Que
el Señor nos ayude a cambiar nuestros corazones para que podamos en verdad
comenzar a cambiar el mundo
Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Sal 102; Mateo
13, 36-43
Mala cosa es que nos consideremos
justos e impecables, porque nosotros sí somos buenos y nunca vamos a tropezar
en esas cosas; ese orgullo que se nos mete por dentro nos hace creernos mejores
y superiores a los demás y no soportamos de ninguna manera los errores que
puedan cometer los demás. Los quitaríamos de en medio, así querríamos arrasar
el mal que podemos ver en el mundo porque si quitamos de en medio a esos que
vemos actuar con injusticia, con hipocresía y con maldad nos parece que somos
tan buenos que el mal no va a volver a aparecer. No nos damos cuenta de nuestra
propia debilidad que más pronto de lo que pensamos nos hace caer en esas
maldades u otras peores de las que vemos en los otros.
Es lo que viene a enseñarnos la
parábola que se nos presenta en el evangelio y que conocemos como la del trigo
y la cizaña, que Jesús ante la petición de los discípulos hoy nos da su
explicación. Se había sembrado buena semilla pero pronto apareció la cizaña que
el maligno había sembrado con malicia en aquel campo. ¿Quieres que la
arranquemos? Preguntan las discípulos pero el agricultor les dice que lo dejen
hasta el final donde se hará la criba para arrojar al fuego las malas semillas
y el buen grano guardarlo en el granero.
Como ya comentamos recientemente es la
paciencia de quien sabe que podemos cambiar; es la paciencia misericordiosa de
Dios con nosotros que siempre estará esperando las buenas señales de nuestra
vida, porque ese campo es el mundo y es la vida, esa buena semilla sembrada en
el campo con los ciudadanos del Reino. Pero quiere hacernos caer en la realidad
de que también los ciudadanos del Reino un día pueden tropezar y convertirse en
mala semilla, en cizaña, cuando dejamos que el mal se meta dentro de nosotros.
Ya hablábamos al principio de los que se creen justos y sin pecado que
desprecian a los demás; no son tan justos porque ya están dejando meter esa
cizaña en sus corazones con sus orgullos y sus desprecios.
¿Tendríamos que ser arrancados nosotros
desde que entre en nuestro corazón el orgullo y el pecado? Sin embargo la
paciencia de Dios es grande y su misericordia es infinita. Dios nos espera.
Dios sigue pidiendo la conversión del corazón. Y podemos cambiar si hacemos
surgir en nosotros el arrepentimiento y los deseos de conversión. No nos
faltará la gracia del Señor que riegue y haga fecunda nuestra vida.
Mirando esa mala semilla que tantas
veces vemos brotar en nuestro corazón creo que tendremos humildad suficiente y
claridad de pensamiento para darnos cuenta de la realidad de la vida y de la
realidad del mundo que nos rodea. Siempre nos vamos a encontrar en
contradicción con el mundo y las obras del mundo que reverdecen continuamente;
esa contradicción que encontraremos en todas las situaciones de la vida, esa
contradicción que muchas veces podemos encontrar en el seno de la Iglesia y en
aquellos que con buena voluntad queremos seguir los caminos del Señor. Pero nos
aparece la tentación continuamente y esto nos tiene que llevar a comprender esa
situación contradictoria que podemos ver en los demás, contemplar en nuestro
mundo y hasta en nuestra Iglesia.
No tenemos que escandalizarnos por eso,
no pretendemos tampoco arrancar esa maldad de manera violenta, porque siempre
quedarían raíces; tenemos que optar por nuestra propia transformación, el
propio cambio que realicemos en nuestra vida para con nuestro testimonio llevar
a los demás a sembrar esa buena semilla en sus corazones. Pensemos que quizá
los creyentes no estamos dando siempre buen testimonio, buen ejemplo y cuanto
daño podemos hacer a los demás por esa contradicción de nuestra vida.
Que el Señor nos ayude a cambiar
nuestros corazones para que podamos en verdad comenzar a cambiar el mundo.
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