Tengamos la sabiduría de saber discernir bien lo que nos sucede para que sepamos escoger siempre el camino bueno
Éxodo 40,16-21.34-38; Sal 83; Mateo 13,47-53
‘¿Habéis entendido todo esto?’ preguntaba Jesús después de exponer sus parábolas. Si
entendemos tenemos que ser como ese hombre sabio, como continúa diciéndonos,
que sabe darle sentido a cada cosa en su momento.
No es fácil. No es fácil porque nos confundimos muchas veces, porque
interpretamos mal, porque no sabemos darle importancia y trascendencia a cada
cosa que hacemos. Todo tiene su valor, en todo podemos encontrar algo bueno,
cuanto nos sucede tendría que hacernos pensar. Pero pararse a pensar con lo
deprisa que va la vida nos cuesta, seguimos en el ritmo vertiginoso y perdemos
los detalles, y en los detalles hemos de descubrir cuanto bueno podemos hacer y
podemos vivir.
Las parábolas que nos propone Jesús para hablarnos del Reino de Dios y
para en consecuencia hacernos pensar en el sentido que le damos a la vida, son
un estímulo, quieren alentarnos y alertarnos. Alentarnos para que sigamos el
camino con ilusión, que no le temamos a la lucha, que mantengamos claras
nuestras metas, que descubramos el sentido de Dios en la vida y en lo que
hacemos. ¿No nos quiere hablar del Reino de Dios?
Pero, como decíamos, quieren alertarnos también, ponernos en alerta
ante los peligros, ante las tentaciones, ante las desviaciones que podamos
hacer en los cruces de la vida no escogiendo el correcto, ante las cosas que
nos pueden confundir, ante lo que el mundo nos puede presentar como bueno y nos
distraiga de nuestra meta, ante las materialidades de la vida, ante la posible
pérdida del rumbo y del sentido espiritual y trascendente que tenemos que darle
a lo que hacemos y vivimos.
Hoy nos habla de la red echada al mar y en la que recogen toda clase
de peces. Al final será la criba, pero todos están en la red. Así nosotros en
la vida y en el mundo. Pero no nos contentemos en pensar que unos son los
buenos y otros son los malos y que nosotros somos siempre los buenos.
Es que en nosotros puede haber de una cosa y de otra, porque no somos
tan perfectos, porque somos débiles, porque cometemos errores y nos desviamos
en algunas cosas del rumbo certero, porque aunque queremos ser buenos y fieles
hay cosas en las que bajamos la tensión y nos vamos permitiendo cosas que luego
pueden ser una pendiente peligrosa de la que no podamos salir.
En nuestro corazón hay bondad y buenos deseos, es cierto, pero muchas
veces se nos mete también el orgullo y el amor propio, nos sentimos tentados
por la indiferencia y la insolidaridad, se nos ponen turbios los ojos con
nuestros recelos y hasta con las envidias que pueden aparecer en nuestro
corazón. Y es en lo que tenemos que estar alerta, como decíamos antes.
Por eso, como ya nos decía también en la parábola del trigo y la
cizaña Dios espera, espera nuestro cambio, espera que emprendamos ese camino de
conversión de nuestra vida. Mientras vamos caminando si nos damos cuenta de
nuestras debilidades tenemos que saber encontrar la fortaleza para no sucumbir,
pero también para levantarnos si hemos tropezado. No podemos decir es que soy
así y no hay quien me cambie; sí, podemos cambiar, podemos mejorar nuestra
vida, podemos transformarnos en esos peces buenos, en ese buen fruto, en esa
buena semilla que algún día florezca para alegrarnos la vida, pero que también
dé buenos frutos.
Nos sentimos alentados por la Palabra de Dios y nos llenamos de
esperanza. Como el hombre sabio sepamos discernir bien lo que nos sucede para
que sepamos escoger siempre el camino bueno y con todo lo que hacemos demos
gloria al Señor.
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