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lunes, 29 de julio de 2019

El testimonio de san Marta nos ayuda a vivir la vida con una madurez probada en el servicio y en el sacrificio con la esperanza cierta de la plenitud


El testimonio de san Marta nos ayuda a vivir la vida con una madurez probada en el servicio y en el sacrificio con la esperanza cierta de la plenitud

1Juan 4,7-16; Sal 33; Juan 11,19-27
La madurez de la vida se manifiesta cuando tenemos que enfrentarnos a momentos difíciles y somos capaces de hacerlo con serenidad, pero también con seguridad, confianza en si mismo y sus propias convicciones. Vivimos habitualmente de forma serena la vida sorteando esas dificultades o problemas que nos van apareciendo cada día; tratamos de vivir con responsabilidad y con alegría y salvo esas pequeñas cosas que cada día hemos de ir superando vivimos con cierta tranquilidad.
Pero hay momentos en que de forma inesperada, nos surgen problemas que quizá nos desestabilizan, que emocionalmente nos afectan en lo más profundo de nosotros, que nos llenan de intranquilidad y angustia, que producen perdidas dolorosas en la vida, que no rompen el corazón y es entonces cuando tenemos que mostrar nuestra madurez; no es que no sintamos dolor o angustia dentro de nosotros, sino que tenemos la serenidad para afrontarlo sin perder totalmente el control de nosotros mismos apoyándonos en aquello que da sentido a nuestra vida y reaccionando con madurez para saber hacer lo que tengamos que hacer en cada momento.
No es fácil, tenemos que tener bien templado nuestro espíritu, es necesario también tener una buena espiritualidad y valernos quizá de la experiencia de lo que hayamos vivido y buscar los mejores caminos. Muchas cosas se podrían decir en este camino de reflexión.
Hoy estamos celebrando a una mujer que se manifiesta madura en su vida y en su fe. Marta de Betania, de lo que hemos oído hablar en el evangelio. Aquel hogar de Betania era un hermoso lugar de acogida, como no hace muchos hemos reflexionado; muchos peregrinos en su camino a Jerusalén después del largo recorrido del valle del Jordán y la costosa subida desde Jericó allí encontrarían agua y descanso en su caminar. Fue también lugar de encuentro para Jesús y allí le veremos en diversas ocasiones con sus discípulos disfrutando de la placidez de aquel hogar y de la acogida de aquellos que iban a ser los amigos de Jesús.
A Marta la veremos siempre afanada en el servicio para tener todo dispuesto para el ejercicio de la hospitalidad, mientras su hermana María la veremos en otra de las funciones de la acogida que era sentarse a los pies de Jesús para escucharle. Cuando llegamos a un hogar y nos sentimos acogido decimos que al final nos sentiremos como en nuestra propia casa. Era lo que aquellos hermanos de Betania ofrecían a Jesús.
Pero surge la enfermedad y la muerte, mientras Jesús se halla lejos más allá del Jordán. Un golpe para aquellos corazones llenos de amor y que tan unidos se sentían la enfermedad de su hermano Lázaro. Es el aviso que serenamente le envían a Jesús aunque sus corazones están angustiados llenos de dolor. ‘Tu amigo, el que amas, está enfermo’. Al recibir la noticia Jesús dirá que no es una enfermedad mortal sino para que se manifieste la gloria de Dios y tardará días en volver a donde lo han llamado.
Al llegar Jesús a Betania Lázaro llevará ya cuatro días en la sepultura. Al llegar la noticia Marta corre al encuentro de Jesús allá casi a la entrada de la aldea. Va con su luto y con su duelo aunque se atreve con la queja a Jesús. ‘Si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto…’ Y allí comienza un diálogo de altura, porque aquella mujer sabe bien lo que es su fe. Jesús le habla de vida y de resurrección para quien ha muerto, y ella espera la resurrección del último día, que es lo que la mantiene firme en su esperanza.
No ha perdido la esperanza ni la confianza en Dios. Se siente muy segura, aun en su dolor, en la fe que tiene puesta en el Todopoderoso, y que ahora va a manifestar su gloria en la acción que realiza Jesús. Es la madurez de su vida acostumbrada al servicio y también al sacrificio; es la madurez de su fe que ahora se ve aquilatada en su momento de dolor.
Ojalá fuéramos capaces  nosotros también de vivir esa madurez que crece y se hace fuerte igualmente desde el servicio y el sacrificio, dispuestos siempre a confiar y a mantener la paz en el corazón. Santa Marta, a quien hoy celebramos, es un buen testimonio que se nos ofrece para nuestra vida.



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