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domingo, 21 de abril de 2019

Pasemos la página de la tristeza para encontrarnos en la mañana luminosa de la resurrección llenando de la alegría de la Pascua al mundo que nos rodea




Pasemos la página de la tristeza para encontrarnos en la mañana luminosa de la resurrección llenando de la alegría de la Pascua al mundo que nos rodea

Lucas 24, 1-12
‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitará’.
Nos preguntábamos en la tarde del Viernes Santo a quién buscábamos. Más bien era la pregunta que Jesús les hacía a los que habían ido a prenderle en Getsemaní. ‘¿A quién buscáis?’ y habían respondido ‘a Jesús, el Nazareno’. Sigue latente la pregunta. ¿A quién buscamos? ¿A quién buscaban aquellas mujeres que habían ido al sepulcro bien temprano en aquel primer día de la semana? O tenemos quizá que decir ¿a quien buscamos nosotros que venimos esta noche a esta vigilia pascual o a quienes nos reunimos en la mañana de pascua en cualquiera de nuestras celebraciones?
Podemos seguir buscando simplemente el crucificado, podemos seguir buscando un cuerpo muerto en el sepulcro como aquellas mujeres, que incluso se preguntaban cómo podrían descorrer la piedra de la entrada del sepulcro. Incluso con lo importante que es demasiado nos quedamos nosotros en la página del dolor y de la tragedia de contemplar a un cuerpo de Jesús traspasado de dolor entre las sombras de una pasión y muerte y clavado en una cruz y no hemos terminado de pasar la página para encontrarnos de verdad en la mañana luminosa de la resurrección.
En esta noche o en este día de pascua tenemos que terminar de aprender a pasar esa página, porque en verdad hemos de creernos las palabras de Jesús, lo que El había anunciado. Los ángeles aparecidos junto a la tumba vacío fueron buenos maestros para aquellas mujeres y les dejaron un encargo que habían de anunciar. Tenían que anunciar a los demás discípulos que en verdad ya el sepulcro estaba vacío para siempre. ‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado’.
Y recordaron y creyeron en las palabras de Jesús y corrieron a anunciarlo a los discípulos, aunque todavía estos, incrédulos como tantas veces nos sucede, demasiadas tendríamos que decir, corrieran de nuevo al sepulcro para comprobar la veracidad de las palabras que les anunciaban que les parecían más bien ensoñaciones de mujeres, lo ‘tomaron por un delirio’, como lo comenta el evangelista. Pero no lo era; era verdad, el sepulcro estaba vacío, Cristo había resucitado.
Es la certeza con la que tenemos que salir de aquí esta noche o amanecer en el día luminoso de la pascua. ‘No está aquí. Ha resucitado’. Y también tenemos que correr – la mañana de pascua la llamo yo la de las carreras – para salir de nuestros templos, para salirnos de las cosas de siempre, para ir al encuentro con los demás, para anunciarles que en verdad Cristo ha resucitado.
No temamos que nos tomen por locos, o nos digan que es un delirio el que nos absorbe. Nos lo van a decir, nos vamos a encontrar gente que es indiferente a lo que nosotros le podamos anunciar, o que incluso siendo muy religiosa nos pongan en duda lo que nosotros les queremos anunciar. Nosotros tenemos que ir con la experiencia de una vivencia. Lo que nosotros experimentamos dentro de nosotros mismos aunque nos pongan mil razones en contra no deja de ser una experiencia que nosotros vivimos y que no podemos callar. Y esa experiencia luego la vamos a traducir en nuestra nueva vida, en ese compromiso que vamos a vivir por hacer ese mundo nuevo, porque ya tenemos la certeza de que es posible.
Y lo vamos a proclamar con nuestras obras de amor, con esos nuevos gestos que realicemos, con ese nuevo compromiso en el que nos implicamos por hacer que desde el amor nuestro mundo sea mejor; y lo vamos a manifestar a través de esa nueva comunión que vivamos entre los hermanos que nos sentimos una familia, que nos sentimos una nueva comunidad; y lo vamos a proclamar con esa nueva lucha por hacer que todos seamos mejores, aunque tantas veces nos sintamos débiles, y vamos derramando amor y misericordia, comprensión y paz allá por donde vayamos porque queremos creer en el hombre, en toda persona, en la bondad de la vida, y seremos capaces de ir remediando males, uniendo voluntades, creando lazos de una nueva amistad donde todos nos aceptemos y nos respetemos, nos valoremos y seamos capaces de contar los unos con los otros.
Es la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que sentimos dentro de nosotros y nos impulsa a ese amor y a esa vida nueva. Es la fuerza de Cristo resucitado que nos impulsa a hacer también una comunidad nueva, una Iglesia nueva que con el testimonio de cada uno de nosotros anuncia sin cesar el evangelio de Cristo resucitado en quien tenemos la salvación y con quien sabemos que podemos en verdad realizar el Reino nuevo de Dios.
Hoy es un día de inmensa alegría. Es la alegría de la Pascua, el paso salvador del Señor. Con gozo y con fuerza cantamos el Aleluya de la resurrección. Cómo tenemos que contagiar de esa alegría al mundo que muere en tanta tristeza porque sigue habiendo demasiada tristeza y amargura en los corazones de los hombres. Tenemos una alegría que anunciar, un Aleluya que gritar, una buena nueva que anunciar, Cristo ha resucitado. Tenemos que arrancarnos de la sombra de la muerte porque con Cristo nosotros hemos renacido también a una vida nueva. Es la Pascua, es el paso del Señor. Anunciamos a Cristo crucificado pero resucitado. Anunciamos la Vida porque anunciamos a Cristo resucitado.
Es verdad, ¡ha resucitado el Señor! ¡Alegría, hermanos!

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