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jueves, 24 de enero de 2019

Busca Jesús que en Él todas aquellas personas que le escuchaban entraran en una nueva relación con Dios de una forma menos ritualista, más personal y más viva


Busca Jesús que en Él todas aquellas personas que le escuchaban entraran en una nueva relación con Dios de una forma menos ritualista, más personal y más viva

Hebreos 7,25–8,6;Sal 39; Marcos 3,7-12
Las relaciones entre las personas en el ámbito de las actividades que cada día realizamos algunas veces adolecen de un calor humano que lleve a un verdadero encuentro entre las personas; son en muchas ocasiones unas relaciones frías y distantes y cuando entramos en el ámbito de lo profesional unas relaciones así nos crean distancias donde parece que lo único que interesa es resolver mecánicamente aquel problema que llevamos o por parte del profesional se limita a resolver aquel asunto como si de un número más pasara por nuestras manos o las listas de lo que tenemos que hacer.
Sucede quizás también en ocasiones en nuestras relaciones de vecindad, en que llegamos al punto que ya nadie se saluda, o quizás los buenos días que nos damos son fríos e incapaces de entrar en una relación con el que vive a nuestro lado.
Qué distinto cuando por una parte y otra ponemos un cierto calor humano, un interés por la persona que tenemos delante uno y otro y se establece como una comunicación que ya no es solo de problemas sino de personas cada una con sus propias características humanas. No es ya el maestro o profesor que se contenta con desarrollar un programa, el profesional de la medicina que nos da un remedio para nuestro dolor o enfermedad, sino que es la persona que nos transmite unos valores porque él los vive, una persona que entra en una relación personal con nosotros mostrando interés por nuestro yo y por nuestra vida.
En esa frialdad y distanciamiento, aunque profesionalmente seamos los mejores profesionales por nuestros conocimientos o nuestra ciencia vamos creando un mundo muy perfecto en algunas cosas técnicas quizá pero al que le falta una verdadera humanidad. No somos piezas de un mecano o un rompecabezas que tenemos que colocar con todo orden y perfección; somos personas capaces de relacionarnos, de sonreír o de mostrar interés o preocupación por lo que le sucede a la otra persona, que manifestamos nuestro agrado o nuestro desacuerdo también cuando sea necesario, que entramos en diálogo y comunicación personal,
Somos personas con nuestros sentimientos y nuestras características personales pero que nos damos cuenta de que somos seres humanos que podemos ser y sentirnos como hermanos, que vamos embarcados en la misma vida y en el mismo mundo, que tenemos que saber caminar juntos  y que así tenemos que hacernos la vida agradable los unos a los otros para que todos nos realicemos mejor como personas y seamos más felices haciendo un mundo mejor y más humano.
Y aquí los que seguimos a Jesús tenemos una tarea muy importante que realizar. Primero que nada porque nuestro distintivo tiene que ser el amor que va a ser la base de esa comunicación y comunión que tengamos con cuantos nos rodean. Un amor que alimentamos desde nuestro encuentro personal y vivo con el Señor como Jesús nos va enseñando en el evangelio.
También los que rodeaban a Jesús o acudían a Él desde sus necesidades podían entrar en una relación con El simplemente desde el interés. Agobiados en su pobreza y sus necesidades, invadidos por dolores y sufrimientos de todo tipo, marcados por la enfermedad, la invalidez o la discapacidad por las limitaciones que vivían en sus miembros o en sus sentidos, en Jesús podían ver el taumaturgo que podía solucionarle todos sus problemas y así como a un talismán que milagrosamente les remediase en sus necesidades sin casi tener que hacer nada por su parte acudían a Él.
No quiere Jesús que lo vean así; busca Jesús que en Él todas aquellas personas que le escuchaban entraran en una nueva relación con Dios de una forma menos ritualista, más personal y más viva. No busca Jesús por otra parte publicidades baratas ante lo que va realizando porque lo que Él quiere en verdad es que vayan sembrando la Palabra de Dios en sus corazones para que nazca de verdad en ellos el nuevo Reino de Dios.
En cierto modo Jesús huye de las multitudes aunque son multitudes las que acuden a Él. Por eso marcha de un lugar para otro y en ocasiones se oculta con sus discípulos más cercanos en lugares apartados donde los vaya impregnando con su vida y su enseñanza en el sentido verdadero del Reino de Dios.
Habrá algunos que lleguen a proclamar una fe grande en Jesús reconociendolo como el enviado de Dios o como el Hijo de Dios, como hacían en ocasiones los poseidos por espiritus inmundos. Jesús nos les deja hablar, no quiere esas publicidades baratas. El que un dia enviará a sus discípulos por todo el mundo para anunciar el Reino de Dios después de su resurrección, ahora de alguna manera les prohíbe hablar, porque lo que le interesa es que lleguen a esa relación personal con Dios.
Es así como nosotros tenemos que impregnar nuestras vida de ese amor para que con nuevas actitudes de amor nos presentemos ante los demás, como decíamos antes para hacer nuestro mundo mejor y más humano. Así aprenderemos a entrar entonces en esa relación humana, verdaderamente cordial, nacida del corazón, con todos aquellos con los que nos encontramos o con los que convivimos.

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