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viernes, 9 de marzo de 2018

Nosotros nos sabemos muy bien los mandamientos, pero no es eso suficiente para que Jesús pueda también decirnos que no estamos lejos del Reino de Dios


Nosotros nos sabemos muy bien los mandamientos, pero no es eso suficiente para que Jesús pueda también decirnos que no estamos lejos del Reino de Dios

Oseas 14,2-10; Sal 80; Marcos 12, 28b-34

Demasiado andamos en la vida con medidas, con límites, a ver qué es lo que tengo que hacer, hasta donde tengo que llegar o donde ya puedo pararme porque es suficiente para cumplir. Somos un poco rácanos, porque las mediciones queremos siempre que sean a favor nuestro, para no tener que dar más de lo que tengamos que hacer porque no tengo por qué sobrepasarme, porque no voy a hacer más de lo que otros hacen, porque me contento con llegar mismamente al limite. Y eso es en el cumplimiento de obligaciones, en lo que tengamos que hacer a favor de los demás, o en el esfuerzo que tengamos que hacer para superarnos y al menos no quedar por debajo de los otros pero tampoco esforzarme más de la cuenta. En muchas cosas concretas de lo que hacemos en la vida podríamos fijarnos conforme a lo que estamos diciendo.
Así andamos en nuestras relaciones y comportamientos con los demás, pero así andamos en ese camino de superación que tendría que haber en nuestra vida para llegar a la meta más alta, y así andamos también en nuestros caminos de la fe y de nuestra relación con Dios y en consecuencia en el compromiso que desde esa fe tendría que tener con los demás.
Una vez vienen a preguntarle a Jesús por lo que es lo principal. Como aquel joven que preguntaba un día que es lo que había que hacer para heredar la vida eterna; o como aquel otro que vino con una pregunta semejante a la de hoy pero luego seguía preguntan quien era ese prójimo al que había que amar; o como Pedro a quien hemos escuchado cuantas son las veces que tengo que perdonar, queriendo poner también un numero, y así tantos en el evangelio.
Hoy viene un escriba, un maestro de la ley, y poco menos que quiere pasar a examen a Jesús. Claro como Jesús no había estudiado en ninguna escuela rabínica, ¿sabría Jesús cual es el mandamiento principal El que se presentaba ahora como maestro o como profeta en Israel? ¿Dónde ha estudiado todo esto? Se preguntaban también un día en su propio pueblo de Nazaret. Otras veces le preguntaran por la autoridad con que hace lo que hace o enseña lo que enseña. Siempre andaban al acecho.
‘¿Qué mandamiento es el primero de todos?’ Para que no hubiera dudas Jesús respondió citando de memoria lo que decía el Deuteronomio y lo que todo judío se sabia de memoria porque demás lo repetía casi como oración muchas veces al día, al levantase, al salir de casa, al emprender cualquier tarea.
‘El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.’ Pero Jesús añade: ‘El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti’. Y el escriba querrá corroborar - ¿con su autoridad quizás? o eso pretende – que lo que Jesús ha dicho es cierto, está en consonancia con la Escritura. Pero será Jesús el que le dirá finalmente ‘no estás lejos del Reino de Dios’, como queriéndole decir si sabes esto, ponlo por obra y estarás comenzando a caminar los caminos del Reino.
Nosotros nos lo sabemos muy bien, pero ¿Jesús podrá decirnos a nosotros también que no estamos lejos del Reino de Dios? No es cuestión de sabernos las cosas. El árbol bueno será tal cuando dé frutos buenos; será un buen frutal cuando nos ofrezca sus ricos frutos. No es manzano o peral simplemente porque digamos es tal, sino por los frutos que podemos recoger, deseando siempre que sean los mejores.
¿Daremos esos mejores frutos y siempre andaremos con nuestra mezquindad, nuestra superficialidad, nuestro contentarnos con el mínimo esfuerzo, con llegar mismamente al límite del cumplimiento?


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