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sábado, 29 de diciembre de 2018

Aprendamos a tener esa mirada de Dios, llenarnos de su Espíritu y tener esa nueva sabiduría que en una reflexión creyente podemos descubrir dejándonos infundir por el Espíritu del Señor


Aprendamos a tener esa mirada de Dios, llenarnos de su Espíritu y tener esa nueva sabiduría que en una reflexión creyente podemos descubrir dejándonos infundir por el Espíritu del Señor

1Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35

Hay sabidurías que no siempre se aprenden en libros. Extiéndanme bien que por supuesto en lo que otros nos trasmiten a través de lo escrito nos están trasmitiendo de su saber y de su sabiduría. Pero hay cosas que aprendemos de otra manera, cuando en la vida sabemos tener una mirada honda sobre lo que nos va sucediendo; la vida misma y cuanto nos sucede es un hermoso libro que tenemos en nosotros mismos cuando rumiamos, repensamos una y otra vez cuanto nos sucede.
Así solemos hablar de la sabiduría de los mayores, porque la experiencia reflexionada de los años va dejando ese poso de sabiduría, no ya solo en su mente sino en su corazón, que luego quizás nos trasmitirán, sí, con una palabra, un gesto, o es su vida misma. Encontraremos esa reflexión, ese comentario acertado que tanto nos puede ayudar si sabemos escucharlo allá en lo hondo del corazón. Cuántas personas encontramos así en nuestro entorno.
Y cuando esta vida la vamos viviendo desde la fe sabemos muy bien que el Espíritu divino, el Espíritu de Sabiduría va actuando en nuestro interior, y así en esa nueva sabiduría de la vida va descubriendo el sentido de Dios y también lo que el Señor nos va señalando para nuestro camino. Es ya una mirada de fe que nos llena de la sabiduría de Dios.
Hoy en el texto del evangelio nos encontramos a unas personas llenas de esa sabiduría de Dios, llenas del Espíritu del Señor, que en sus palabras y en sus gestos reflejaran esa sabiduría que llevan en su corazón. Fue en el episodio de la presentación de Jesús, como primogénito, en el templo al Señor y la purificación de María, como prescribía la ley de Moisés. Cuando llegan María y José con el Niño para hacer las ofrendas rituales les sale al paso el anciano Simeón.
Allí está aquel anciano lleno de la Sabiduría del Espíritu para descubrir en aquel niño entre tantos que quizá en aquel momento fueran también presentado al Señor, al Salvador anunciado por los profetas y esperado con ansia por el pueblo de Israel. ‘Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel’, y canta bendiciones para Dios. Estaba lleno de la Sabiduría de Dios; aquello que por sus años podíamos descubrir en él, pero que había crecido y crecido en su interior por su fe y su esperanza puesta en el Señor.
Desearíamos nosotros ver con nuestros ojos, como lo vio el anciano Simeón o como Jesús les decía a los discípulos que eran dichosos porque podían ver lo que tanto ansiaron los patriarcas y profetas y no pudieron ver. Quizá nosotros podamos sentir la nostalgia de no haber estado en aquel momento en el templo o haber sido testigos de tantos hechos de la vida de Jesús.
Pero nosotros sí podemos ver; abramos los ojos de la fe que nos llena de la sabiduría de Dios y podemos descubrir cómo El también se nos manifiesta a nosotros. Abramos lo ojos de la vida para ver con distintos ojos, con distinta mirada a los hombres y mujeres que caminan a nuestro lado, para ver con una mirada distinta cuando nos sucede o sucede en nuestro entorno y podremos tener esa sabiduría del Espíritu para descubrir cuantas cosas el Señor nos revela y manifiesta y como se  nos manifiesta también a nosotros hablándonos al corazón.
Por allí estaba también aquella piadosa anciana, Ana, que también canta la alabanza del Señor por lo que sus ojos pudieron ver al mismo tiempo que habla y comunica a cuantos quieran escucharla los anuncios de la misericordia del Señor que se hace presente, Emmanuel, entre ellos.
Que aprendamos a tener esa mirada de Dios, a llenarnos de su Espíritu, a tener esa nueva sabiduría que en una reflexión creyente podemos descubrir en cuanto  nos suceda o en cuantos están a nuestro alrededor. Aprendamos a tener esa sabiduría de Dios a dejarnos infundir por el Espíritu del Señor.

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