Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús sabrá rezar el
Padrenuestro con el espíritu de Jesús viviendo y gozándonos de la ternura de
Dios
Génesis 18, 20-32; Sal 137; Colosenses 2,
12-14; Lucas 11, 1-13
Me atrevo a decir que la buena calidad
de una amistad la podemos medir por la intensidad de nuestras mutuas
relaciones, nuestros encuentros frecuentes, nuestro diálogo y comunicación. No
la distancia física la que nos pueda hablar de esa no calidad de nuestra
amistad sino la falta de comunicación y sintonía, porque además cuando queremos
encontramos muchos medios para esa comunicación. Si se nos debilita esa
comunicación podemos caer en la pendiente del enfriamiento de relaciones y de
la muerte de esa amistad.
¿Podríamos decir también, entonces, que
la oración es la medida de nuestra fe? Quizá habremos escuchado decir a muchos
que son muy creyentes pero que ellos no necesitan rezar. Podríamos permitirnos
quizá decirnos o preguntarnos si es lo mismo el rezar que el orar. Claro que
tenemos que entender muy bien lo que es la oración. Hablábamos antes de
intensidad de nuestras mutuas relaciones, de encuentro frecuente para facilitar
y alimentar nuestra amistad, hablábamos de diálogo y comunicación. ¿No sería
eso nuestra oración a Dios? Claro está que con aquellos que nos decían que no
necesitaban rezar para mantener su fe, si sus rezos no son una verdadera
comunicación y diálogo con Dios, podríamos decir que lo entendemos.
La oración no es una cosa que se nos
pueda imponer, sino que es verdaderamente una necesidad del espíritu. Creemos
en Dios – que por supuesto no hablamos de una fe teórica sino viva – y
necesitamos ese encuentro vivo con el Dios en quien creemos, de quien nos
sentimos amados y a quien nosotros también hemos de amar.
Hoy nos habla el evangelio de que los discípulos
que veían a Jesús orar con frecuencia, un día vienen y le piden que les enseñe
a orar. La oración era parte esencial de la espiritualidad del judío creyente;
oraban en el templo, oraban en la sinagoga cuando se reunían para escuchar la
lectura de la ley y los profetas, pero era algo además que estaba muy presente
en la vida de cada día de todo buen judío.
Los salmos que nos trasmite la Biblia
son la expresión de esa oración litúrgica, pero también de esa oración en cada
situación de la vida, en la pobreza o en la enfermedad, en los momentos de
gloria del pueblo de Israel o cuando hacían la ofrenda de la primicias que eran
siempre para el Señor, en el nacimiento de un hijo o en las distintas
circunstancias de la vida.
Ahora le piden a Jesús que les enseñe a
orar. Y Jesús lo que les trasmite es lo que es la vivencia de su vida. Por eso
la primera palabra es esa palabra tierna con la que el niño se dirige a su
padre, confía en él, se pone en sus manos. ¡Abba! ¡Padre! Es una ternura como
la del niño que se fía de su padre con la que se pone uno en las manos de Dios.
Y es que la manera de orar que nos enseña Jesús no la podemos entender y no la
podemos hacer vida en nosotros si no vivimos en el Espíritu de Jesús porque nos
hemos dejado impregnar por su vida, por su Palabra, por su Espíritu. ‘Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús,
quiere decir Lucas, sabrá rezar el Padrenuestro con el espíritu de Jesús’, nos dicen los maestros de oración y
espiritualidad. Y es lo que tenemos que intentar hacer.
Son los discípulos
los que le piden a Jesús que les enseñe a orar y la manera de orar que Jesús
nos enseña es, pues, para aquellos que en verdad buscan el Reino de Dios,
aquellos que en verdad quieren seguir a Jesús viviendo su mismo Espíritu,
aquellos que quieren parecerse a Jesús cuyo alimento era hacer la voluntad del
Padre y quieren en todo momento buscar y conocer lo que Dios quiere. Podrán
orar con la oración que Jesús nos enseña aquellos que tienen un corazón abierto
para escuchar la predicación de Jesús. Cuando Jesús nos enseña cómo y qué es lo
que hemos de orar, entonces nos está enseñando implícitamente cómo deberíamos
ser y vivir, para poder orar de esta manera.
Orando así
mostraremos en verdad, como decíamos al principio, la calidad de nuestra fe,
porque así crecerá más y más la calidad de nuestra vida cristiana, nuestra
propia espiritualidad. Y quien siente esa ternura de Dios que es su amor no
puede menos que con esa misma ternura buscar el encontrarse con Dios. Y qué
diálogo más hermoso de amor va a surgir de nuestro corazón. No es necesario que
ahora nos detengamos a explicar cada una de las partes de ese modelo de oración
que nos propone Jesús, porque así viviendo en el Espíritu de Jesús surgirán, no
como rutinas repetitivas, sino como deseos y sentimientos hondos del corazón
todo aquello que le queremos decir a Dios, como al mismo tiempo sabremos hacer
ese silencio dentro de nosotros para escuchar a Dios.
Luego
Jesús en el resto del texto del evangelio de hoy nos hablará de la insistencia
y constancia de nuestra oración, hablando del que va a pedir un pan al amigo, o
del padre que nunca le dará nada malo a su hijo, y de cómo con confianza
siempre hemos de orar, de buscar, de llamar, de pedir porque siempre vamos a
ser escuchados y la puerta se abrirá, lo que buscamos lo encontramos, lo que
pedimos lo recibiremos y hasta cien veces más.
Que nos
gocemos de esa ternura de Dios y con la misma ternura llenos de su espíritu
acudamos al Abba, al Padre.
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