
se abre un nuevo día ante nosotros que hemos de vivir; y es algo más que
respirar, están nuestros sueños pero también las realidades que cada día
tenemos que afrontar, con sus luchas, con sus esfuerzos, con unas metas,
respondiendo a unas necesidades pero también a unas responsabilidades; algunas
veces con agobio porque nos parece ingente la tarea, otras veces con ciertas
angustias porque nos parece que no llegamos, o por los sufrimientos que vamos
encontrando empezando por nosotros mismos con nuestras limitaciones, otras
veces con ilusión renovada porque nos sentimos a gusto en lo que hacemos y
hemos encontrado un sentido.
Nos vemos como envueltos en un torbellino, pero hemos de tener claro
lo que es nuestro vivir, el por qué de las cosas y el por qué de lo que
hacemos, un sentido para nuestro vivir. Por eso no nos quedamos ras a tierra en
esas cosas, digámoslas así, materiales con que nos toca lidiar, sino que
buscamos algo más allá, más grande, más alto, más sublime. Queremos ponernos en
sintonía de lo espiritual porque ahí vamos a encontrar esa luz, ese color que
le vamos a dar a cuanto vivimos, a cuanto somos, a todo lo que es también
nuestra relación con los demás.
Cuando llenamos nuestra vida de trascendencia sabiendo que no nos
quedamos en lo que ahora y aquí hacemos o queremos vivir parece que las cosas
tienen otro sentido, encontramos otro valor y otra fuerza. Podemos superar
agobios y angustias, sabremos encontrar paz para el espíritu para que no todo
sea material o corporal. Y es como decía san Agustín, a quien hoy estamos
celebrando, nuestro corazón está inquieto hasta que no encuentra su descanso en
Dios.
Cuando le damos esa elevación a lo que hacemos y a lo que vivimos,
como decíamos antes, parece que todo tiene otro color, otro sentido.
Encontramos la forma de centrarnos en lo que verdaderamente es lo principal y
nos iremos por las ramas, no nos iremos solamente por lo que nos dé pronta
satisfacción, sino que buscamos y ansiamos algo que nos dé mayor plenitud.
No dejamos de estar con los pies sobre la tierra, atentos a esa vida,
a esas responsabilidades, sabiendo mirar con una mirada nueva y distinta la
vida misma y cuanto nos rodea, sabiendo tener también una mirada hacia los
demás. No caminamos solos; es un camino que tenemos que aprender a hacer
juntos; es un camino en el que tenemos que contar con los que están a nuestro
lado, como también ellos cuentan con nosotros; es un camino que cuando sabemos
compartir se nos hace menos duro, nos hace encontrar alegrías porque hay una
nueva ilusión y esperanza en la que mutuamente nos animamos.
Nuestros pies sobre la tierra en esa realidad que vamos pisando, pero
nuestro corazón lo ponemos en Dios en quien encontramos verdadero descanso. Ya
nos dice que Jesús que los cansados y agobiados vayamos a El porque en El
encontraremos nuestro descanso. Y es que en el Espíritu de Jesús encontraremos
nuestra fuerza; y es que el Espíritu de Jesús enciende una luz en nuestro
interior para descubrir el verdadero sentido y lo que tiene que ser la
respuesta verdadera que en todo momento hemos de dar.
Busquemos lo principal, no dejemos que el corazón se nos vacíe de las
cosas nobles que nos elevan y engrandecen, llenemos nuestra vida de bien, de
bondad, de humildad, de ternura y aprenderemos a ser felices de verdad y a
hacer felices a los demás.
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