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miércoles, 31 de julio de 2019

Busquemos el tesoro escondido que nos ofrece el evangelio y vivamos intensamente la alegría de la fe con la que contagiemos a los demás

Busquemos el tesoro escondido que nos ofrece el evangelio y vivamos intensamente la alegría de la fe con la que contagiemos a los demás

 Éxodo 34,29-35; Sal 98; Mateo 13,44-46
Quien recibe un hermoso regalo se llena de alegría y seguro que en su generosidad compartirá su alegría también con los demás; recordemos cómo, por ejemplo, en un cumpleaños cuando recibimos los regalos de los amigos o de los seres queridos, llenos de alegría se los mostramos a todos compartiendo la dicha que sentimos.
Pero también otras cosas que encontramos o recibimos de los demás que nos llenan de satisfacciones hondas, desde lo bueno que nosotros hacemos, pero también cuando nos sentimos impactados por algo que descubrimos, que vemos en los demás y que nos abre los ojos, nos hace mirar las cosas o la vida de forma distinta, no nos lo guardamos para nosotros mismos sino que con esa alegría que llevamos dentro por aquel descubrimiento tratamos de trasmitirlo o contagiarlo a los demás.
Hoy nos habla Jesús, en ese lenguaje tan peculiar que son las parábolas, de una perla o de un tesoro escondido que hemos encontrado. Y nos habla también de alegría. Todos entendemos que esa perla o ese tesoro del que nos está hablando Jesús en sus parábolas significa encontrarse con El mismo, descubrir en verdad lo que significa el Reino de Dios, encontrar esa fe que da sentido nuevo a nuestra vida, abrirnos a ese mundo maravilloso que El nos ofrece con los valores del Evangelio. Y eso sí que tiene que ser una alegría grande para el ser humano.
Encontrarnos de verdad con el Evangelio de Jesús tiene que significar algo muy grande para el hombre, para toda persona. En medio de ese mundo turbio en que vivimos es encontrar una luz; en medio de esos males que nos envuelven es encontrar una esperanza de salvación y de que es posible un mundo distinto del que desterremos todo ese mal, todo ese odio, toda esa violencia, todas esas cosas que nos enturbian la vida y nos hacen vivir con amarguras en el corazón.
Nos hemos acostumbrado a decir que somos creyentes y cristianos de manera que en nuestra rutina – esa rutina en la que caemos cuando  no somos capaces de renovarnos cada día – hemos dejado de saborear lo que significa tener fe. Por eso ya nos da igual una cosa que otra, nos dejamos influenciar por tantas cosas que no llegamos a descubrir y saborear ese sentido nuevo que tiene todo cuando tenemos fe en Jesús y queremos vivir en el espíritu del Evangelio. Y es que no llegamos a vivir la alegría de nuestra fe. Y eso es triste.
El cristiano, el verdadero creyente tiene que ser una persona inquieta; buscamos y queremos saber, pero no para dejarnos llevar por cualquier corriente o pensamiento, sino para ahondar más y más en nuestra fe. Nos falta esa profundidad que nos llene de vida, vivimos demasiado superficialmente nuestra fe y no somos capaces de dejarnos sorprender cada día por lo que nos ofrece el evangelio. Y claro nos vamos tras cualquier atisbo de luz que relampaguee en cualquier parte.
Es triste que quienes hemos sido bautizados y educados en la fe cristiana como católicos – recibimos al menos unas catequesis para acceder a los sacramentos – luego se nos marchen detrás de cualquiera que toque a su puerta ofreciéndole otra fe u otra religión  y luego hasta vengan a decirnos que nuestra fe no sirve de nada, que estamos llenos de errores y no se cuantas cosas más, pero nunca se preocuparon de conocer a fondo su fe, de profundizar en el evangelio, de escuchar con corazón abierto lo que la Iglesia nos ofrece.
No estudiaste tu fe y ahora vienes a decirnos porque no sé quien te lo dijo o te convenció de que tu fe tiene errores, pero ¿conoces realmente lo que es la fe que vivimos en la Iglesia? ¿Llegaste a vivir la alegría de tu fe? ¿Fue para ti ese tesoro escondido que encontraste y por el que fuiste capaz de darlo todo porque allí encontraste el sentido de tu vida?
Busquemos ese tesoro escondido pero que ahí está delante de nosotros y vivamos la alegría de renovar plenamente tu fe cada día.

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