Vayamos
a Jesús con nuestras redes una veces vacías por las desilusiones y siempre
llenas cuando nos fiamos de Jesús
Hechos 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14
‘Y aquella noche no cogieron nada…’ Habían vuelto a Galilea después de todo lo que había
acontecido en Jerusalén. Eran también las indicaciones del Maestro. Allá
estaban de nuevo en su tierra y en sus casas. ¿Aburridos quizá cuando tanta
había sido la actividad que habían tenido con Jesús? ¿Desalentados porque un
poco se habían frustrado sus esperanzas? ¿Qué hacer? ¿Volver a la tarea de
siempre? Allí estaban las barcas con todos sus aparejos.
Después de intensas actividades, cuando
nos suceden cosas que nos desconciertan y tienen el peligro de apagar nuestras
esperanzas, nos quedamos en ocasiones en ese tiempo o ese estado en el que no
sabemos que hacer. Quizás aquello que habíamos emprendido con tanta ilusión
parece que se nos viene abajo y algo tenemos que recomenzar. ¿Una tarea nueva?
¿Una nueva aventura de explorar nuevos campos? ¿Volvernos quizá a lo de
siempre? Nos hace falta algo, un revulsivo que nos despierte; hacemos
tentativas pero parece como que no estamos muy estabilizados en aquello que
hacemos o las cosas no nos salen.
Es Pedro en este caso como en tantas
ocasiones – madera de líder – el que se decide. ‘Me voy a pescar’ Y es
cuando los demás dicen también ‘nos vamos contigo’. El evangelista nos
detalla aunque no nos da el nombre de todos los que se fueron a pescar aquella
noche. Pero una noche más de fracaso; después de tanto esfuerzo y trabajo no
han cogido nada. ¿Un nuevo fracaso a añadir para la desilusión?
En la orilla hay alguien que pregunta
que si han cogido peces. A la respuesta negativa – y vamos a ver con qué malos
humores, porque todos somos humanos – aquel desconocido se atreve a indicarles
que lancen la red por el otro lado de la barca. Por probar no pasa nada y se
confían. Merecía la pena confiarse, porque la pesca resulto sorprendentemente
muy grande cuando se habían pasado toda la noche faenando sin coger nada. Ahora
sí que volvía la alegría a sus rostros a pesar del esfuerzo.
Pero es uno de los discípulos – el que
era especialmente amado por Jesús – el que le susurra a Pedro que ‘es el
Señor’. No hace falta nada más, pues Pedro los deja a todos en la estacada
y se lanza al agua tal como estaba porque quería llegar pronto a los pies de
Jesús a pesar de que solo estaban como a unos cien metros de la orilla. Es el
impulso del amor, de quien tanto amaba a Jesús.
Allí estaba el que podía levantarles
los corazones de nuevo, el que les hacia renacer las esperanzas, el que llenaba
su corazón de alegría en el amor. Los demás discípulos arrastran la red a
tierra y vienen también al encuentro con Jesús. Allí están ante Jesús llenos de
alegría; allí están con las redes que habían sido de sus desilusiones pero
ahora repleta porque Jesús les ha llenado de vida.
Como tenemos que aprender nosotros ir
hasta Jesús, con lo que somos, con nuestros momentos negativos, pero también
con esa luz que Jesús nos da y pone un sentido nuevo a nuestra existencia.
Tenemos que dejarnos conducir por Jesús, porque no podemos caminar solos y a
nuestra manera. Cuando nos quedamos en nuestro yo o en nuestras apetencias nada
más, vemos que las redes se van a quedar vacías. No pensemos que por nosotros
mismos sabemos manejar los aparejos de la vida, sino que tenemos que aprender a
dejarnos llenar por la Sabiduría del Espíritu. Tenemos que aprender a realizar
en todo la obra de Jesús.
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