Como la mostaza que ha crecido en buena planta y vale para acoger a los pajarillos del campo, con el testimonio de nuestra vida podemos ser buena sombra que cobija también a los que luchan por dar una respuesta
Hebreos 10,32-39; Sal 36; Marcos 4,26-34
Vuelve
el evangelio a presentarnos la imagen de la semilla para hablarnos
del Reino de Dios. No hace muchos días escuchamos la parábola de
Jesús que nos hablaba del sembrador que va esparciendo la semilla
por todas partes aunque no siempre cae en buena tierra y por esa
causa no siempre podemos recoger el fruto esperado. Hoy nos propone
una nueva parábola que nos habla de la semilla sembrado y que poco a
poco va brotando con la esperanza de recoger un día su fruto, aunque
nos habla también de la insignificante semilla de la mostaza que va
a hacer nacer una hermosa planta entre todas las hortalizas.
Nos
conviene recordar una y otra vez estas parábolas porque esa es
también nuestra tarea. esparcir la semilla sembrándola en todo
campo y esperar, con los debidos cuidados también, el que prenda en
los corazones de los hombres y así se vaya expandiendo más y más
el Reino de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo. Pero todo tiene
su ritmo, porque ahí está nuestra espera, como la del agricultor
que planta y que siembra pero sabe esperar su tiempo.
Quisiéramos
poder recoger pronto la cosecha y que sea abundante. pero tenemos que
contar con el corazón de las personas que han de dar respuesta, que
han de ir madurando en su vida esa semilla sembrada, lo que no
siempre es fácil, porque bien sabemos las múltiples influencias que
recibimos por todas partes. Ya cuando meditamos la parábola del
sembrador nos damos cuenta de las reticencias de los corazones que no
siempre están dispuestos.
Es
un misterio hondo el que se produce en el corazón de cada persona
cuando recibe esa semilla de la Palabra de Dios; la semilla puede
llegar a nosotros a través de muchos medios pero igual que la
semilla que echamos a la tierra ha de encontrar la humedad y el calor
adecuado para que pueda germinar, así en nuestro corazón. rumiando
en nuestro interior esa palabra que escuchamos vamos haciéndola
nuestra, vamos confrontándola con nuestra vida, vamos buscando esa
respuesta que algunas veces nos cuesta dar, vamos encontrando quizá
también ayuda en nuestro entorno con el testimonio de quienes nos
rodean, tratamos de verla quizá reflejada en otras personas para ver
como mejor acogerla en nuestra vida.
Todo
un proceso que muchas veces puede ser lento. Pero la gracia de Dios
siempre estará acompañándonos, dándonos la fuerza del Espíritu
para nosotros dejarnos guiar. Un día brotará esa planta nueva,
aparecerá la flor, se transformará en fruto, aparecerá un nuevo
amor en nuestra vida porque finalmente nos sentiremos impregnados por
el amor Dios.
Es
lo que sucede en cada corazón que a su tiempo dará su fruto. De ahí
nuestra paciente espera, porque además a quien corresponde recoger
el fruto es al Señor. Pensemos además que nosotros somos frutos de
una semilla que tambien un dia se plantó en nosotros; nuestra
respuesta no siempre ha sido instantánea, sino que también en
nosotros se ha ido realizando y se sigue realizando un proceso que no
siempre tenemos acabado. Pongamos buen caldo de cultivo en nuestro
corazón dejándonos conducir por la gracia del Señor,
alimentándonos con los sacramentos, sintiéndonos estimulados por el
amor de los que hermanos que junto a nosotros están haciendo también
ese camino.
Pensemos
que con esa respuesta que nosotros damos podemos ser estímulo y
aliciente también para los que están a nuestro lado. Es importante
el calor de amor que pongamos en nuestra vida, para dar nosotros esa
respuesta, para ayudar también a los que como nosotros están
también recibiendo esa semilla y están en proceso de dar también
una respuesta, producir también sus frutos. como la mostaza que ha
crecido en buena planta y hasta vale para acoger a los pajarillos del
campo, nosotros con el testimonio de nuestra vida podemos ser buena
sombra que cobija también a los hermanos que luchan por dar una
respuesta.
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