Sigue siendo de algún modo Epifanía porque sigue manifestándose Jesús como el Hijo de Dios, el Ungido del Espíritu, que proclama la Buena Noticia del Año de Gracia del Señor
Nehemías
8, 2-4a. 5-6. 8-10; Sal 18; 1 Corintios 12, 12-30; Lucas 1,1-4; 4,14-
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Todos
habremos visto en más de una ocasión a gente llorando de emoción y
de alegría. ¿Por qué llora esa mujer? nos preguntamos quizás
cuando le hemos dado una buena noticia a alguien y se emociona tanto,
y tanta es su alegría que prorrumpe en lágrimas como si le hubieran
comunicado la mayor desgracia. Y es que no se llora solamente de
tristeza o cuando lo pasamos mal por algún motivo, se llora también
de alegría, de emoción.
Una
buena noticia inesperada, el anuncio de un acontecimiento importante
que quizás esperábamos pero que no terminaba de acontecer, la
celebración gozosa de algo importante para nuestra vida que cala
hondo en emoción en nosotros, nos hace prorrumpir en lágrimas. Algo
grato, bueno, que nos llena de alegría y lo expresamos con nuestras
lágrimas de emoción. Dejamos fluir nuestras lágrimas, sacamos a
flote nuestras emociones, expresamos a través de estos signos los
sentimientos más hondos de nuestra alma.
Algo
así le estaba pasando al pueblo reunido cuando Nehemías convocó a
la gente, levantando un estrado alto en medio de la plaza, para
leerles el texto de la Ley, la Escritura Santa. habían pasado por
momentos difíciles cuando se vieron lejos de su tierra, lejos del
Templo del Señor, y lejos de su ciudad santa y sin poder escuchar la
Ley del Señor. Ahora cuando están rehaciendo de nuevo sus vidas
allí en medio de ellos y con toda solemnidad a pesar de su pobreza
se proclama de nuevo la Palabra del Señor, y el pueblo se emociona y
llora de alegría.
‘No
hagáis duelo ni lloréis porque hoy es un dia consagrado al Señor…
No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza’.
Y
les invita a hacer fiesta, expresado también en los banquetes de
fiesta que han de celebrar.
Era
la alegría por el reencuentro con la Palabra del Señor, que nos
tendría que hacer pensar a nosotros si en verdad sentimos ese mismo
gozo y esa misma alegría cuando se nos proclama la Palabra del
Señor. Miremos nuestras caras cuando cada domingo o cada día
acudimos a la celebración del Señor; miremos nuestras caras cuando
se nos está haciendo la proclamación de la Palabra de Dios y
tenemos que reconocer que muchas veces más que alegría mostramos
aburrimiento y que nuestras mentes en esos momentos están en otro
lugar.
Mucho
tendría que hacernos pensar esta Palabra que hoy se nos está
proclamando y cuáles son nuestras actitudes, nuestras posturas,
nuestra atención mientras se nos hace la proclamación. Hablamos con
el que está a nuestro lado mientras nos habla el Señor por medio de
su Palabra, no nos importa llegar tarde y quizá mientras se están
haciendo las lecturas nosotros vamos visitando todo los altares de
nuestra devoción haciendo caso omiso a lo que se nos está
proclamando y acaso siendo también motivo de distracción para el
resto de personas que están en el templo.
Pero
este texto que estamos comentando nos sirve hoy de introducción, por
así decirlo, al texto del evangelio que se nos ha proclamado. Jesús,
después de haber recorrido ya muchos pueblos y aldeas de Galilea
haciendo los primeros anuncios del Reino, llega a su pueblo de
Nazaret y el sábado va a la sinagoga al momento de la oración. Es
invitado o El se ofrece a proclamar el texto del profeta y hacer su
comentario, pues el encargado de la Sinagoga podía invitar a alguien
a que hiciese esa proclamación y comentario; Jesús venía ya con la
fama de su predicación por distintos lugares y siendo un hijo de
aquel pueblo es invitado a hacerlo.
El
texto escogido para su proclamación es del profeta Isaías. ‘El
Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido y me ha
enviado para
dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la
libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los
oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor’.
Todos
en la sinagoga tenían fijos los ojos en Él, nos dice el
evangelista, esperando sus palabras, su comentario. ‘Y
él se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de
oír’.
El
comentario es breve y muy concreto. Lo anunciado allí se cumplía.
Allí estaba el Ungido del Señor. Y aunque empleamos la palabra en
castellano, venía a decirles que allí está el Mesías del Señor.
El ungido del Señor era el Mesías; y allí se estaba señalando su
misión. Enviado para anunciar una Buena Noticia.
¿Cuál
era esa Buena Noticia, ese Evangelio que se estaba anunciando?
Llegaba el dia de la liberación, de la salvación. Una buena noticia
que tenía que llenar de alegría a los pobres, a los oprimidos y
esclavizados, a los ciegos y a cuantos estaban llenos de ataduras en
su cuerpo o en su espíritu. Era el momento del perdón, de la
gracia, de la amnistía. era el momento de estrenar una nueva
libertad, una nueva vida liberada de toda atadura. Era el día del
Señor, el año de gracia del Señor.
Era
la misión de Jesús, lo que a través de signos y señales iría
realizando en su caminar aquellos caminos de Palestina; era el
anuncio de gracia, el anuncio del Reino de Dios que comenzaba y que
había que creer. Era el momento de la Salvación en que se iba a
establecer una nueva Alianza que será sellada no ya con la sangre de
los toros y de los machos cabríos sino en la Sangre del Cordero, en
la Sangre de Cristo derramada por nosotros para traernos la vida y la
salvación.
Aunque
litúrgicamente estamos desde hace dos semanas en el tiempo llamado
Ordinario, podemos decir que sigue siendo Epifanía, porque sigue
manifestándose solemnemente Jesús, el Hijo de Dios, el Ungido del
Espíritu del Señor, el que venía a proclamar al Año de Gracia del
Señor.
Recogiendo
la imagen que comentábamos al principio nos tenemos que preguntar
con qué alegría nosotros estamos recibiendo esta Buena Noticia.
¿Lloraremos de alegría y haremos fiesta porque se nos anuncia esta
Buena Noticia? Y aquí tenemos que concluir con qué actitudes nuevas
nosotros tenemos que disponernos siempre a escuchar la Palabra de
Dios.
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