Una
fe que nos abre a la luz, a la vida, al amor, a la acogida, a la hospitalidad,
que nos abre a Jesús que está a nuestro lado en los hermanos que hacen el
camino con nosotros
Hechos 3,1-10; Sal 104; Lucas 24,13-35
Hay acontecimientos, hay cosas que nos suceden
en la vida que nos dejan planchados, nos llenan de desilusión y parece que se
nos pierden las esperanzas. Esperábamos algo bueno y nos sucede lo contrario;
habíamos puesto la esperanza en un proyecto que trabajábamos con ilusión y
sucede algo que no nos deja realizarlo o parece que la vida se nos hace
imposible; habíamos puesto la confianza en una persona, pero luego descubrimos
que las cosas no eran como aparentaban porque nos falló.
Y en esos momentos de desilusión todo
se nos vuelve negro y hasta nos cuesta pensar, o encontrar algo positivo por lo
que seguir luchando; tenemos la tentación de la huída, de dejarlo todo, de
olvidarnos de aquellas ilusiones que teníamos en la vida, y la cabeza nos da
vueltas y más vueltas sin encontrar un rayo de luz. Puede haber a nuestro lado
cosas muy positivas, pero no somos
capaces de verlo, no tenemos ánimos para tratar de recomenzar de nuevo y poner
la ilusión en algo nuevo.
Se nos ciegan los ojos y se nos ciega
la mente. Alguna vez habremos pasado por algo así, o contemplamos a alguien a
nuestro alrededor que cae en esas depresiones. ¿Cómo levantarnos? ¿Cómo ayudar
al que vemos que se encuentra en una situación así?
Así iban en la tarde aquellos dos discípulos
que hacían el camino de Emaús. Ya desde la mañana y la tarde del viernes habían
aparecido los miedos y comenzaba a caminar el desánimo en sus corazones. Por el
descanso sabático encerrados se habían quedado y en la mañana de aquel primer día
de la semana aunque llegaban algunas noticias por parte de las mujeres que
decían que el sepulcro estaba vacío y hablaban de visiones de ángeles habían
aguantado pero ahora se habían marchado camino de su pueblo. Pero en su mente y
en sus conversaciones no hay otros pensamientos ni otras palabras sino
repetirse una y otra vez todo lo que había sucedido.
Les había alcanzado un caminante que se
había puesto a su lado. Intentando entrar en conversación les pregunta qué les
pasa que los ve tan sombríos y cabizbajos. ‘¿Eres tú el único que en Jerusalén
no se ha enterado de lo que pasa en estos días?' Fue la respuesta. Y le explican
lo sucedido y cómo sus esperanzas están por los suelos. ‘Nosotros esperábamos
que El fuera el futuro liberador de Israel’, le manifiestan.
Y aquel caminante desconocido – ellos
no se habían fijado en quien era – comienza a explicarles todo lo que en la
Escritura estaba anunciado y que en Jesús se cumplía. Iban tan absortos en sus
explicaciones – mas tarde dirían que les ardía el corazón por dentro mientas
les hablaba – que entraba la noche, pero ellos llegaban a su destino. El que
les acompañaba hizo ademán de querer seguir adelante en su camino y ahora son
ellos los que olvidando sus preocupaciones tratan de convencerle que se quede
que los caminos con peligrosos en la noche.
‘Quédate con nosotros por atardece’, le ofrecen y abren las puertas de sus casas en gesto
de hospitalidad para que permanezca con ellos y no siga el camino. Se sentían
tan a gusto con El, aunque aun no lo habían reconocido. En su hospitalidad y
acogida pronto estarán sentados a la mesa compartiendo el pan. Y será entonces
cuando reconozcan a Jesús, se les abran los ojos. El amor de la acogida y la
hospitalidad abrió sus corazones y en ellos se hizo presente Jesús que caminaba
a su lado sin ellos saberlo. En su alegría correrán de nuevo a Jerusalén – no
importa ya la noche – para anunciar la experiencia que habían tenido de su
encuentro con Jesús y cómo de nuevo renacían sus esperanzas.
Es el camino de nuestra vida, el que
recorremos tantas veces y en el que tendríamos que saber descubrir la presencia
de Jesús. Vamos demasiado enfrascados en nosotros mismos, en lo que vivimos, lo
que son nuestros problemas y nuestras angustias, lo que son nuestras luchas de
cada día, lo que son las esperanzas que vivimos en unos momentos pero también
las desilusiones que nos aparecen de pronto tantas veces. Nos parece que vamos
solos, pero junto a nosotros está y no lo conocemos.
Despertemos nuestra fe. Una fe que no
se queda encerrada en unos conceptos que podamos plasmar quizá en unos libros;
una fe que tiene que envolver totalmente nuestra vida; una fe que nos abre a la
luz, a la vida, al amor, a la acogida, a la hospitalidad, que nos abre a Jesús
que llega a nosotros de mil maneras, a Jesús que está a nuestro lado en los
hermanos que hacen el camino con nosotros.
Cristo resucitado nos envuelva con su
luz.
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