Sembremos cada día en el campo de la vida la semilla del Evangelio con la esperanza de que un día dará fruto
2 Timoteo 1, 1-8; Sal 95;Marcos 4,26-34
En
mis paseos por los campos en los alrededores de donde vivo me suelo
encontrar muchas veces a los agricultores afanados en sus tareas de
siembra, de cultivo, de cuidado de sus tierras y lo que en ella
tienen sembrado. Una tarea ardua pero silenciosa y con esperanza de
fruto siempre, en muchas ocasiones en solitario o en otras acompañado
de otros jornaleros que les ayudan en sus tareas; muchas veces los
veo silenciosos contemplando la tierra en la que han sembrado su
semilla esperando verla brotar, el crecimiento de sus plantas y con
la esperanza siempre de una buena cosecha.
No
siempre quizá germina la semilla como ellos quisieran, en ocasiones
por las inclemencias del tiempo se malogran las plantas que han
surgido, no siempre la cosecha es la deseada pero allì están ellos
siempre con esperanza realizando una y otra vez la siembra. Cuanto
nos enseñan todas estas cosas.
Hoy
Jesús cuando nos habla del Reino de Dios utiliza estas imágenes del
campo, de la siembra y de la siega. Hay que echar la semilla a la
tierra y esperar a que germine y un dia llegue a dar fruto. Todo un
misterio, un misterio de vida. y nos dice jesus que asi es el Reino
de Dios; también hemos de realizar una siembra, pero hemos de tener
la paciencia necesario para poder un dia recoger la cosecha. Algo
misterioso que se realiza en el corazón del hombre que es el que da
respuesta a esa llamada e invitación. Es la obra de a gracia.
Y
por ahí anda nuestra tarea de sembradores, porque todos hemos de ser
sembradores en este campo del Reino de Dios. Es nuestra tarea,
sembramos y cultivamos, sembramos y nos llenamos de esperanza,
sembramos y nos confiamos en la gracia del Señor que es el que mueve
los corazones.
Algunas
veces parece que queremos precipitarnos, queremos recoger el fruto
enseguida cuando eso no es lo que a nosotros corresponde. Sentimos
desaliento quizás porque no siempre vemos la respuesta o vemos el
campo demasiado lleno de cizaña. Tenemos que dejar el actuar de
Dios, pero por nuestra parte no nos podemos cansar de sembrar y en la
medida en que está en nuestra manos ir cultivando. Como el
agricultor que cultiva la tierra, y en pequeños detalles va
facilitando que la semilla germine y la nueva planta pueda dar fruto
un dia.
Será
nuestra palabra, pero será nuestro testimonio, será el consejo
bueno que sepamos dar en su momento, o el ejemplo de nosotros ir
delante abriendo caminos para aquellos que nos acompañan en este
peregrinar. Nunca podemos ser obstáculo, siempre tenemos que ser
ayuda, cauce, personas que abramos camino.
No
tengamos miedo de que lo que hacemos pueda parecer pequeño e
insignificante. El grano de mostaza del que nos habla Jesús en la
parábola es un semilla insignificante, pero en ella está la vida de
una nueva planta que pueda surgir. Por eso en esas cosas pequeñas y
sencillas que cada dia hacemos está la semilla de la vida que
queremos transmitir a los demás, ahí se manifiesta la fortaleza de
Dios. No dejemos de hacer algo bueno aunque nos pueda parecer pequeño
porque eso puede ser una gracia de Dios no solo para nosotros sino
también para los demás. Así desde esas pequeñas cosas también
construimos el Reino de Dios.
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