Si Dios viene a visitar a su pueblo trayéndonos la redención y la paz, vivamos ya para siempre el compromiso de esa fraternidad y armonía entre todos
Lucas, 1, 67-79
‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, peque ha visitado y redimido
a su pueblo’. Eran las palabras con las que Zacarías inició su cántico de
alabanza y bendición al Señor después del
nacimiento de Juan habiendo recuperado el habla.
Turbado su corazón se había llenado de dudas, no porque no tuviera fe
sino porque cuanto el ángel le señalaba le sobrepasaba y no terminaba de
entenderlo, cuando se le manifestó allá en el templo mientras hacia la ofrenda
del incienso. Se había quedado mucho sin poder proferir palabras. Por señas
quiso explicarse al pueblo que esperaba fuera de la cortina inquieto al ver su
tardanza en la ofrenda, y de la misma manera se habría expresado con Isabel su
mujer.
Al imponerle el nombre al niño, aún lo había expresado escribiéndolo
en una tablilla – ‘Juan es su nombre’, como también lo había señalado
Isabel -, pero pronto sus labios se soltaron y comenzó el cántico de alabanza
al Señor.
El Señor visitaba y redimía a su pueblo. Ya hemos comentado que
aquella visita de María a la Montaña había sido la visita de Dios. Pero aquella
visita no se quedaba reducida al ámbito de aquella casa y aquel hogar allá en
la montaña de Judea, sino que era la visita de Dios a su pueblo. Allí estaba aquel
‘niño, profeta del Altísimo, que iría delante del Señor para preparar sus
caminos, para anunciar al pueblo la salvación por medio del perdón de los
pecados’.
Es lo que vamos a celebrar; es lo que significa el misterio de la
Navidad que nos disponemos a vivir. ‘Hoy sabréis que vendrá el Señor y
mañana veréis su gloria’, dice una de las antífonas de la liturgia de las
horas. Esta noche los ángeles cantarán en los alrededores de Belén la gloria
del Señor, y amaneceremos en un día radiante de luz, porque nos ha llegado el
Salvador.
Todo será alegría y jubilo. El mundo entero se viste de fiesta y las
luces resplandecen por doquier porque es Navidad, es la Navidad del nacimiento
del Hijo de Dios hecho carne, es el Emmanuel ya para siempre Dios entre
nosotros, es la Aurora de la salvación porque amanece un nuevo día, el día del
Señor.
‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el Sol
que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de
muerte, para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz’. Así cantaba
aquel día Zacarías bendiciendo al Señor. Así queremos nosotros cantar con los
ángeles la gloria del Señor porque para nosotros, para la humanidad llega para
siempre la paz.
Es lo que queremos vivir haciéndolo compromiso de nuestra vida. No son
utopías, son realidades si nosotros queremos. Con Jesús llega la salvación y la
paz, de nosotros los hombres depende ahora que queramos recibir esa salvación y
vivir en esa paz. Nuestra historia está llena de sombras porque no siempre
hemos sabido responder, porque tantas veces hemos preferido la guerra a la paz,
el odio al amor, el egoísmo a la solidaridad.
Hoy vamos a hacer muchos gestos de cercanía, de amor, de paz, de
fraternidad, porque nos queremos unir las familias, los amigos queremos
sentirnos cercanos, todos los hombres queremos sentirnos en una misma
fraternidad, porque al menos por una noche queremos enterrar el hacha de la
guerra para vivir en paz. Pero que no se quede en el gesto de un día; si un día
podemos llegar a vivirlo es señal de que lo podemos vivir siempre.
Por eso navidad tiene que ser un compromiso para nuestra vida. Dios
nos viene a visitar para traer la paz y el amor a nuestros corazones; El nos
ofrece su perdón, pero también su fuerza y su gracia para que podamos
realizarlo.
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