Cristo es ese vino nuevo para nuestra vida, la verdad del hombre para el hombre, la luz que disipa todas nuestras tinieblas, el camino que nos conduce a la verdad y a la vida plena
Isaías 62, 1-5; Sal 95; 1 Corintios 12,4-11; Juan 2, 1-12
Aunque
ya estamos desde el domingo pasado en el tiempo ordinario de alguna
manera en la tradición de la Iglesia este domingo sigue siendo como
una prolongación de la Epifanía del Señor que celebramos el pasado
6 de enero. Es como una trilogía, que ya incluso las antífonas del
día de la Epifanía resaltan, de esa Epifanía, manifestación del
Señor como en tres pasos, primero fueron los magos de Oriente, luego
fue el Bautismo del Señor en el Jordán y finalmente este momento de
las bodas de Caná. De esa manera siempre en el domingo siguiente a
la fiesta de la Epifanía celebramos el Bautismo de Jesús en el
Jordán, y en este ya segundo domingo del tiempo Ordinario
tradicionalmente también las bodas de Caná.
Normalmente
cuando escuchamos este evangelio prontamente hacemos referencia al
matrimonio en un sentido cristiano - en muchísimas ocasiones se
utiliza este texto en la celebración del sacramento del Matrimonio
-, y por otra parte vemos un sentido mariano por la presencia de
María, intercesora ante Jesús por la dedicación situación en que
se veían los novios al faltarles el vino para la boda. Sin descartar
estos aspectos creo que tiene también otro sentido muy profundo en
cuanto manifestación de Jesús como el que viene a darnos el
verdadero sentido a nuestra existencia con su salvación siendo esa
luz que llena tantos vacíos del hombre de todos los tiempos.
El
evangelio nos presenta esa situación de un banquete, una fiesta de
bodas; no hay mayores referencias a los esposos de ese matrimonio,
sino que solamente nos habla de esa situación en la que se ven
envueltos por la falta del vino. una situación en la que nos vemos
envueltos todos, en la que podemos hacer una lectura de lo que
también puede ser nuestra vida y Jesús viene a significar en ella.
Las
vasijas del vino tocaron fondo, como suele decirse cuando se quiere
sacar de ellas y ya en ellas no hay nada. De tantas maneras y en
tantas ocasiones tocamos fondo nosotros en la vida, nos sentimos
vacíos, no tenemos nada que ofrecer, la vida se nos puede volver un
sin sentido. Desorientación en tantos casos en que nos vemos
perdidos y no sabemos qué camino tomar, qué es lo mejor que podemos
o tenemos que hacer, túneles oscuros por los problemas, situaciones
familiares difíciles, desencuentros con la propia familia o con
aquellos con los que convivimos, amistades que se rompen o gente que
tenemos enfrente como si fueran enemigos, enfermedades, contratiempos
que nos van apareciendo en la vida.
¿Qué
hacer o cómo reaccionar? ¿Qué respuesta dar a esas situaciones?
Buscamos quizás en nosotros mismos y nos sentimos vacíos por dentro
porque nos sentimos tan limitados, con tantas deficiencias en
nosotros, con tantas debilidades también en nuestra vida. Queremos
cerrar los ojos o escondemos en lo más profundo pero tampoco ahí
encontramos respuesta. Nos falta el vino.
El
vino es la alegría de la fiesta; ya dice también la Escritura que
el vino alegra el corazón del hombre. Podríamos pensar en el vino
como un estimulante, pero sabemos que es algo más. no es solo la
condición del vino en el sentido de una bebida con una serie de
efectos que se pueden producir en nuestro cuerpo por su consumo, sino
que sabemos como tiene también el efecto diríamos psicológico del
encuentro, de la cercanía, del diálogo y conversación que se puede
crear en torno a un vaso de vino que estemos compartiendo. Por eso la
imagen del vino puede tener también una gran riqueza de cara a
nuestras relaciones humanas y a nuestra convivencia.
Decíamos
antes cómo en la vida nos encontramos tantas veces como vacíos y
desorientados y decíamos que nos faltaba el vino. ese vacío y esa
desorientación que están en relación con un sentido de la vida,
con unos valores sobre los que construir nuestra existencia y en
consecuencia también nuestro mundo y nuestra sociedad. Es el vino
viejo que se nos agota y que nos deja vacíos.
Tenemos
que decir hoy a partir de este texto del evangelio que Cristo es ese
vino nuevo para nuestra vida. Cristo es la verdad del hombre para el
hombre; Cristo es la luz de nuestra vida y de nuestro mundo que
disipa todas nuestras tinieblas; Cristo es ese camino que nos conduce
a la verdad y a la vida plena; Cristo es en quien vamos a encontrar
esa respuesta a todas nuestras inquietudes e interrogantes.
Allí
estaban aquellas vasijas que debían contener el agua de las
purificaciones, pero también estaban vacías; Jesús les manda que
las llenen de agua, pero lo que de allí va a salir no es ya un agua
para las purificaciones, sino ese vino nuevo y mejor que nos dará
sentido a nuestra fiesta, que dará sentido a nuestra vida. Es lo que
Cristo viene a ofrecernos.
No
vamos a olvidar las palabras de María a los sirvientes, ‘haced
lo que Él os diga’.
Tenemos que hacer lo que Cristo nos dice, tenemos que escucharle y
ponerlo por obra, porque los que plantan la Palabra en el corazón
serán los que entiendan del Reino de Dios, los que podrán vivir el
Reino de Dios. Que María nos ayude a plantar esa Palabra en nuestro
corazón que a ella la hizo dichosa y bienaventurada y que será
también una bienaventuranza para nosotros.
Cristo
hoy se nos está manifestando en todo lo que es el sentido de
nuestra vida. Es la salvación que nos ofrece, porque no es solo
arrancarnos de nuestro vacío interior, de la oscuridad de nuestro
caminar sin sentido, sino que nos da algo nuevo para vivir, el vino
nuevo del Reino de Dios. Por eso, como decíamos al principio, aunque
estemos en tiempo Ordinario de alguna manera sigue siendo Epifanía,
en esa trilogía que nos ofrece la liturgia y que hoy completamos.
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