Que las dudas y los miedos no nos impidan dar el paso para el encuentro con Jesús
1Juan 1,1-4; Sal
96; Juan 20,2-8
Nos dan una noticia que nos parece increíble, aunque era algo que en
el fondo estábamos esperando, pero ahora cuando nos lo comunican nos parece
inverosímil, queremos creemos, pero no terminamos de creer; corremos al lugar
donde podemos verificar lo que nos han dicho, pero aunque en nuestra carrera
llegamos pronto, al final no terminamos de entrar a comprobarlo; tenemos miedo
quizá de que eso que nos han dicho no sea cierto y nos cuesta comprobarlo por
nosotros mismos para desengañarnos; nos quedamos a un paso que no estamos
decididos a dar. Al final si llegamos a dar el paso comprobaremos la verdad y
nos sentiremos felices.
Nos pasa muchas veces en muchas cosas de la vida, en el trabajo, en la
familia, en las responsabilidades que tengamos con los hijos y las noticias que
nos pueden llegar que algunas veces nos llenan de preocupaciones; nos pasa
quizá en una oferta que nos hacen para salir de la situación laboral en la que
nos encontramos, pero tenemos miedo de emprender algo nuevo. En tantas cosas.
Pero ese paso tenemos que darlo nosotros, no lo tiene que dar nadie por
nosotros. Tenemos que afrontar las cosas con madurez que algunas veces parece
que nos falta por las indecisiones en que andamos en la vida. Y no conseguimos
metas por quedarnos atrás; y no avanzamos en la vida por nuestros miedos y
cobardías.
Es el campo que se puede abrir ante nosotros en nuestro compromiso
social, o en el compromiso que hemos de vivir desde nuestra fe. Tememos
arriesgar por si acaso nos equivocamos y metemos la pata. Son las disculpas de
que no sabemos, que no estamos preparados, que eso son cosas que nos superan y
que no lograremos conseguir, que es un riesgo tener que enfrentarse quizás a la
gente. Son las dudas de nuestra fe y tantas dudas en nuestra vida y compromiso
cristiano.
Me he ido haciendo todas estas reflexiones de aspectos en lo humano de
nuestra vida, de lo que nos puede pasar por dentro tantas veces, o incluso en
referencia a nuestra fe y a nuestro compromiso cristiano, escuchando el
evangelio que hoy se nos propone en esta fiesta de san Juan Evangelista.
El relato del evangelio nos sitúa al tercer día después de la pasión y
muerte de Jesús, cuando las mujeres que habían ido al sepulcro llegan con
noticias de que la piedra de entrada al sepulcro estaba corrida, que el cuerpo
de Jesús allí no está, de apariciones de ángeles que les hablan de que Jesús ha
resucitado. Los apóstoles y los discípulos que están en Jerusalén andan
encerrados en el sepulcro con el miedo metido en sus corazones, con la zozobra
de todo lo que ha sucedido y en el recuerdo de las promesas y anuncios de Jesús
de su resurrección. Las noticias que ahora les llegan les llenan aún de mayor confusión.
Con lo que viene contando María Magdalena Simón Pedro y Juan corren
hasta el sepulcro para comprobarlo. Es la mañana de las carreras como me gusta
pensar. Juan, como más joven llega primero, pero que queda parado ante la
entrada del sepulcro. No se atreve a entrar. Muchas veces en nuestros
comentarios decimos que si lo hizo por respeto a Simón Pedro que era mayor, y
que era a quien Jesús en cierto modo le había anunciado un día su primacía
sobre el resto de los apóstoles. Pero se me ocurre pensar si a Juan no le
estaba sucediendo lo que hemos venido reflexionando como introducción a este
comentario.
¿Dudaba Juan? Fue el que estaba reclinado en el pecho de Jesús a la
hora de la cena y trataba de sonsacarle quien era el que lo iba a entregar que Jesús
estaba anunciando. Seria el que más tarde reconocería a Jesús allá en el lago
entre las brumas del amanecer; pero eso sería más tarde, tras estos
acontecimientos que ahora estaban sucediendo. ¿Tenía miedo de la realidad que
su pudiera encontrar? Quizá podría pesarle aun en el corazón que allá en
Getsemaní se había quedado dormido cuando Jesús les había pedido estar
vigilantes y en oración. Ahora había indecisión, se quedó sin dar el paso,
prefería que fuera otro, Simón Pedro, el que se desengañara con la realidad.
Tras entrar Simón Pedro y comprobar que todo estaba como las mujeres
les habían anunciado, el sepulcro vació, las vendas por el suelo, el sudario
recogido aparte, dio Juan el paso también y entró. Entró, vio y creyó. Más que
las vendas se le habían caído las escamas no solo de sus ojos sino del corazón
que le habían tenido en los miedos y en las dudas. ‘Vio y creyó’, que nos dirá
el mismo en el relato del evangelio.
¿Será lo que nosotros necesitamos? ¿Se nos ciegan a veces los ojos del
alma? ¿Se nos endurece o insensibiliza el corazón con nuestros miedos y con
nuestras cobardías? El ambiente que corre a nuestro lado de increencia y de
indiferencia, donde todo se mezcla y se llena de tantas confusiones ¿nos podrá
estar afectando también? ¿Tendremos miedo de nada a contracorriente, de hacer
lo que no es políticamente correcto como ahora se dice? ¿Por qué no abrimos ya
de una vez nuestro corazón a la fe? ¿Por qué no salimos de esas seguridades que
nos hemos creado para lanzarnos al mar de la vida con ese anuncio que tenemos
que hacer y ese testimonio que tenemos que dar?
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