El testimonio de san Marta nos ayuda a vivir la vida con una madurez probada en el servicio y en el sacrificio con la esperanza cierta de la plenitud
1Juan 4,7-16; Sal 33; Juan 11,19-27
La madurez de la vida se manifiesta cuando tenemos que enfrentarnos a momentos
difíciles y somos capaces de hacerlo con serenidad, pero también con seguridad,
confianza en si mismo y sus propias convicciones. Vivimos habitualmente de
forma serena la vida sorteando esas dificultades o problemas que nos van
apareciendo cada día; tratamos de vivir con responsabilidad y con alegría y
salvo esas pequeñas cosas que cada día hemos de ir superando vivimos con cierta
tranquilidad.
Pero hay momentos en que de forma inesperada, nos surgen problemas que
quizá nos desestabilizan, que emocionalmente nos afectan en lo más profundo de
nosotros, que nos llenan de intranquilidad y angustia, que producen perdidas
dolorosas en la vida, que no rompen el corazón y es entonces cuando tenemos que
mostrar nuestra madurez; no es que no sintamos dolor o angustia dentro de
nosotros, sino que tenemos la serenidad para afrontarlo sin perder totalmente
el control de nosotros mismos apoyándonos en aquello que da sentido a nuestra
vida y reaccionando con madurez para saber hacer lo que tengamos que hacer en cada
momento.
No es fácil, tenemos que tener bien templado nuestro espíritu, es
necesario también tener una buena espiritualidad y valernos quizá de la
experiencia de lo que hayamos vivido y buscar los mejores caminos. Muchas cosas
se podrían decir en este camino de reflexión.
Hoy estamos celebrando a una mujer que se manifiesta madura en su vida
y en su fe. Marta de Betania, de lo que hemos oído hablar en el evangelio.
Aquel hogar de Betania era un hermoso lugar de acogida, como no hace muchos
hemos reflexionado; muchos peregrinos en su camino a Jerusalén después del
largo recorrido del valle del Jordán y la costosa subida desde Jericó allí encontrarían
agua y descanso en su caminar. Fue también lugar de encuentro para Jesús y allí
le veremos en diversas ocasiones con sus discípulos disfrutando de la placidez
de aquel hogar y de la acogida de aquellos que iban a ser los amigos de Jesús.
A Marta la veremos siempre afanada en el servicio para tener todo
dispuesto para el ejercicio de la hospitalidad, mientras su hermana María la
veremos en otra de las funciones de la acogida que era sentarse a los pies de
Jesús para escucharle. Cuando llegamos a un hogar y nos sentimos acogido
decimos que al final nos sentiremos como en nuestra propia casa. Era lo que
aquellos hermanos de Betania ofrecían a Jesús.
Pero surge la enfermedad y la muerte, mientras Jesús se halla lejos
más allá del Jordán. Un golpe para aquellos corazones llenos de amor y que tan
unidos se sentían la enfermedad de su hermano Lázaro. Es el aviso que
serenamente le envían a Jesús aunque sus corazones están angustiados llenos de
dolor. ‘Tu amigo, el que amas, está enfermo’. Al recibir la noticia
Jesús dirá que no es una enfermedad mortal sino para que se manifieste la
gloria de Dios y tardará días en volver a donde lo han llamado.
Al llegar Jesús a Betania Lázaro llevará ya cuatro días en la
sepultura. Al llegar la noticia Marta corre al encuentro de Jesús allá casi a
la entrada de la aldea. Va con su luto y con su duelo aunque se atreve con la
queja a Jesús. ‘Si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto…’ Y allí
comienza un diálogo de altura, porque aquella mujer sabe bien lo que es su fe.
Jesús le habla de vida y de resurrección para quien ha muerto, y ella espera la
resurrección del último día, que es lo que la mantiene firme en su esperanza.
No ha perdido la esperanza ni la confianza en Dios. Se siente muy
segura, aun en su dolor, en la fe que tiene puesta en el Todopoderoso, y que
ahora va a manifestar su gloria en la acción que realiza Jesús. Es la madurez
de su vida acostumbrada al servicio y también al sacrificio; es la madurez de
su fe que ahora se ve aquilatada en su momento de dolor.
Ojalá fuéramos capaces nosotros
también de vivir esa madurez que crece y se hace fuerte igualmente desde el
servicio y el sacrificio, dispuestos siempre a confiar y a mantener la paz en
el corazón. Santa Marta, a quien hoy celebramos, es un buen testimonio que se
nos ofrece para nuestra vida.
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