Pasemos la página de la tristeza para encontrarnos en la
mañana luminosa de la resurrección llenando de la alegría de la Pascua al mundo
que nos rodea
Lucas 24, 1-12
‘¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado.
Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: El Hijo del Hombre tiene
que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día
resucitará’.
Nos
preguntábamos en la tarde del Viernes Santo a quién buscábamos. Más bien era la
pregunta que Jesús les hacía a los que habían ido a prenderle en Getsemaní. ‘¿A
quién buscáis?’ y habían respondido ‘a Jesús, el Nazareno’. Sigue
latente la pregunta. ¿A quién buscamos? ¿A quién buscaban aquellas mujeres que habían
ido al sepulcro bien temprano en aquel primer día de la semana? O tenemos quizá
que decir ¿a quien buscamos nosotros que venimos esta noche a esta vigilia
pascual o a quienes nos reunimos en la mañana de pascua en cualquiera de
nuestras celebraciones?
Podemos
seguir buscando simplemente el crucificado, podemos seguir buscando un cuerpo
muerto en el sepulcro como aquellas mujeres, que incluso se preguntaban cómo podrían
descorrer la piedra de la entrada del sepulcro. Incluso con lo importante que
es demasiado nos quedamos nosotros en la página del dolor y de la tragedia de
contemplar a un cuerpo de Jesús traspasado de dolor entre las sombras de una pasión
y muerte y clavado en una cruz y no hemos terminado de pasar la página para
encontrarnos de verdad en la mañana luminosa de la resurrección.
En esta
noche o en este día de pascua tenemos que terminar de aprender a pasar esa
página, porque en verdad hemos de creernos las palabras de Jesús, lo que El
había anunciado. Los ángeles aparecidos junto a la tumba vacío fueron buenos
maestros para aquellas mujeres y les dejaron un encargo que habían de anunciar.
Tenían que anunciar a los demás discípulos que en verdad ya el sepulcro estaba vacío
para siempre. ‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí.
Ha resucitado’.
Y
recordaron y creyeron en las palabras de Jesús y corrieron a anunciarlo a los discípulos,
aunque todavía estos, incrédulos como tantas veces nos sucede, demasiadas tendríamos
que decir, corrieran de nuevo al sepulcro para comprobar la veracidad de las
palabras que les anunciaban que les parecían más bien ensoñaciones de mujeres,
lo ‘tomaron por un delirio’, como lo comenta el evangelista. Pero no lo
era; era verdad, el sepulcro estaba vacío, Cristo había resucitado.
Es la
certeza con la que tenemos que salir de aquí esta noche o amanecer en el día
luminoso de la pascua. ‘No está aquí. Ha resucitado’. Y también tenemos
que correr – la mañana de pascua la llamo yo la de las carreras – para salir de
nuestros templos, para salirnos de las cosas de siempre, para ir al encuentro
con los demás, para anunciarles que en verdad Cristo ha resucitado.
No temamos
que nos tomen por locos, o nos digan que es un delirio el que nos absorbe. Nos
lo van a decir, nos vamos a encontrar gente que es indiferente a lo que
nosotros le podamos anunciar, o que incluso siendo muy religiosa nos pongan en
duda lo que nosotros les queremos anunciar. Nosotros tenemos que ir con la
experiencia de una vivencia. Lo que nosotros experimentamos dentro de nosotros
mismos aunque nos pongan mil razones en contra no deja de ser una experiencia
que nosotros vivimos y que no podemos callar. Y esa experiencia luego la vamos
a traducir en nuestra nueva vida, en ese compromiso que vamos a vivir por hacer
ese mundo nuevo, porque ya tenemos la certeza de que es posible.
Y lo vamos
a proclamar con nuestras obras de amor, con esos nuevos gestos que realicemos,
con ese nuevo compromiso en el que nos implicamos por hacer que desde el amor
nuestro mundo sea mejor; y lo vamos a manifestar a través de esa nueva comunión
que vivamos entre los hermanos que nos sentimos una familia, que nos sentimos
una nueva comunidad; y lo vamos a proclamar con esa nueva lucha por hacer que
todos seamos mejores, aunque tantas veces nos sintamos débiles, y vamos
derramando amor y misericordia, comprensión y paz allá por donde vayamos porque
queremos creer en el hombre, en toda persona, en la bondad de la vida, y
seremos capaces de ir remediando males, uniendo voluntades, creando lazos de
una nueva amistad donde todos nos aceptemos y nos respetemos, nos valoremos y
seamos capaces de contar los unos con los otros.
Es la
fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que sentimos dentro de nosotros y nos
impulsa a ese amor y a esa vida nueva. Es la fuerza de Cristo resucitado que
nos impulsa a hacer también una comunidad nueva, una Iglesia nueva que con el
testimonio de cada uno de nosotros anuncia sin cesar el evangelio de Cristo
resucitado en quien tenemos la salvación y con quien sabemos que podemos en
verdad realizar el Reino nuevo de Dios.
Hoy es un día
de inmensa alegría. Es la alegría de la Pascua, el paso salvador del Señor. Con
gozo y con fuerza cantamos el Aleluya de la resurrección. Cómo tenemos que
contagiar de esa alegría al mundo que muere en tanta tristeza porque sigue
habiendo demasiada tristeza y amargura en los corazones de los hombres. Tenemos
una alegría que anunciar, un Aleluya que gritar, una buena nueva que anunciar,
Cristo ha resucitado. Tenemos que arrancarnos de la sombra de la muerte porque
con Cristo nosotros hemos renacido también a una vida nueva. Es la Pascua, es
el paso del Señor. Anunciamos a Cristo crucificado pero resucitado. Anunciamos
la Vida porque anunciamos a Cristo resucitado.
Es verdad,
¡ha resucitado el Señor! ¡Alegría, hermanos!
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