Un signo con mucho significado el que Jesús realiza con la expulsión de los vendedores del templo para señalarnos cual es el verdadero culto que hemos de dar a Dios
Éxodo 20, 1-17; Sal 18; 1Corintios 1, 22-25; Juan 2, 13-25
Hay ocasiones en la vida en que no nos sentimos bien ante cosas que
vemos que suceden y por las que sentimos una querencia especial. Sentimos quizá
una rebeldía interior porque lo consideramos injusto o que aquella manera de
hacer las cosas no es demasiado ético; es algo que rumiamos en nuestro interior
y que podría hacer saltar la chispa de nuestra ira y violencia en cualquier
momento.
Parece como si estuviéramos esperando el momento oportuno o encontrar
la ocasión en que de una manera valiente podamos denunciar aquello que
consideramos irregular y poco ético. Pueden ser muchos los momentos en que nos
encontremos así, muchas las situaciones que contemplamos en nuestra sociedad
corrupta y hasta el fondo alabamos la valentía de quien se atreve a rebelarse
hasta con cierta violencia contra ese mal que contemplamos. Nos gustaría que en
verdad las cosas cambiasen.
¿Se sentiría así Jesús ante lo que contemplaba en el templo de
Jerusalén? Ya de entrada tenemos que decir que la reacción de Jesús fue
realmente un gesto profético. El templo de Jerusalén a lo menos que se podía
parecer era realmente a un templo. En torno a los sacrificios que diariamente
se ofrecían, las ofrendas que hacían los fieles al templo, aquello parecía más
que un mercado.
En su entorno habían proliferado puestos de ventas de animales para
luego ser sacrificados en el templo; como la moneda que podía ser utilizada en
el templo para las ofrendas no podía ser sino la propia de los judíos porque la
corriente impuesta por la dominación romana era considerada como algo impuro, allí
se levantaban las mesas de los cambistas con su negocios adyacentes. Aquello
seguramente crearía una baraúnda en torno al templo que poco podría ayudar a
que fuera en verdad una casa de oración y encuentro con el Altísimo. Cómo nos
recuerda el mercado que en torno a nuestros santuarios se ha ido levantando a
través de todos los tiempos y en nuestros días.
Jesús aquello lo había contemplado desde su niñez cuando con sus
padres subía a la fiesta de la Pascua, como el mismo evangelio nos relata. Era
lo que ahora contemplaba en sus visitas al templo y donde también quería
enseñar como lo hacían los maestros y doctores de la ley a lo largo de sus
soportales. La reacción de Jesús derribando mesas de cambistas y expulsando a
todos aquellos vendedores nos puede parecer esa reacción de ira que, como reflexionábamos
anteriormente, nosotros también podemos sentir inconformes con aquel estado de
cosas. Pero la reacción de Jesús es algo más, es un gesto profético con el que también
nos quiere enseñar, no solo a los judíos de su tiempo, sino a través de los
siglos a nosotros también.
Era el gran signo, la gran señal de lo que El quería enseñarnos de
cuál es el verdadero culto que hemos de dar a Dios a quien hemos de adorar
en espíritu y en verdad y eso lo podemos y tenemos que hacer también en
cualquier lugar, como le señalaría a la mujer samaritana junto al pozo de
Jacob. Nos puede ser fácil la ofrenda de cosas externas a nosotros mimos,
aunque nos cueste el sacrificio de privarnos de unas posesiones materiales,
pero lo difícil es que nosotros pongamos corazón, pongamos nuestra vida en esa
ofrenda al Señor.
Llegar a decir como María ‘aquí está la esclava del Señor, cúmplase
en mi según tu palabra’ o como fue el grito del mismo Jesús en su entrada
en el mundo ‘Oh Dios, aquí estoy para hacer tu voluntad’, es algo que no
es tan fácil decir si lo queremos hacer con toda nuestra vida. Fue el grito de
Jesús en su entrada en el mundo como nos dice la carta a los Hebreos, pero fue
el grito ultimo de Jesús en la cruz porque en las manos de Dios entregaba su espíritu,
entrega su vida en la más profunda entrega de amor.
Esa ofrenda de nuestro yo que tenemos que saber hacer cuando por
seguir a Jesús y ser su discípulo somos capaces de negarnos a nosotros mismos
cargando con la cruz de cada día en nuestra vida. Es la ofrenda de obediencia a
Dios aunque la vida se nos presente tormentosa y llena de sufrimientos, como
supo hacer Jesús en Getsemaní que aunque pedía al Padre que pasara de El aquel
cáliz, estaba dispuesto a que por encima de todo se cumpliera la voluntad del
Padre, ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’ que entre sudores y
lagrimas proclamaba Jesús.
Reconozcamos cómo cuántas veces rezamos el padrenuestro, participamos
en una celebración sagrada, queremos expresar nuestras religiosidad a través de
muchos gestos o de muchos actos piadosos, pero luego seguimos con la misma
frialdad en nuestro corazo en el trato y en la relación con los demás, cuando
no seguimos manteniendo nuestros rencores y resentimientos, la violencias en
nuestros gestos y palabras con todo el que esté a nuestro alrededor, o nos
mantenemos en nuestras actitudes y posturas altivas y orgullosas con desprecio
hacia los demás, seguimos actuando injustamente contra los demás o no somos
capaces de vivir con toda intensidad nuestras responsabilidades personales,
familiares o sociales. ¿Será ese el culto que Dios quiere?
Es un signo con mucho significado el que Jesús realiza con la
expulsión de los vendedores del templo. ¿Cuáles son esos ‘vendedores’ que
seguimos guardando en nuestro corazón mientras decimos que queremos darle culto
al Señor, mientras venimos a nuestras celebraciones litúrgicas? Muchas más
cosas podríamos reflexionar desde este gesto de Jesús. ¿Tendría que hacer algo
así también en nuestra Iglesia hoy?
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